
España está en un momento crítico, en lo económico y en lo político. Dos aspectos inseparables, ya que uno afecta directamente al otro: si la política va mal, así lo hará la economía. Siendo también cierto lo contrario. Con el hecho de que si la política no cumple correctamente su papel, tarde o temprano caerá economía por muy boyante que esté. Basta mirar atrás y ver la herencia recibida.
Y es aquí, en el complejo escenario actual, donde se constata esa propensión tan marcada de los españoles de ir contra sí mismos cada cierto tiempo. O mejor dicho, de cierta tradición política española que, cíclicamente, tiene la imperiosa necesidad de reinventar España. Lo que lleva al país a parecerse a esos negocios familiares que no perviven más allá de la segunda generación, pues siempre hay alguien de la familia que ve las cosas de diverso modo, y con las disputas lo que consigue al final es "volver a empezar".
Mirando la Historia, se podría llegar también a una conclusión similar; es decir, que una de las características más representativas de lo español es no querer serlo, o también de querer serlo en demasía, lo que viene a ser lo mismo. Así, hay gente muy española que gusta de imponer a los demás cómo y de qué manera tiene que ser España: cómo se tiene que organizar y cómo se han de comportar el resto de los españoles. La independencia de las antiguas colonias de América podría servir de ejemplo. Ya que, a decir verdad, no fueron los originarios de aquellas tierras los que la promovieron, sino que fueron los descendientes de los españoles, en primera o segunda generación, los que rompieron los lazos. En el fondo, eran unos españoles que no querían serlo. Sus razones tuvieron, que duda cabe; pero esas razones escondían también el mantenimiento de importantes privilegios y la búsqueda de otros nuevos. Luego las cosas, desgraciadamente, evolucionaron para ellos de manera distinta.
El proceso independentista de las colonias americanas nunca fue desde abajo. Las revoluciones vinieron después. Las rupturas estuvieron impulsadas por las élites locales. Por dar un dato: Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios Ponte y Blanco, conocido como el Libertador, fue un importante aristócrata descendiente de un contador real, Simón de Bolívar, originario de la Puebla de Bolívar, una localidad de Vizcaya. El Libertador estudió en España y se casó en Madrid con una española en la Iglesia de San José. Un templo que se encuentra no lejos de La Cibeles madrileña y aún mantiene en su interior la placa conmemorativa de la boda.
Ahora, de nuevo, estamos en un proceso parecido. Sin embargo, la situación es muy otra: se da desde dentro. Un escenario que se suma al hecho de que España está en bancarrota: no puede pagar sus deudas, ni puede mantener sus gastos sin los préstamos del exterior. Préstamos que, de momento, vienen con cuentagotas dada la inestabilidad que muestra el país. Inestabilidad que se traduce en riesgo, lo que produce aversión a los inversores sea cual sea su procedencia. El dinero busca siempre dos cosas: mínimo riesgo y máximo beneficio; lo otro es caridad, y esto no se da en los mercados financieros. Basta ver las fluctuaciones de la prima de riesgo o cómo responde el Ibex 35 en los últimos tiempos.
¿Y donde queda el famoso rescate? España sin él no tiene salida. Y para lograrlo, tal como se le pide desde Europa, tiene que solicitar formalmente la ayuda para que esta sea efectiva. Pero no sólo: tiene que presentar además un plan creíble de ajuste de sus cuentas públicas para poder optar a los fondos; lo que deberá ser analizado y aprobado por la troika compuesta por la propia Unión Europea, el BCE y el FMI. Pero tampoco bastará esto. Se necesitará que Alemania de el plácet; que el plan de saneamiento financiero de la banca española no sobrepase los 100.000 millones de euros previstos; y que los mercados funcionen de tal manera que la prima de riesgo no se dispare antes de que finalice el proceso de negociación, pues de lo contrario el esquema podría venirse abajo.
Todo ello en una situación de profunda inestabilidad política, con el caso catalán enfrente y otras dos elecciones autonómicas más a la vista, donde el País Vasco puede ser otra pieza que aumente aún más las incertidumbres. A lo que hay que añadir la imperiosa necesidad de una profunda reforma fiscal y un plan de privatizaciones que permitan atraer la inversión extranjera, para relanzar un programa económico que facilite reducir el déficit público y establezca la senda del crecimiento en el corto plazo; algo que la reforma laboral actual, por sí sola, no será capaz de hacer: veremos todavía subir el paro.
Una situación que necesita de la cooperación más que de la ruptura. Pues en este escenario, por mucho que algunos piensen sacar beneficios apretando las tuercas del sistema, se equivocan: los efectos de tensionarlo serán mucho más perversos, ya que aumentarán los problemas actuales con más crudeza. Un tiempo que necesita ideas claras, firmeza y liderazgo. Ahora lo urgente no es esperar: se trata de actuar sensatamente y con rapidez.
Eduardo Olier, presidente del Instituto Choiseul España.