
Hay diversas ideas y afirmaciones, diversos análisis de la realidad económica, que han triunfado como válidos o explicativos de la misma, bien por su simplicidad o carácter intuitivo, bien por repetirse como un mantra protector en medio de las incertidumbres e insuficiencia de información sobre los acontecimientos, pero que no son ciertos o al menos son sólo una verdad a medias, lo que -se dice- es la peor de las mentiras.
Después de todo, como ciencia social que es, la economía tiene más dificultades que otras materias a la hora de contrastar ideas o teorías, refutar las erróneas o simplemente desechar definitivamente las que otras fueron populares, como ya explicaron Friedman y Stigler.
Tal acontece con la idea, expresada de muy diversos modos sobre varios problemas económicos, de que la solución a los mismos es el crecimiento. Así, nuestro déficit se remedia si crecemos, porque nuestros ingresos fiscales serán mayores; nuestro paro se resuelve creciendo y, variante aún más errónea, si aumenta la demanda de cualquier manera (consumo, inversión, pública, privada...) que impulse la actividad de la economía; otra alternativa es que el gasto público es la vía para salir de esta o que dicho gasto es imprescindible para superar la crisis, como si fuese algo necesariamente positivo; asimismo nuestras pensiones, protección social o cuentas públicas no tendrán ya problemas si crecemos y se crea empleo. Y, en definitiva, nuestros días de penurias, ajustes, austeridad y elevadas cargas fiscales terminarán en cuanto el PIB crezca.
Por cierto, otro de esos mantras es el de la austeridad pública, que tiene una derivación en el insistente mensaje gubernamental de que los ajustes se han repartido equitativamente entre gastos e impuestos (de nuevo con otra variante como es la de los enormes ajustes del empleo público).
Una consecuencia y no una solución
Pues bien, aunque espero poder sustentar y ampliar con más detalle mis argumentos, debe desterrarse la idea de que el crecimiento es la solución de todos nuestros males, porque es más bien al contrario: el crecimiento es consecuencia de romper con los problemas, obstáculos, distorsiones y malas prácticas e instituciones que presenta, y no precisamente desde antes de ayer, nuestro sistema económico.
Si el crecimiento fuese condición necesaria -y suficiente, como piensan algunos- para resolver las dificultades, éstas no habrían tenido lugar en una economía que crecía al 3 o 4% interanual. Tal crecimiento habría resuelto los verdaderos problemas que se presentan en pensiones, desempleo, finanzas públicas y hasta mercados financieros y de crédito produciendo una rueda que habría potenciado más crecimiento. Es confundir la causa con el efecto. Si no, ¿por qué, entonces, se fue todo al traste? El crecimiento no asegura nada.
La forma de crecer
Un argumento inmediato es que, evidentemente, también importa cómo crecemos; la estructura de nuestro crecimiento económico. Con esto podemos empezar a afinar, pero no basta. Desde luego, la historia nos enseña que todo crecimiento inducido artificial o forzosamente por las autoridades (inyecciones de liquidez, reducciones del tipo de interés, inflaciones o estímulos de demanda, incluido el gasto público aunque sea de inversión...), que muchas veces viene empujado o con la aquiescencia de determinados grupos de presión privados, no resulta en un crecimiento sostenido y fundado en bases sólidas, como son el ahorro, la mejora en la productividad (sobre todo la productividad total de los factores) y los costes, la innovación y el conocimiento, sino normalmente derivado del crédito e inversiones excesivos, distorsionados por las manipulaciones sobre el conjunto de información de la economía (precios).
El crecimiento no resolvió, ni resolverá, nuestros auténticos problemas de pensiones, entre otras cosas porque crecer implicaría mejorar las rentas de la economía, entre ellas los salarios, y los trabajadores que se jubilen en el futuro querrán, al menos, mantener su poder adquisitivo. Los problemas de las pensiones son otros y el crecimiento ha contribuido, lo más, a maquillarlos.
Tampoco resolverá, ni resolvió, los problemas laborales. Ni siquiera cuando más crecimos y menor fue nuestra tasa de desempleo (8 por ciento) esa cifra era baja comparada con el resto de la UE; nuestra tasa de actividad -que había mejorado mucho por efecto de la inmigración- era ridícula (59 por ciento); el paro juvenil osciló entre el 18 y el 24 por ciento y las diversas dicotomías y problemas de estructura (cualificación) del mercado se mantuvieron. El crecimiento permitió -eso sí- a los políticos velar la existencia de tales problemas y trasmitir la imagen de que todo iba de maravilla.
Igual aconteció en nuestras cuentas públicas y los famosos dos superávits fiscales, que en absoluto respondían al ajuste o reforma de nuestros problemas estructurales de gastos e ingresos públicos. Todos esos casos o sectores de la economía -y otros- tienen sus propios problemas o males que, de persistir, seguirán dificultando nuestro empleo y crecimiento.
Aunque en este terreno pueda tener perdida la disputa ideológica o propagandística, jamás daré por perdido el análisis académico o científico, pese a que muchos consideren que el sol sale por donde dice el BOE o su ideología.
Fernando Méndez Ibisate, profesor de la Facultad de CC. Económicas y Empresariales de la Universidad Complutense de Madrid.