
Por qué las peleas económicas de alto nivel se convierten tan rápidamente en ataques ad hóminem? Quizás el ejemplo reciente más conocido sea el de la campaña del premio Nobel Paul Krugman contra los economistas Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, en la que pasó de criticar un error en uno de sus estudios a dudar de su compromiso con la transparencia en el mundo académico.
Para aquellos que, como yo, conoce a estos dos increíbles macroeconomistas internacionales, es evidente que dichas acusaciones deberían ser ignoradas de inmediato. Pero aún queda la pregunta sobre por qué el estilo paranoide está tan presente.
Parte de la respuesta es que la economía es una ciencia inexacta, con excepciones a casi cada uno de los patrones de comportamiento que los economistas dan por sentado. Por ejemplo, los economistas predicen que la subida del precio de un producto reducirá su demanda. Pero los estudiantes de economía sin duda recordarán los bienes de Giffen, que rompen el patrón normal. Cuando el precio de las tortillas sube, una trabajadora mexicana sin recursos comerá más, porque tendrá que reducir el consumo de comida más cara, como la carne.
Dichas rupturas ocurren también en otras partes. Los consumidores a menudo valoran más un producto cuando su precio aumenta. Una razón puede ser el valor que demuestran. Un reloj de pulsera mecánico hecho a mano puede que no diga la hora con la misma precisión que un modelo barato de cuarzo, pero como pocas personas pueden permitirse comprar uno, tenerlo demuestra que el dueño es rico. De igual manera, los inversores van en manada hacia los valores que se han revalorizado porque tienen momentum.
El caso es que el comportamiento económico es complejo y puede variar de un individuo a otro, con el tiempo, según el producto, o según la cultura. Los físicos no necesitan conocer el comportamiento de cada molécula para predecir cómo actuará un gas bajo presión. Los economistas no pueden ser tan optimistas. Con ciertas condiciones, las anormalidades del comportamiento individual se cancelan las unas a las otras, haciendo que los grupos sean más predecibles que los individuos. Pero, con otras condiciones, los individuos se influencian los unos a los otros de tal manera que el grupo se convierte en un rebaño guiado por unos pocos.
Las dificultades para los creadores de políticas económicas no terminan aquí. Las instituciones económicas pueden tener diversos efectos, dependiendo de su calidad. En los momentos previos a la crisis financiera de 2008, los macroeconomistas tendían a dejar fuera al sector financiero en sus modelos de economía avanzada. Sin una crisis financiera importante desde la Gran Depresión, resultaba conveniente dar por sentado que la fontanería financiera actuaba en un segundo plano. Los modelos, así simplificados, sugerían políticas que parecían funcionar -es decir, hasta que la fontanería retrocedió-. Y el fallo en las cañerías se debió a que el comportamiento de rebaño al que las políticas le han dado forma de maneras que recién ahora estamos empezando a entender- las ha inundado.
Entonces, ¿por qué no dejamos que las pruebas guíen las políticas, en vez de hacerlo la teoría? Por desgracia, es difícil conseguir pruebas claras a partir de la causalidad. Si se asocia una deuda nacional alta a un crecimiento económico lento, ¿es porque una deuda excesiva impide el crecimiento o porque un crecimiento lento hace que los países acumulen más deudas?
Consecuencias no intencionadas
Más de un econometrista ha creado su carrera a partir del descubrimiento de una manera inteligente de establecer la dirección de la causalidad. Por desgracia, muchos de estos métodos no pueden aplicarse a las cuestiones más importantes a las que se enfrentan los creadores de políticas económicas. Así que las pruebas no nos dicen realmente si un país con una gran deuda debería pagar su deuda o si debería invertir más.
Es más, lo que parece obvio, las soluciones con políticas de sentido común han tenido a menudo consecuencias no intencionadas, pues los objetivos de una política no son objetos pasivos, como en la física, sino agentes activos que reaccionan de forma impredecible. Por ejemplo, los controles de los precios, en vez de reducirlos muchas veces provocan escasez y la aparición de un mercado negro en el que las materias primas cuestan considerablemente más.
Todo esto significa que los creadores de políticas económicas necesitan poseer una enorme dosis de humildad, quedar abiertos a diferentes alternativas (incluyendo la posibilidad de que puedan estar equivocados) y estar dispuestos a experimentar. Esto no quiere decir que nuestros conocimientos económicos no puedan guiarnos, sólo que lo que funciona en la teoría (o lo que funcionó en el pasado o en alguna otra parte) debería de prescribirse con un correcto grado de desconfianza en uno mismo.
Pero, para los economistas que implican activamente al público es difícil influir en corazones y mentes calificando su propio análisis y cubriendo sus prescripciones. Es mejor reivindicar de manera inequívoca los conocimientos que uno posee, sobre todo si honores académicos pasados certifican que se es un experto como se dice. Éste no es un enfoque malo del todo si se llega a un debate público más duro.
El lado oscuro de dicha certeza, sin embargo, es la forma en la que influencie la manera en la que estos economistas se enfrenten a las opiniones contrarias. ¿Cómo convences a tus apasionados seguidores si otros economistas con las mismas credenciales adoptan el punto de vista opuesto? Demasiado a menudo la forma más fácil de influenciar a alguien es impugnar los motivos y métodos del lado contrario, en vez de reconocer y enfrentarse a los puntos de su argumentación. En vez de fomentar el diálogo público y de educar al público, éste es dejado a menudo en la oscuridad. Y esto desanima a economistas más jóvenes y con menos credenciales a la hora de decidirse a entrar en el discurso público.
Durante su monumental investigación sobre siglos de deuda pública y deuda soberana, los normalmente cuidados Reinhart y Rogoff cometieron un error en uno de sus estudios. El error no se encuentra ni en su premiado libro de 2009 ni en un ensayo posterior, de gran difusión, en el que responden al debate académico sobre su trabajo.
La investigación de Reinhart y Rogoff muestra de manera amplia que el crecimiento del PIB es más lento cuando la deuda pública es alta. Si bien hay un debate legítimo sobre si esto significa que un nivel de deuda alto causa un crecimiento lento, Krugman pasó a cuestionar sus motivos. Acusó a Reinhart y Rogoff de ocultar de manera deliberada los datos al público. Reinhart y Rogoff, sorprendidos por esta acusación -equivalente a una acusación de deshonestidad académica-, publicaron una refutación cuidadosa, incluyendo pruebas online sobre su no reticencia a compartir sus datos.
Para ser justos, debido a los puestos públicos e importantes de Krugman, éste se ha visto sometido a una enorme crítica personal por parte de mucha gente de derechas. Quizás el estilo paranoide en el debate público, centrándose en los motivos más que en el fondo, es una táctica de defensa efectiva contra los críticos furiosos. Por desgracia, esto toca también a las respuestas a opiniones contrarias más razonadas. Quizás un debate respetuoso en el mundo económico sólo es posible en el ámbito académico. El discurso público es demasiado pobre para ello.
Raghuram Rajan. Profesor de finanzas en la Universidad de Chicago Booth School of Business. Gobernador del Banco de Reservas de la India.