
Cuando a principios de siglo se lanzó el euro, pretendía ser un rival para el dólar. Convertirlo en la moneda de reserva y divisa del mundo era, al menos extraoficialmente, parte de la razón para crearlo. Los funcionarios de Frankfurt y Bruselas no perdieron la oportunidad de jactarse de cada señal de que el euro iba ganando terreno a la unidad estadounidense como estándar mundial.
Cada vez que un banco central incrementaba su tenencia de euros, se presentaba como un triunfo para Europa, y una derrota para Estados Unidos.
Hubo algún éxito por el camino. Durante la primera década de la existencia del euro fue incrementando regularmente su cuota de reservas globales, y se habló de que los precios de los productos claves iban a abandonar el dólar. No era difícil entender por qué. La zona euro tiene una economía más grande que la de Estados Unidos, e incluso en este momento de la crisis sigue teniendo unos déficit menores si la medimos como una economía única. Hasta la erupción de la crisis griega empezaba a parecer una moneda más fuerte.
Sin embargo, ahora es al contrario. Las últimas cifras del Fondo Monetario Internacional nos cuentan que los países en vías de desarrollo se libraron de 45.000 millones de reservas de euro en 2012, y han vendido 90.000 millones de dólares desde 2011. Las naciones en vías de desarrollo -que importan, porque como grandes exportadores suelen tener superávit comerciales y, por lo tanto, acumulan grandes reservas- mantenían el 31% de sus tenencias en euros allá por 2009. Ahora sólo mantienen el 25%.
Cada vez hay más señales de que la gente también hace acopio de dólares. Según las recientes cifras de la Reserva Federal, el importe de dólares en efectivo en circulación ha subido al 42% desde 2008, principalmente porque los europeos están guardando un número cada vez mayor de billetes de alto valor bajo sus colchones. "Cuando la crisis de Europa empeoró en la primavera de 2010, las tenencias de moneda estadounidense se elevaron bruscamente", afirmó John Williams, presidente de San Francisco Fed, en la memoria anual de su banco. "Y siguieron subiendo cuando las turbulencias económicas y políticas y la incertidumbre por el futuro hizo que los europeos salieran en desbandada a convertir parte de sus euros a dólares".
Seguro que la conversión a dólares se ha acelerado desde la crisis de Chipre. Se habrán acumulado muchos más billetes de 100 dólares por todo el sur de Europa. También habrá habido mucho más interés en las divisas digitales emergentes: los rusos, según los datos de búsqueda por Internet, han sido los que más interesados se han mostrado en el Bitcoin, pero podemos estar seguros de que muchos europeos también habrán empezado a investigarlo.
Al fin y al cabo, ahora está claro que no hay ningún depósito que esté verdaderamente seguro en ningún banco de la zona euro. Tras la crisis de Chipre, los gobiernos han demostrado que están dispuestos a asaltar las cuentas para conseguir efectivo cuando lo necesiten. Si lo han hecho en Chipre, también pueden hacerlo en España e Italia. De hecho, la verdad es que no está nada claro si un depósito en euros en un banco, europeo o no, está verdaderamente seguro. Cuando los gobiernos empiezan a secuestrar activos de manera arbitraria, no hay muchos límites para lo que podrían hacer. Resulta difícil pensar en un incentivo más claro para sacar su dinero del euro.
¿Adónde irá todo? A pesar de todo el bombo, no hay mucha gente que vaya a poner mucho dinero en las nuevas divisas digitales como el Bitcoin, al menos no hasta que cuenten con un historial mucho mejor. A otras grandes divisas como el yen o la libra los bancos centrales intentan ponerlas por los suelos. Hay un límite a cuánto oro la gente quiere tener, y pequeñas divisas de puerto seguro, como el franco suizo o la corona noruega, no pueden gestionar las ingentes cantidades de capital que salen del euro.
¿El resultado? El dólar ha vuelto a la cumbre, al menos de momento. Para los inversores, esto importa. La divisa mundial dominante siempre va a formar parte esencial de todas las carteras. El ex presidente francés Valéry Giscard d'Estaing una vez describió el control de la divisa de la reserva mundial como un "privilegio desmesurado", y como pasó a convertirse en uno de los principales arquitectos del euro, está claro que pretendía conseguir esos privilegios para Europa.
Los beneficios están claros. Como todo el mundo tiene que tener la divisa mundial, los costes de endeudamiento son muy inferiores de lo que serían de otro modo. Es imposible tener una crisis de la balanza de pagos con independencia de lo ingente que sea el déficit, porque no hay más que emitir mucha más moneda para pagarla. De hecho, gran parte de su deuda es gratis: según la Reserva Federal, dos tercios de los 1.175 billones de dólares en efectivo que hay en el extranjero, lo que asciende a un ingente préstamo sin intereses para Estados Unidos. Costaría 19.000 millones de dólares al año amortizar esa deuda.
Cierto, los fundamentos económicos ya no llegan a justificar la posición del dólar. Sus finanzas públicas están en peor forma que prácticamente cualquier economía importante aparte de Reino Unido. Ya no es el jugador dominante del comercio mundial que era hace 60 años, no porque a Estados Unidos le esté yendo mal, sino porque la economía mundial se ha hecho mucho mayor. Para 2016, según cálculos del FMI, China le habrá superado como mayor economía del mundo.
Acabará por emerger una divisa que desafíe al dólar. Cuando Gran Bretaña quedó eclipsada por Alemania y después Estados Unidos, la libra esterlina fue dando tumbos un tiempo como divisa de reserva, pero su papel crucial en el sistema financiero mundial no podía mantenerse mucho tiempo. Algo llegará para sustituir al dólar, pero no será el euro. La crisis sin fin dentro del área de la moneda única, y la temeraria decisión de secuestrar los depósitos bancarios en Chipre lo ha imposibilitado. Y a falta de competencia seria, el dólar seguirá siendo el pilar del sistema financiero mundial durante al menos otra década, y será parte clave de cualquier cartera de inversión.
Matthew Lynn. Director ejecutivo de la consultora londinense Strategy Economics.