
Algunos medios han señalado que el BCE podría estar considerando el uso de herramientas como las del Banco de Japón o la Fed: multiplicar la inyección de dinero. Muchos analistas opinan que es lo más adecuado. Se trata de aumentar la base monetaria con el objetivo final de generar más inflación mediante la devaluación del efectivo, como en el caso nipón. Señalan que podría servir para diluir la deuda y por tanto no se aprecia amenaza alguna en la creación monetaria artificial. Pero en realidad, produciría una distorsión más profunda de lo que aparenta un aumento del IPC.
Los precios constituyen el sistema de información que hace funcionar una economía, gracias a dos mecanismos. El primero se basa en que cualquier agente económico actúa con un propósito, pero se enfrenta a una escasez de medios para alcanzarlo. Eso implica la necesidad de priorizar unos objetivos respecto a otros. Por tanto, existe un coste que debe afrontar y que resulta la clave de su planificación, por lo que debe poder medirse.
Así, el sistema de precios proporciona la información esencial sobre el posible uso alternativo de cada bien para que los agentes económicos tomen sus decisiones y planifiquen. El segundo, consecuencia del anterior, consiste en que los precios permiten coordinar todas las decisiones individuales. El mundo contiene una cantidad inmensa de recursos, bienes y servicios diferentes. Las formas posibles de combinarlos son incontables, pero la mayoría de ellas inútiles. La forma de evitar las conjunciones inservibles y centrarse sólo en las adecuadas es el sistema de precios, puesto que las que no aportan nada tienen valor económico nulo. De esa forma, llegamos a una combinación efectiva de recursos que, de otro modo, sólo podría ser tan probable como acertar la lotería.
Así, por ejemplo, el precio más básico de una economía es el del dinero, es decir, el tipo de interés. Si se reduce demasiado (o se aumenta la cantidad de dinero, que al final es lo mismo), los bienes que se compren a crédito, como la vivienda, se encarecen con fuerza, porque hemos impulsado su demanda de forma artificial. Los trabajadores tenderán a especializarse en fabricar ese bien, ya que el precio de su trabajo ha subido y cobran más. Por tanto, los empleados en otros sectores se encontrarán relativamente peor. Además, la economía producirá mucho más de ese bien de lo que sería necesario, lo que acabará corrigiéndose de forma dolorosa.
En segundo lugar, al bajar los tipos de interés, la inversión en maquinaria de las empresas se hace relativamente más barata que la contratación de nuevos trabajadores. Eso conduce a que la producción se fundamente más en el capital que en el trabajo. Pero esto, al estar fuera del equilibrio óptimo y no realizarse con ahorro, no conduce a mayor productividad. Por tanto, la renta de los asalariados pierde peso respecto a la del capital, algo muy criticado por determinados grupos políticos y sociales pero que no profundizan en sus causas.
El problema de los precios relativos
Así, combinando ambas situaciones, puede llegar a ocurrir que el trabajador medio no pueda pagar un bien básico como la vivienda sólo porque se ha producido una intervención en el sistema de precios, que supuestamente iba a beneficiarle. Y en cualquier caso, todos los agentes han acabado mucho más endeudados. Todo eso no se refleja en subidas o bajadas del IPC: el auténtico problema se encuentra en los precios relativos, es decir, en cómo se encarecen o abaratan unos bienes respecto a los otros, ante lo cual podríamos incluso tener la ilusión de una inflación general controlada.
La carrera de los bancos centrales por imprimir dinero o facilitar crédito perpetúa estas distorsiones. Se aumenta de manera artificial la masa monetaria hasta el punto de que los precios ya no contienen información. La excusa de aliviar el peso del pasivo no se sostiene, porque realmente ni se produce un aumento generalizado de los precios ni quien debe pagar la deuda puede aprovecharse de ello para aumentar ingresos, como ocurría en el pasado. Sólo hay un cambio relativo entre precios, que en el mercado de activos se aprecia especialmente en forma de incoherencias, burbujas y aumento de volatilidad. Pero además, todo lo anterior supone que el Banco Central tiene el control de lo que hace.
Pero en realidad, desconoce los niveles de precios en tiempo real, al igual que tampoco sabe el efecto completo de sus acciones, ni tiene medios para volver atrás sin causar un daño aún peor. A la larga, los bancos centrales podrían estar introduciendo más inestabilidad en lugar de reducirla. Y no sólo eso: si generan inflación desincentivan el ahorro, promueven la búsqueda de rentas fuera de las actividades productivas y profundizan en la cuantificación de todo, incluso fuera del ámbito económico. Por tanto, la inflación no soluciona nada, y mucho menos si es artificial.
Alberto Matellán, director de estrategia y análisis de Inverseguros. Profesor de Análisis Financiero de CUNEF.