España se ha cansado de hacer sacrificios. Esta es la principal conclusión que se puede obtener tras la absurda polémica veraniega sobre una rebaja adicional de salarios de un 10%, para absorber la enorme tasa de desempleo.
La opinión del FMI, ratificada por el comisario europeo Olli Rehn, es una obviedad. Resulta llamativo que todos los partidos sin excepción, patronal, sindicatos, Gobierno y oposición hayan salido al unísono a protestar. Este es el auténtico peligro que tenemos entre manos: que al primer síntoma de recuperación levantemos el pie del acelerador y dejemos el ajuste y las reformas a medio hacer.
Ese sería el gran disparate que cometería Rajoy, el de anteponer la prioridad política a la económica. Ya lo hizo con las elecciones andaluzas y se equivocó, y ahora puede volver a repetir el mismo error presionado por su propio partido y por los malos datos de los sondeos electorales. Es evidente que la devaluación interna aún está inconclusa. Es cierto que el control del coste laboral -que se ha realizado más reduciendo plantillas que bajando salarios, aunque moleste oírlo- ha permitido ganar competitividad e incrementar de manera satisfactoria nuestras ventas al exterior. Pero no es suficiente, y todos los sabemos.
Lo más llamativo es que nadie parece haberse dado cuenta que España ha cambiado ya su modelo de crecimiento económico. El argumento que esgrimen quienes se oponen es que los salarios no pueden seguir perdiendo capacidad de compra porque eso hundiría aún más el consumo y la demanda interna.
El problema señores es que en el nuevo paradigma el crecimiento ya no se va a producir por el tirón de la construcción, ni del consumo, sino del sector exterior. Y eso exige precios más bajos (salarios, energía, cargas sociales) para que los productos españoles resulten atractivos. Como en la película de Henri-Georges Clouzot Le salaire de la peur (1953) serán los trabajadores quienes ante el temor de perder su empleo decidirán bajarse los salarios.
Mariano Guindal. Periodista.