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Gran Bretaña no puede ignorar a Grillo

  • En tiempos de crisis y enajenación el mensaje político más poderoso es el cambio

Británicos e italianos coinciden en una cosa: les gusta no hacer caso de la política italiana, y mucho más cuando hay elecciones, por la sensación de que no les incumbe, aunque por distintos motivos. Ja ja, decimos nosotros; después del bufón de Silvio Berlusconi ahora tienen a un cómico peludo, Beppe Grillo. La misma ópera bufa ridícula centra ahora su atención cómica en el terrible euro. Omiodio, dicen los italianos, nuestra política se ha metido en un buen lío de intereses propios, con muchas personalidades pero sin programa ni esperanza. Así es Italia y no hay quien la cambie. Estas reacciones al sorprendente desenlace electoral del 25 de febrero son dos formas comprensibles pero erróneas de esconderse de sus repercusiones. El resultado implica graves peligros tanto para Italia como para Europa (que, por cierto, incluye a Gran Bretaña), aunque también oportunidades y lecciones importantes.

La lección principal del éxito del Movimiento Cinco Estrellas de Grillo, que se alzó de la nada para acaparar una cuarta parte de los votos nacionales y más de 160 escaños en las dos cámaras del Parlamento, es que en tiempos de crisis y enajenación el mensaje político más poderoso (y necesario) es el del cambio. Sólo sería exagerar modestamente decir que Tony Blair arrasó en 1997 por la misma razón, gracias a que capturó la idea de lo nuevo.

Toda la clase dirigente política italiana, que desgraciadamente incluye al salvador del año pasado, Mario Monti, ha conseguido con maestría ignorar el hambre de cambio y se ha aferrado a otra idea sencilla, la de lo antiguo. Lo hizo Berlusconi, aunque al menos escuchó a sus votantes y ofreció la vieja promesa de recortar el impuesto más impopular del país, lo que los liberal-demócratas llaman el "impuesto de las mansiones".

Ni Monti ni los favoritos, el Partido Democrático equivalente a los Laboristas británicos, dirigido por Pier Luigi Bersani, ofrecieron a los votantes ningún atisbo real de esperanza. Monti perdió su imagen de intruso con integridad, aliándose con los viejos grupos centristas desacreditados y la Iglesia católica, y se quedó sin esperanzas de desmentir la idea de que subiría los impuestos y obligaría a hacer sacrificios a la gente. Bersani es un comunicador tan soso como Monti, pero no se esforzó en demostrar que sería capaz de romper con la pasión de la vieja izquierda hacia los sindicatos, el gran Estado y los impuestos altos. Pensó que acabaría en el poder por derecho natural de su partido.

La oportunidad ahora es aprender la lección, pero también explotar ese deseo de renovación que ha despertado Grillo. El cambio es lo que los políticos deben ofrecer ahora, sobre todo en un país como Italia, atascado en una recesión, con más del 11% de paro y los ingresos cayendo en picado, jóvenes titulados emigrando a manadas (incluso a la paralizada Gran Bretaña) en busca de mejores oportunidades y una clase política tremendamente cara que se considera el problema, no la solución.

Primero debería venir el regateo para formar gobierno, aunque sea temporal. Ganarán los líderes dispuestos a asumir en cierto modo la agenda del cambio de Grillo, y el propio Grillo si su equilibrio de poder logra centrarse constructivamente en una serie reducida pero concreta de reformas, probablemente sobre el sistema político en sí (ley electoral, número de diputados y cargos políticos locales, salarios y pensiones de los diputados), que mantengan a sus propios diputados leales y sienten las bases para una segunda elección, posiblemente dentro de un año como mucho.

Sin embargo, la gran oportunidad es cómo reposicionar a los partidos y mensajes para las siguientes elecciones. Es a la vez oportunidad y lección, con implicaciones para otros miembros de la Eurozona y para Gran Bretaña. Aferrarse al statu quo y huir del cambio es la receta del fracaso. Por el contrario, la obsesión unidimensional con la austeridad, la reducción del déficit y la deuda porque sí, sin importar las consecuencias, es un acto suicida.

Gordon Brown solía hablar de "prudencia con propósito" y no era mala idea. El mensaje de la austeridad en la Eurozona y Gran Bretaña ha ido demasiado lejos porque está cavando el hoyo económico todavía más y se ha convertido en una torpeza política.

Para conservar los apoyos debe ir unido a un sentido convincente de propósito, un lenguaje de esperanza y oportunidad. En el contexto italiano, los que más necesitan aprender esta lección son Bersani y Monti.

El principal oponente interno del partido de Bersani, el alcalde de Florencia de 38 años y admirador de Blair, Matteo Renzi, ha reconocido que además de simbolizar el cambio y la juventud, él y el Partido Demócrata deben buscar un lenguaje de liberalismo que no sea punitivo ni didáctico: habla de hacer Italia "más sencilla" quitando burocracia y otros obstáculos. Bersani, a sus 61 años, debería abrazar esos mensajes y modernizar su partido o le acabará derrocando Renzi. Monti también necesita encontrar su lenguaje y evitar que el liberalismo suene parecido a sadomasoquismo.

¿Lo conseguirán? Tal vez, porque la conmoción tras las elecciones ha sido tremenda, aunque también tiene sus riesgos, que compartimos todos en Europa. La ira frustrada y las reivindicaciones de cambio conducen directamente al extremismo. ¿A quién votar si los principales partidos no ofrecen nada? En Italia, si el movimiento de Grillo decepciona y los viejos partidos no cambian, surgirán más movimientos populistas extremos para llenar el vacío. La protesta, hasta ahora extraordinariamente tranquila y pacífica, podría tornarse violenta.

A los comentaristas británicos les gusta centrarse en la amenaza de todo esto para el euro, que es real pero no tan grave de momento, salvo que Italia vuelva a dar bandazos hacia la bancarrota y eso no parece muy probable. La mayor amenaza es la evidencia de que el apoyo a Grillo revela volatilidad política y deseo de alternativas. Esa volatilidad y ese deseo existen también en Gran Bretaña, como en cualquier otro lugar de Europa. Si lo ignoramos es por nuestra cuenta y riesgo.

Bill Emmott, director de The Economist en 1993-2006. ©The Times.

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