
A ninguno de nosotros nos resulta ya extraño escuchar el cambio de paradigma en el que actualmente estamos inmersos. La crisis ha echado por tierra muchos de los planteamientos que hoy ya forman parte del pasado y la coincidencia de factores coyunturales y estructurales no han hecho más que acelerar nuestra predisposición al cambio, en la mayoría de los casos por propia supervivencia.
No obstante, y en la apreciación de las circunstancias que nos rodean, hay dos errores que solemos cometer. Por un lado, es frecuente buscar responsabilidades en los demás, echando balones fuera sobre cualquier tipo de implicación personal. Es más fácil culpar al vecino que hacer un ejercicio objetivo de reflexión y evaluar decisiones propias que pudieran no haber sido las más acertadas, así como actuaciones imprudentes en las que nos hemos querido aprovechar de la coyuntura. Nuestro segundo error, derivado en gran medida del primero, radica en no asumir la voluntad personal de cambio, salvo que sea ésta nuestra única opción. El cambio es para los demás, solemos pensar, olvidando que todo cambio es una oportunidad para la mejora, y un ejercicio necesario si queremos ser los actores de nuestro futuro, y no unos meros espectadores.
Se abusó del 'todo vale'
Son éstas las reflexiones previas que me llevan a hacer una valoración crítica del sector de la consultoría, objeto de todo tipo de excesos, en uno y otro sentido. A ninguno de los que estamos en el sector se nos escapa la diferente valoración que tiene en nuestro país, respecto de otras culturas europeas, la contratación de este tipo de servicios.
Y es que en los años de bonanza hemos abusado de la erróneamente extendida idea del todo vale, con prácticas que anteponían la rentabilidad al valor, dos conceptos que muchos entendían como distintos. Desde el lado del consultor, no le hemos dado la importancia que merece a la experiencia, al conocimiento de una determinada materia, y en ocasiones se ha caído en el oportunismo ofreciendo servicios a clientes para los que no se contaba con la necesaria experiencia. Desde la empresa receptora del servicio, los mecanismos de decisión no siempre han sido suficientemente claros, con reglas del juego difusas y sometidas en exceso al personalismo, en detrimento de la transparencia del proceso de decisión.
Una vez en crisis, la situación dista de mejorar. Los clientes -muchos de ellos- han impuesto la única regla del precio o coste, y, llevados por un instinto de supervivencia, los proveedores hemos aceptado esa norma, mermando la capacidad de la profesión para generar valor y resultados tangibles para nuestros clientes. Pocas veces -de ahí la reflexión inicial de buscar la responsabilidad en otros- caemos en la cuenta de que son también las prácticas de contratación en las que participamos las que deberían contribuir a la mejora de la productividad. Sacar a concurso un proyecto a precio cerrado, equiparando entre los proveedores el número y horas de los recursos invertidos, es también un error que pone en la misma balanza a los mejores y a los peores, en perjuicio de la productividad y de la búsqueda de valor. Y esta cadena sólo nos lleva a consecuencias perniciosas, incluso en el ámbito socioeconómico.
Estas reglas del juego nos han llevado también a una falta de adecuación entre los salarios y la valía de los profesionales. Lo que indudablemente ha tenido su impacto en la disminución de titulados en carreras de ingeniería durante los últimos años, con lo que ello conlleva para nuestro futuro a medio y largo plazo. Afortunadamente, las circunstancias han puesto de manifiesto que éste no es el camino. Y el cambio que todos debemos buscar no es un nuevo mantra, no. Simplemente se trata de recuperar los viejos principios, los dictados por el sentido común. Buscar y construir nuestro valor, sobreponiéndolo a otras batallas. Perseguir y retener el talento de nuestros profesionales, y enarbolarlo ante nuestros clientes. Aumentar la rentabilidad por la diferenciación de nuestros servicios y no recurrir a abaratar la mano de obra. Sólo así contribuiremos a recuperar el prestigio de una de las profesiones que nos permitirá sacar adelante nuestro país.
Antonio Crespo, Director general de QuintWellington Redwood.