
Para los que no se acuerden, los pecados capitales son la lujuria, la gula, la avaricia, la pereza, la ira, la envidia y la soberbia. El Gobierno de Rajoy los acumula todos por una razón o por otra, eso sí, en su versión política, y aunque no deben temer por su alma, el resto de los españoles sí por su bienestar, pues de tanto como están pecando la crisis se alargará innecesariamente.
Este Gobierno peca de lujuria pues comete adulterio con la oposición y tiene tal idilio con la socialdemocracia que el PSOE ha perdido su sitio definitivamente. Abjura de las ideas liberares y tiene tal querencia y está tan enredado con el socialismo que debería cambiarse las siglas por las del extinto Partido Socialista Popular, para despistar menos al personal sobre su verdadera política, aunque el colocador de Enrique Tierno se revolviera en su tumba. Un partido que sube impuestos desaforadamente, que apenas cree en la iniciativa privada, que dice favorecer pero que esencialmente dificulta, y que sitúa al Estado por encima del ciudadano.
Tiene gula porque se está comiendo absolutamente todo: los ahorros de los españoles, el Fondo de Reserva de la Seguridad Social, la capacidad de endeudamiento del Estado y la paciencia de Europa. Está malgastando el crédito en una loca carrera de gasto público que mantiene un déficit malsano. No ha atajado el gasto de las Administraciones ni efectuado la menor reforma de calado que suponga ahorros significativos. Por el contrario, mantiene la voracidad de un Estado que sigue dilapidando el dinero de los contribuyentes. Y de este pecado se derivan otros porque es mortal de necesidad y ahoga a la economía. Sólo una quinta parte del PIB depende del gasto público, que tiene un gran poder destructivo si se intenta sostener por encima de los ingresos fiscales, como es el caso.
El Gobierno es avaro porque le quita a los demás para sí lo que necesitan y recauda desaforadamente y con ansia allá donde ve un hecho imponible que con facilidad y sin despeinarse le proporcione ingresos. Da lo mismo que se desplome el consumo privado y que la gente viva peor, su avaricia recaudatoria está por encima de cualquier consideración y vamos camino de ser el país con más presión fiscal del mundo mundial.
La fama de perezoso de Rajoy quizás sea infundada, pero su proceder es cansino y lento en la acción de gobierno. Esas reformas que tan claras parecían dibujarse en su mente cuando estaba en la oposición y ese saber hacer que decía tener sobre cómo solucionar la crisis, se ha tornado en parsimonia y goteo de tímidas medidas. Cualquiera diría que tiene miedo de tocar cualquier cosa no la vaya a estropear más de lo que ya está. Apenas hizo nada antes de las elecciones andaluzas de 2012 y ahora se lo piensa todo tanto que sólo si es muy acuciante, como la Reforma Financiera, se da algo de prisa. En realidad esto no es nuevo, ya le pasó al PP con el Plan Hidrológico y la Ley de Educación en el Gobierno de Aznar, que los dejaron para última hora y como a los malos estudiantes les acabaron por suspender el examen.
La ira la han dejado para la clase media. Es como si les estorbara y descargan sobre ella todos los males a ver si terminan de una vez con su existencia. La clase media paga mucho más pero apenas tienen acceso a ninguna de las prebendas que otorga el llamado estado de bienestar, porque sólo está para soportarlo. Como resultado, cada vez hay menos clase media pues se está proletarizando y no hay incentivo para hacer nada salvo ponerse en una cola a ver que le dan a uno. Cada día más españoles ponen el cazo en lugar de llenarlo, pues no sólo está bien visto sino que se asume que cada uno tiene derecho a recibir lo que sea menester. El PP quiere paz social a costa de convertir España en un cementerio económico, donde es lógico pedir que el Estado solucione problemas particulares a supuestos desheredados convencidos y cargados de razón de que tienen derecho a ello. Por arriba todo son facilidades, ya tengas un banco o una autopista de peaje, y por debajo también. Son los que están en medio de los que no se acuerda nadie, ni tampoco el Gobierno.
El Gobierno de Rajoy envidia a los de ZP y para ello ha colocado en algún ministerio a personas sin más currículum que el que proporciona la política. Así, no nos privamos de oír de vez en cuando una oratoria no ya mediocre, sino absurda, cuando no alguna sandez similar a las que podían salir de la boca de Aído o Pajín. Los partidos políticos al final se envidian unos a otros e incurren en las mismas prácticas. Desgañitándose durante años criticando la falta de preparación de algunos ministros y nos encontramos con algún paracaidista que comenzó su carrera ensobrando en el partido (y no va con segundas) y, mira por donde, ha alcanzado su máximo nivel de incompetencia.
Y, por último, la soberbia. Gran pecado éste y quizás del que se derivan otros muchos. Rajoy dijo que sabía lo que había que hacer mucho mejor que cualquier otro, pero pronto nos dimos cuenta de que sólo era soberbia. Sus titubeos, la forma en que retrasó las primeras medidas y el bajo perfil de parte de su Gobierno desencantó a más de uno. En el área económica no se puede decir que sean precisamente aprendices Montoro o Guindos, pero su capacidad de decisión es limitada y su coordinación ha estado en entredicho y ahora bajo la batuta de una letrada.
Va a resultar que el problema de la economía es que está dirigida por políticos. Para la mayoría de ellos el futuro no pasa de los siguientes comicios y el acierto de lo que diga una encuesta. Pero eso sí, juegan con la excusa de que están trabajando para el futuro, aunque se estén cargando el presente. Con tanto pecado capital quizás los españoles llegado el momento les impongan una fuerte penitencia como se la impusieron al pecador partido de la oposición. Quizás la suerte les acompañe y para cuando tengan que enfrentarse al electorado la situación haya mejorado a pesar de ellos. Entretanto, y aplicando las virtudes de las que ellos carecen, tengamos fe y esperanza en la capacidad de la economía por regenerarse, aunque no es necesario que seamos caritativos con quienes diciendo que todo lo iban a arreglar se dedican con más ahínco a arreglar lo suyo, que es de donde la mayoría de ellos comen y muy bien.
Juan Fernando Robles, profesor de Finanzas.