Se dice que la política es el arte de lo posible ignorando que la política también debe consistir en hacer posible lo necesario. El entramado del euro nació cojo. A nadie con un mínimo de sensatez se le ocurre sentarse en una silla con sólo dos patas: un mercado y una moneda común y dejar fuera del diseño los otros dos puntales indispensables para una unión monetaria estable: un alto grado de armonización financiera primero, que posibilite después la progresión hacia una mayor integración fiscal.
En menos de seis meses, un tiempo récord para la intrincada estructura comunitaria, se ha logrado materializar un acuerdo sobre el Mecanismo Único de Supervisión (MUS), el primero de los tres pilares que conformarán una futura Unión Bancaria que estará en pleno funcionamiento el año 2014. Toda una hazaña que abre una nueva etapa en el proceso de construcción de una auténtica estructura federal europea. La supervisión del sector bancario por parte del Banco Central Europeo significa eliminar las veleidades nacionales que por interés o prestigio permiten que prosperen políticas crediticias insostenibles a largo plazo y pondrá a resguardo a los Estados de la venalidad y las interesadas euforias del sector financiero. Todo un alivio para las clases políticas nacionales, tan remisa ellas a tomar decisiones impopulares, y tan dadas a surfear sobre los problemas para poder arribar gloriosamente a la próxima cita electoral.
Ahora, como en esos guateques de adolescentes, Bruselas podrá irrumpir en la sala para retirar el ponche de sangría y bajar el sonido cuando la fiesta se desmadre. Aquí la letra pequeña es importante. No sólo serán los doscientos bancos considerados como sistémicos, aquellos con un activo superior a 30.000 millones, los que estarán constantemente bajo la lupa; cualquier banco de los 6.000 que constituyen el sector financiero comunitario, independientemente de su tamaño, podrá ser intervenido por los hombres de negro de Bruselas si se detectan graves problemas en su gestión.
Una supervisión que no se limitará sólo a ladrar alerta, sino que estará dotada con buenos dientes: la potestad para cerrar y vender los remanentes de los bancos intervenidos o, en último lugar, si estuviera en peligro la estabilidad del sector, gestionar su rescate. Y aquí la Comisión es bien clara, las pérdidas recaerán primero en los accionistas y otros acreedores y subsidiariamente, si esto no fuera suficiente y fuera necesario montar un rescate, por el propio sector financiero ex post, mediante la introducción de nuevos impuestos que graven sus ingresos. Un criterio que el refranero plasma con su habitual concisión: "que cada palo aguante su vela", y una medida que el sufrido contribuyente, ese que ahora está pagando los platos rotos, seguro acoge con agrado pero que le plantea el interrogante de por qué fiarla al futuro y no aplicarla también a la situación presente.
No es de recibo la tesitura de que los beneficios sean exclusivamente de unos pocos y sin embargo el reparto de los "duelos y quebrantos" sea generalizado. Y aquí no nos estamos refiriendo precisamente a ese sabroso plato manchego cuyo ingrediente principal es el chorizo. En cuanto los bancos empiecen a andar por su propio pie y el crédito se normalice, el sector financiero debería restituir al contribuyente el dinero que se ha empleado en su rescate. Una política temporal de impuestos especiales sobre beneficios -antes de bonificaciones a directivos y otras prebendas- con un destino final social definido sería lo razonable pero también me temo lo improbable.
Pero lo realmente transcendental de este acuerdo de Unión Bancaria que se desplegará en los próximos años es que desencadena un efecto cascada imparable que como fichas de dominó precipitará una serie de cambios que completarán y perfeccionarán la Unión Europea. Dentro de diez años nuestro entorno habrá cambiado radicalmente y el concepto de Estado-nación habrá sido vaciado de sus atributos más significativos. La hoja de ruta de esta transformación se encuentra pergeñada en el informe del presidente del Consejo Europeo H. Van Rompuy del 26 de junio de 2012. La metamorfosis hacia una federalización de la Unión Europea está ya en marcha. En la actualidad, 25 países han incorporado en sus respectivas constituciones normas por las que queda limitado el déficit presupuestario estructural al 0,5% y fija para la deuda pública un tope del 60% del PIB. Eso es revolucionario no sólo por los límites que se establecen, sino por lo que estos traen aparejados; por primera vez la clase política que nos gobierna va a tener que aprender a sumar y restar a la hora de elaborar los presupuestos anuales.
El gasto estructural no es otra cosa que el nivel de vida que como sociedad nos podemos permitir en función de nuestros ingresos normalizados sin recurrir al endeudamiento. Todo un descubrimiento para nuestras autonomías. A nivel estatal los Presupuestos Generales del Estado deberán someterse cada año en octubre y antes de su presentación en los respectivos parlamentos nacionales al escrutinio de la Comisión y el Eurogrupo.
La emisión de la deuda pública también estará monitorizada por las instancias comunitarias con el fin de asegurar el cumplimiento de los objetivos adoptados en la Constitución. En caso de incumplimiento la Comisión iniciaría automáticamente, sin necesidad de votación previa, el llamado Procedimiento de Déficit Excesivo, que impondrá las reformas económicas necesarias para corregir esos desequilibrios con la potestad para imponer multas en caso de reiterados incumplimientos. Estos pasos para poner orden presupuestario en nuestra casa común europea serán los que posibiliten la puesta en marcha de una segunda fase que ambiciona una mayor armonización fiscal y que combinada con una capacidad impositiva directa a nivel comunitario y la emisión de Euroletras, culminará con la institución de un Tesoro Europeo que con funciones similares a las de otras federaciones tales como Estados Unidos, podrá disponer de un presupuesto federal que le permitirá contrarrestar las diferencias de ciclo económico entre los diferentes Estados miembros. Estamos asistiendo por lo tanto a los primeros compases de una integración de carácter federal progresiva e irreversible que, como el presidente de la UE propone, debe ir acompañada en paralelo por una profundización democrática, en la que es necesario desarrollar mecanismos que permitan engranar de forma más estrecha el Parlamento Europeo con los parlamentos nacionales con el fin de extender una mayor participación en la elaboración de propuestas, la toma de decisiones y en el control de las instituciones comunitarias.
Esa es la Europa que ahora se está gestando bajo nuestros pies, pero que todavía no se visualiza en el imaginario colectivo. Hoy los tiempos históricos se han acelerado. El avance tecnológico ha alterado y precipitado los tiempos y la capacidad de procesamiento del cambio ha dejado de medirse en años para medirse en terabytes por segundo. No deja de ser paradójico que justo cuando algunos quieren revestirse con los anticuados ropajes del Estado-nación, la viejas naciones, aquellas que antaño crearon los primeros espacios de integración aglutinando las diferentes regiones que las conforman en un proceso histórico de modernización y racionalización administrativa y económica, continúen hoy avanzando en ese proceso y se desvistan de sus atributos soberanos para integrarse en un ente supranacional que transciende el concepto mítico y totalitario de pueblo-nación como único actor de la historia para sustituirlo por el concepto moderno, diverso e integrador de ciudadano en un espacio europeo que ha sabido enterrar sus muertos y cerrar sus heridas. El futuro nunca se ha construido enclaustrándose en el desván de los tatarabuelos para leer los números atrasados de una reducción victimista y fabulada de la Historia. Quien no sabe asimilar el pasado está condenado a repetirlo.
Ignacio Nart, analista financiero.