Las fronteras de ayer van desapareciendo por obsoletas. Hoy no se concibe un mercado circunscrito a una región, a un país. Este principio de elemental economía es axioma en todo el mundo menos en España. Acá nuestra casta política ha creado 17 Taifas que alcanzan el más sublime de los ridículos en su afán de establecer especificidades, particularidades, diferencias. Ahora el Gobierno nos descubre que la jungla administrativa de las comunidades autónomas es un pantano de 100.000 (cien mil) normas que han roto la unidad de mercado. Pero para nuestra casta política, nuestras decenas de Consejerías y Parlamentos Autonómicos, lo trascendente es lo suyo, no lo de todos.
Darwin descubrió que la función crea el órgano. Nuestros políticos han transmutado este principio en que el órgano (las Administraciones Autonómicas) crea la función (las decenas de miles de reglamentos, órdenes y disposiciones). Valdría la pena recordar que en el Estado de California, cuyo PIB supera al de España, o en el de Texas, de superficie semejante al de la Península, sus Congresos están en sesión solamente tres meses al año? mientras los 17 nuestros lo hacen todo el año.
Así se entiende que tanta Administración y tanto Parlamento deban justificarse mediante la producción de un bosque intransitable de disposiciones y normas. El Gobierno se ha comprometido a que en enero una licencia otorgada por la comunidad de Cantabria sea válida en Andalucía. Y que lo que apruebe Cataluña sirva para Extremadura. Porque resulta grotesco que sea más sencilla la homologación de un servicio, de un producto europeo que de uno español para diferentes comunidades autónomas. Y al final resultará que descubriremos que toda la carísima superestructura funcionarial y política, que la gigantesca e insoportable Administración en lugar de servirnos les servía a ellos: a sus sueldos y prebendas. A ver si resulta que la crisis será una bendición.
Por Javier Nart, abogado.