La lucha contra la evasión fiscal y, en particular, contra los paraísos fiscales vuelve a estar en el candelero. Pero, ¿será esta vez la definitiva? Los centros financieros off-shore han desarrollado un importante rol (negativo) en diversos ámbitos a nivel internacional y, además, han estado asociados al "lado oscuro" de la globalización al impulsar sus consecuencias asimétricas. El G7 ya alertaba, en 1996, que "la globalización está creando nuevos desafíos en el ámbito de la política impositiva (?) y que se podía crear una dolorosa competencia impositiva entre Estados". Posteriormente, la OCDE exponía una serie de criterios para identificar a los paraísos fiscales. No obstante, las acciones brillaron por su ausencia y es que debe ser realmente difícil realizar una acción coordinada si Luxemburgo y Suiza -entre otros- son miembros de la comunidad.
El siguiente envite tuvo lugar en la cumbre del G20 en Washington (2008), cuando parecía que el sistema capitalista tocaba su fin. Un punto de la declaración institucional recogía dicho aspecto e incluso se la consideraba una de las razones de la crisis. Parecía que, finalmente, la lucha contra los paraísos fiscales avanzaba posiciones en el "orden del día". Tanto es así que en el siguiente encuentro (Londres, 2009), Gordon Brown, entonces primer ministro británico, llegó a declararlos "fuera de la ley" al mismo tiempo que la OCDE elaboraba tres listas: blanca, gris y negra. Sin embargo, la presión desde entonces disminuyó y, por tanto, aparecen con lógica ciertos interrogantes: ¿Cuáles pueden ser las razones para semejante permisividad? ¿Son técnicas? Difícil con la tecnología actual. Luego, ¿son ideológicas?
El neoliberalismo -no olvidemos su papel en esta obra- difunde su particular mantra a dos niveles. Por un lado, se encuentra el legal y la aproximación es simple. Si existe una ley que los prohíbe, lo que debe hacerse es demandar a los evasores y probarlo. Si no existe, y se cree necesaria, se tiene que "forzar" a los políticos para que la inscriban en su programa y la implementen cuando tengan ocasión. Por el otro lado, se halla el nivel ético ¿por qué hay que pagar impuestos? ¿Quién los va a administrar mejor, las empresas y los particulares o el gobierno? La respuesta neoliberal no deja lugar a dudas: los agentes privados.
Mi maestro diría que "el sistema fiscal ha sido pensado y establecido (?) para el bien más general y común de la sociedad (?) corregir el sesgo en la distribución del ingreso que realiza el mercado y ayudar a los más desaventajados. El sistema fiscal debe estar al servicio de la sociedad entera". En ese sentido, los que se niegan a pagar impuestos no solamente se niegan a redistribuir parte de su ingreso, sino que le niegan los medios de subsistencia y de vida al Estado. Evidentemente, hay quien piensa que maldita falta nos hace en la situación actual según qué tipo de dispendios y que un sistema público exagerado y costoso puede eliminar o reducir los incentivos al ahorro y a la inversión. Pero, los impuestos pueden contribuir al desarrollo de un país, como se ha demostrado tanto en la teoría como en la práctica, a través de un gasto público bien orientado.
Otra justificación hace referencia a la "planificación impositiva" y nos apela directamente. ¿Qué hacemos cuando el gestor nos indica ciertas posibilidades para "ahorrar impuestos"? Ante esta situación se precisan dos conceptos: compulsión y convicción. La primera es necesaria porque si los impuestos fueran facultativos, nadie los pagaría y todos intentaríamos ser "polizones"; es decir, no pagar y aprovecharnos de los impuestos de los otros; sin darnos cuenta de que todos a la vez no podemos serlo, simplemente porque no habría servicio "gratis". En cuanto a la segunda, recurriré a dos citas: "los súbditos de un Estado tienen que contribuir al mantenimiento del gobierno, lo más que se pueda en proporción a sus respectivas capacidades" y "la tributación para fines fiscales es absolutamente inevitable". ¿De quién dirían que son dichas argumentaciones? Pues de Adam Smith y John Stuart Mill, respectivamente. ¿Sorprendente, verdad? Y es que quizá deberíamos releer más a los clásicos en lugar de tener prejuicios y citarlos de oídas.
Por cierto, en el próximo artículo, hablaremos de cómo salir de la crisis?
Josep M. Sayeras, profesor titular del Departamento de Economía de ESADE.