
En un mundo ideal, papá Estado ejercería como tal y, buscando lo mejor para el futuro de sus retoños, les reduciría la paga para que se buscaran la vida: se reduce la prestación por desempleo en su cuantía, no en su duración, que de hecho se incrementaría, salvo excepciones, de forma que el aliciente no es cobrar el paro, sino buscarse los ingresos suficientes para acomodarlos al nivel de vida que cada uno desee.
En un mundo ideal, los trabajadores no pagarían la pensión del jubilado, sino que cada uno crearía su fondo de pensiones -público o privado- y cobraría en su retiro en función de lo aportado a esa hucha: pasamos de un sistema de reparto (que es una sistema piramidal) a otro de capitalización, mucho más justo y sostenible.
En un mundo ideal, la política no sería una carrera, sino un premio a una vida profesional llena de éxitos que daría como resultado la llamada de tu país para que cada uno aplicara su experiencia en beneficio de todos, que sería una honra para esa persona y que no acudiría para enriquecerse, sino porque es un orgullo poder estar en esa situación: los políticos con esa motivación no se guiarían por un calendario electoral y unos objetivos únicos de mantenimiento de la poltrona.
En un mundo ideal, si los gastos del Estado se redujeran (porque las prestaciones por desempleo y pensiones anteriores son menores o inexistentes; porque el gasto suntuario e innecesario de políticos, asesores, interinos, senadores, muchos -o todos- sobrantes, desaparece; así como una Administración única que tuviera menores costes que 17 estructuras que no aportan eficiencia al sistema; y muchas cuestiones similares más), se ajustarían los ingresos públicos, procedentes en su mayoría de impuestos, a ese menor gasto, de forma que se reducirían drásticamente.
Los bancos... en un mundo ideal
En un mundo ideal, las entidades financieras se dedicarían a su labor de conseguir que la mayor cantidad de dinero ahorrada estuviera a disposición de todos aquéllos que lo necesitasen con las mejores condiciones posibles, funcionarían como un sector auxiliar de la economía real y no buscarían, especulando, crear riqueza donde no existe: reforma del sector financiero encaminada a que todas las entidades se dedicaran a lo que es su negocio tradicional.
En un mundo ideal, con unos consumidores con mayor renta disponible por la reducción de su carga impositiva, buscando activamente trabajo si no lo tienen, adaptándose a las exigencias del mercado y trabajando en cualquier lugar (movilidad geográfica), casi de cualquier cosa (movilidad funcional, no se asusten), la demanda crecería, lo que haría que unas empresas menos ahogadas por trámites y tasas, en ese mundo ideal, intentaran aprovechar ese incremento del mercado contratando más gente (lo que implicaría que ese trabajar casi de cualquier cosa estaría correctamente remunerado a las exigencias y cualificación requerida por el puesto); o incluso se crearían nuevas empresas por parte de esos emprendedores con visión que intentarían aprovechar las nuevas oportunidades, aquí o en cualquier lugar del mundo, porque en ese mundo ideal, los trámites, financiación y bonificaciones estarían encaminados a facilitar ese proceso. ¡Qué pena que todo esto, y algunas cuestiones más, sólo queden en el mundo de las ideas!
Ignacio López Domínguez es director de programas MBA de la Nebrija Business School.