Resultan divertidos el engolamiento y la impostación de la voz de ministros, comentaristas y analistas cuando se refieren a los organismos económicos internacionales y sus declaraciones, comentarios o informes sobre sus reuniones. Pareciera como si la divinidad hablase por boca de estos oráculos.
Las últimas noticias que nos han llegado de la cumbre del FMI y del Banco Mundial (BM) reparan de manera especial en la crítica a los excesos de los Gobiernos europeos en recortes sociales y en una pretendida austeridad que no es sino la descarga de la crisis sobre los más desfavorecidos. La crítica no abunda en el daño causado a millones de personas, sino en los efectos negativos de dichas políticas sobre el crecimiento. Estas conclusiones, que por otra parte son de Perogrullo, se contradicen con las mantenidas hace escasamente un año. ¿Cómo es posible que se cambie el análisis y las terapias en tan breve tiempo? ¿Quiénes realizan los estudios, los cálculos y las prospectivas? ¿Son economistas asépticos o actúan a instancia de parte? Y, si es así, ¿de qué parte?
Este verano los medios se hacían eco de la dimisión de Peter Doyle, economista del consejo ejecutivo del FMI; su responsabilidad era exactamente seguir la economía de Suecia, Dinamarca e Israel. En su carta de dimisión, Doyle apuntaba a la "influencia europea", a su juicio negativa, sobre el FMI. Pero tal crítica no se centraba en que los tres últimos presidentes de la institución hubiesen sido europeos (Rato, Strauss-Kahn y Lagarde), sino en la imposición de los postulados económico-políticos al uso en Europa sobre los criterios más ligados a la realidad económico-social de la UE. Por motivos semejantes ya dimitió en su momento -año 2000- de la vicepresidencia primera del BM Joseph Stiglitz, premio nobel de economía en el 2001.
Y es que bajo la apariencia de sesudos estudios, macromagnitudes y estadísticas se oculta, siempre, la decisión política de los privilegiados.
Julio Anguita, ex coordinador general de IU.
