Si el hombre es el único animal que tropieza dos veces sobre la misma piedra, el homo economicus es capaz de hacerlo como mínimo tres o cuatro. Tras los dramas que se han vivido y se viven en España por invertir en sellos, en emisiones de pagarés no autorizados por la CNMV y en las archiconocidas preferentes al calor de una rentabilidad aparentemente segura y alta, uno podría pensar que hemos tenido suficiente dosis de aceite de ricino como para entonar el nunca máis al unísono.
Lamentablemente, la realidad es otra. ¿Cómo es posible que sigan siendo innumerables los casos de particulares que entran en las oficinas bancarias a pedir rentabilidad y que, cuando escuchan el porcentaje que una entidad medianamente solvente puede ofrecer, contestan que si no les dan más se van a otra cualquiera? ¿Cómo puede ser que se siga escuchando con demasiada frecuencia cuando se solicitan productos sin riesgo el ya clásico "pero ¿sólo me das eso?"
Recientemente vi a una empleada de banca, de un barrio humilde de Madrid, intentar explicarle a un potencial cliente que la rentabilidad sin riesgo, que es la que da el Banco Central Europeo, era de un 0,55%. Y, por lo tanto, el 4% que pedía el intrépido ahorrador como mínimo, era la friolera de ocho veces más alto de lo que se considera actualmente como producto realmente seguro.
Cuando veo que hay personas dentro de un sistema financiero, más que mejorable, que se esfuerzan por hacer su trabajo honradamente y a cambio reciben palos de sus jefes y de sus clientes, me entra un ligero atisbo de esperanza. Cuando me doy cuenta de que prácticamente nadie está dispuesto a pagar un solo céntimo para que alguien le diga toda la verdad sobre los productos financieros que adquiere, en los que invierte los ahorros de una vida en busca de una rentabilidad concreta, aunque sí lo hacen cuando necesitan un abogado o un dentista, pienso que no es esperanza sino ingenuidad lo que siento.
Y, cuando escucho a determinadas autoridades que anuncian que escándalos como el de las preferentes no van a volver a ocurrir, me doy cuenta de lo equivocado que estoy. Mientras no estemos dispuestos a pagar por asesoramiento, y mientras que exista ingeniería financiera, no hay marco regulatorio ni evolución de MiFID (directiva comunitaria de inversión en mercados financieros) que limite el deseo de lucro de unos y la avaricia de otros.
Cuidado con los cocos
Pondré un ejemplo real y concreto. Europa está viendo renacer un tipo de producto que, con un poquito de la cirugía financiera antes mencionada, podría tener un parecido más que razonable con las preferentes. Son los bonos cocos (contingent convertible bonds). Salvo por el nombre anglosajón, que recuerda a los españolitos de cierta edad lo que les decían sus abuelas que iba a venir si no se acostaban pronto, son unos productos con una pinta aparentemente buenísima. Podrían pasar por inocentes bonos corporativos de empresas sólidas, que tanto gustan últimamente. Ofrecen una rentabilidad fija y muy alta, por ejemplo un 8%, que viene escrita junto al nombre de cualquier compañía muy conocida y con el que uno puede perder dinero sólo si pasan cosas muy raras. Además, aunque cuando los compras son líquidos, cuando necesites venderlos no lo son. ¿Les suena, verdad?
Simplificando un poco, pero por ser claro, un coco es un producto en el que, a cambio de un cupón atractivo, asumes que vas a ser bonista cuando la bolsa suba y que, además, serás accionista cuando la acción de la compañía sobre la que tienes el coco caiga. Es un producto que le viene genial a la compañía que lo emite, pero que, salvo que no haya volatilidad en los mercados, es francamente malo para el inversor. En un momento donde la volatilidad de los mercados internacionales está en mínimos, y en Europa tres desviaciones típicas por debajo de la media histórica, es como para pensárselo dos veces, aunque un coco se tradujera como "bono corporativo con contingente incorporado".
Desde un punto de vista financiero es utilísimo parafrasear a medias a Kennedy cuando decía: "No pienses en lo que tu país puede hacer por ti, sino en lo que tú puedes hacer por tu país". Y decirse uno a sí mismo antes de adquirir cualquier producto financiero: "No pienses en lo que tu banco y los reguladores pueden hacer por tus ahorros, piensa en lo que tus ahorros necesitan de ti". Que cada uno elija libremente si quiere formarse, pagar a un asesor o dejar el destino de sus ahorros a la divina providencia. Pero no seamos financieramente ingenuos, pensando que funciona "todo gratis porque yo lo valgo", porque es como hacerse trampas en el solitario y una nueva demostración del clásico: no hay mayor sordo que el que no quiere oír.
Juan Ramón Caridad, director del Máster de Finanzas e Inversiones Alternativas (FIA). @JuanraCaridad