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A largo plazo todos muertos

Imagen de Thinkstock.

He tenido la tentación de titular este artículo "De deuda, austeridad, estímulos, crecimiento y relaciones de causalidad en economía", pero me parecía demasiado largo y aún siendo consciente de que uno de los problemas fundamentales con que nos encontramos los economistas consiste en explicar las relaciones de causalidad de los fenómenos económicos, y sobre este tema va a versar la hipótesis central aquí defendida, he preferido comenzar por los principios.

Desde que conocemos testimonios escritos sobre teoría monetaria, los distintos autores que han abordado el problema se han preocupado de explicar no sólo las funciones del dinero, sino también las características que debe tener para que pueda cumplir con su función. Desde siempre se ha defendido la estabilidad de su valor para conseguir tal objetivo.

Comencemos por el principio

Desde Aristóteles hasta el siglo XV se pensó que la condición necesaria y suficiente para que el valor del dinero permaneciera estable, y de esta forma también los precios lo fueran y no alteraran ni la distribución de la renta ni el contenido de los contratos, era que las monedas tuvieran pleno contenido metálico, esto es, que el valor facial de las monedas coincidiera con el valor intrínseco de las mismas, esto es, con el valor del oro o la plata de que estaban hechas.

En el siglo XVI los españoles Domingo de Soto, Martín de Azpilcueta, Tomás de Mercado y Luis de Molina se dieron cuenta de que el pleno contenido metálico, siendo una condición necesaria, no lo era suficiente, y descubrieron la teoría cantidad de dinero de los precios y explicaron las variaciones de los precios por las variaciones en la cantidad de dinero. Nuestros autores, lo mismo que haría Marshall en 1871, aplicaron el análisis de oferta y demanda para explicar el valor del dinero. Sería Irving Fisher en 1911 quien daría forma a la teoría cuantitativa tal y como la estudian los alumnos de economía en los manuales de Macroeconomía, esto es, la cantidad de dinero (M) multiplicada por la velocidad de circulación (V) es igual al nivel general de precios (P) por el número de transacciones (T), MV=PT.

En el ámbito académico se parte de un supuesto excesivamente fuerte, aunque avalado por la evidencia empírica, de que la demanda de dinero es constante y de ahí que pensemos que los aumentos en la cantidad de dinero más allá del aumento de los bienes y servicios intercambiables por dinero se convierten en aumentos del nivel general de precios.

La profecía de Keynes

Pues bien, John Maynard Keynes en el año 1923 publica un libro titulado Breve tratado sobre la reforma monetaria. En el capítulo III, I, 'La teoría cuantitativa del dinero', Keynes analiza los distintos términos de la cuantitativa y pone de manifiesto el supuesto de la constancia de la demanda de dinero y afirma que "en el largo plazo ello es probablemente cierto (...) Pero este largo plazo es una guía confusa para la coyuntura. En el largo plazo estamos todos muertos". Keynes tenía razón y desarrollaría esta idea en la Teoría General con su concepto de preferencia por la liquidez.

Pues bien, a pesar de que estamos así desde finales de 2007, tal vez todavía no estemos en el largo plazo, pero por el camino que llevamos, con las políticas disparatadas de los bancos centrales y los economistas liberales hablando de velocidad de circulación como si no conocieran o no entendieran el concepto de demanda de dinero, es posible, Dios no lo quiera, que se cumpla la realista aunque siniestra profecía de Keynes, esto es, que la persistencia en la recesión y el paro masivo provoquen la aparición de los jinetes del Apocalipsis y nos arrojen a la muerte.

Es asombroso que el estallido de la crisis fuera provocado por comportamientos al borde de la delincuencia en los mercados financieros, alentados por la falta de regulación y por las facilidades monetarias con unos tipos de interés excesivamente bajos, y ahora el único remedio postulado para salir de la misma sean los aumentos de la cantidad de dinero para estimular la demanda y el crecimiento económico.

A lo más que se ha llegado para explicar la ineficiencia de la política monetaria es a referirse al "colapso de la velocidad de circulación"; cuando la realidad es que la demanda de dinero está desbocada. La causa de la recesión no es la austeridad, ya que no podemos gastar más de lo que tenemos continuamente, de ahí que sea necesario conseguir los equilibrios macroeconómicos.

El desbordamiento de la demanda de dinero explica la falta de oferta de crédito, pero también la escasez de demanda del mismo. En la actualidad lo que explica esta situación de desesperanza es la falta de confianza y la incertidumbre debido al deterioro institucional, empezando por las instituciones financieras y terminando por las políticas y sociales. Los aumentos en la cantidad de dinero, cuando lleguen al mercado, se van a traducir en aumentos del nivel de precios sin solucionar ninguno de los problemas que tenemos planteados.

Victoriano Martín, Catedrático de Historia del Pensamiento Económico. Universidad Rey Juan Carlos.

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