Firmas

Cuidado con el champán y las 'OMT'

Desde el principio de la crisis he sido, soy y sigo siendo optimista sobre el futuro del euro y del sistema financiero europeo. A España le bastaría un año sin malas noticias económicas -no hace falta ni que sean buenas- para que, cuando terminemos este recién estrenado 2013, tuviéramos buenos motivos para abrir una botella de champán y brindar por que en 2014 la recuperación, además de reflejarse en nuestros niveles de solvencia, le llegue a la gente de la calle tras la purga de puestos de trabajo que se le avecina este año al sector financiero local.

No obstante, me inquieta que, financieramente hablando, se confunda el tomarse una copa con beberse la botella entera, o se piense que la carta a los Reyes Magos de 2013 es la de 2014.

Por mucho acuerdo que se haya alcanzado para evitar el abismo fiscal en Estados Unidos -que no deja de ser un parche temporal hasta febrero y que esconde profundas diferencias entre el Congreso y el Senado sobre si se logra a base sólo de subidas de impuestos o también con recortes de prestaciones-, no debemos ser tan complacientes como para creer que esto es motivo de sobra para explicar que la prima de riesgo italiana caiga casi un 50% desde máximos, en vísperas de un complejo proceso electoral, o que la volatilidad en Europa esté tres desviaciones típicas por debajo de su media histórica mientras se está decidiendo si se le aplican a Chipre las mismas quitas que a la deuda helena.

La deuda sigue siendo la que había, el crecimiento se mantiene tan raquítico como de costumbre y no dejamos de sudar tinta china para reducir los déficits. El sustento de este sentimiento de exaltación bursátil, que nos ha permitido apuntarnos a la fiesta de Nochevieja americana, sigue siendo el BCE. Es Draghi quien sigue garantizando la liquidez del sistema financiero, que en ocasiones llega a los 400.000 millones de euros para España, gentileza principalmente de nuestros vilipendiados amigos germanos, y sin la cual la resaca bordearía el coma etílico, porque las constantes vitales de nuestras economías son las mismas que hace 15 días.

Cuando se nos pase la resaca navideña y nos hayamos terminado las sobras del roscón -que siempre queda en cada casa y que uno se acaba comiendo a pesar de haberse prometido la noche anterior que se ponía a régimen desde ya-, va a venir el verdadero momento clave de 2013. Comenzarán las refinanciaciones, volverán los supuestos especuladores a cuestionar nuestro nivel de endeudamiento -que sólo aparecen cuando los mercados caen, porque cuando suben se les llama inversores-, y es previsible que volvamos a ver tensiones en las primas de riesgo. Será entones cuando asistiremos a la velada estelar de esta temporada.

En una esquina, con potente impresora cargada de tinta para generar toda la liquidez que la inflación permita, y campeón indiscutible de los pesos pesados financieros, estará Mario Draghi. Y, en la esquina contraria, políticos que no avanzan hacia la integración, doble cita electoral en Italia y en Alemania y un montón de entidades financieras deseosas de hacer caja con las plusvalías generadas por las toneladas de bonos periféricos acumulados en sus balances. La presión vendedora de deuda puede ser muy fuerte, y si la unión fiscal no está avanzada Draghi tendrá que usar sus hasta ahora infalibles inyecciones de liquidez (OMT: outright monetary transactions) para garantizar la estabilidad del sistema. Sobre todo y más importante, de su efectividad dependerá en parte la credibilidad de la capacidad de intervención de la institución. Del resultado de este combate, y de la deseable victoria del campeón, es de donde saldrán los motivos para descorchar botellas. Y digo de champán y no otro espirituoso porque, a pesar de la afición que hay hoy a que los niños estudien chino y los mayores alemán, lo que va a ser clave a corto plazo es entenderse con el francés. Francia, con todos los países periféricos ganando competitividad a base de recortes de plantilla y de salarios duros, es el siguiente en tener que pasar por la peluquería para un buen corte. No puede haber verdadera unión en Europa si un alemán trabaja hasta los 67, y se le puede despedir en semanas, mientras que en Francia se jubilan con 60 y su flexibilidad laboral es infinitamente menor. Cuanto mejor le vaya a Francia, más fácil será esa consolidación de políticas francogermanas, y mejor nos irá a todos.

Juan Ramón Caridad, Director del Máster de Finanzas e Inversiones Alternativas FIA. Twitter: @JuanraCaridad.

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