China nos deslumbra con su espectacular explosión económica. Pero nos encontramos con un Estado cuya columna vertebral es la etnia han, que aún siendo mayoritaria en China lo es únicamente en los territorios orientales y centrales? precisamente en las zonas de desarrollo económico fulgurante.
Pero China es también Manchurria, las zonas tribales del Yunnan, el Tibet. Y sobre todo, el inquietante Sinkiang musulmán donde los uigures nada tienen que ver con sus "conciudadanos" han-chinos. A ello debe sumarse la brutal diferencia entre las zonas de desarrollo y las dos terceras partes del país agrario, subdesarrollado. Y en las propias ciudades que nos maravillan por su opulencia conviven (es un decir) la minoritaria elite y un proletariado cuyas condiciones son más propias del siglo XIX que del XXI.
Es innegable que la condición de los ciudadanos chinos ha progresado. Pero la estabilidad social no se fundamenta en el mejor estar sino en la justa distribución de la riqueza. Y hoy en China el obrero es explotado en jornadas de trabajo interminables, con salario irrisorio, mientras contempla en las calles de su ciudad la riqueza insultante de la aristocracia económica y política. Pero el desarrollo chino significará la emergencia no solo de la plutocracia sino de una más amplia clase, la burguesía. Y esa burguesía exigirá libertades, derechos y garantías mínimas. Desarrollo es riqueza. Riqueza será primero desigualdad y posteriormente clases medias.
Clases medias que exigirán derechos. Derechos que confrontarán con el poder. Poder que devendrá anacrónico, disfuncional. La democracia (aún sectorial de la burguesía) significa libertades. Libertades contradictorias con la aún hoy eficaz represión-control de un país aparentemente pacificado? pero por la fuerza. La alternativa será la disgregación del Imperio o la difícil integración de las zonas hoy controladas, colonizadas. China está aún por nacer, por hacerse.
Javier Nart. Abogado.
