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Christophe Donay: Valentía para una nueva política económica de oferta

Los Gobiernos y bancos centrales de economías de países desarrollados, a pesar de políticas económicas voluntaristas aplicadas con pragmatismo desde marzo de 2009, no han conseguido generar crecimiento virtuoso y autosostenido, y ahora, en cuanto reducen el ritmo del gasto, comprimen el crecimiento económico notablemente.

En Estados Unidos el crecimiento ya no es más del 2% -frente al 6% del segundo trimestre de 2009-; en Europa la recesión es inevitable tras repetidas medidas de austeridad impuestas a Estados con déficit y endeudamiento excesivos, y los peores escenarios prevén contracción del PIB del 2% los próximos 12-18 meses.

Hay que tener en cuenta que las economías europeas y de Estados Unidos destruyen empleos cuando su crecimiento cae por debajo del 2%, más en recesión. Los indigentes, que eran considerados un segmento marginal hace veinte años, ya representan hoy en día entre el 10 y 20% de la población en la mayoría de países desarrollados (21% en Reino Unido, 15% en Estados Unidos y 12% en Francia). Mientras, la inestabilidad política impide el consenso nacional necesario para reconstruir las bases de una economía solida. De hecho, las medidas de austeridad son el abono de extremismos políticos, como muestran recientes elecciones en Grecia, Francia, Países Bajos, Austria o Suecia con aparición de partidos políticos de extrema derecha y los populistas.

En el plano económico las recetas tradicionales del keynesianismo han mostrado sus límites. Los déficits públicos, tras fallidos planes de reactivación presupuestaria, llegaron a un nivel récord del 10% sobre el PIB en 2009, lo que ha acercado a muchos Estados a la suspensión de pagos real o potencial. Ahora a los Estados, privados de medios financieros, se les hace imposible promover la reactivación y con la reducción del gasto público están ralentizando el crecimiento y no se alcanzan los objetivos de reducción de déficits públicos mientras la trayectoria de deuda pública diverge cada vez más de su nivel óptimo.

También se ha comprobado que en economías modernas ya no se reactiva inicialmente el crecimiento mediante consumo. Ahora empieza con la inversión. Pero, en la preocupación por el binomio inversión-empleo, la primera ha sido la gran ausente de las políticas económicas practicadas los últimos cuatro años en Estados Unidos y Europa.

De manera que se impone una nueva política económica de oferta, donde los Estados deben favorecer el gasto de otros agentes económicos, particularmente empresas, que pueden actuar de manera eficaz sobre empleo e ingresos. Esta política tiene un ilustre antecesor: la supply-side economics (economía de la oferta) aplicada con éxito por la Administración Reagan en Estados Unidos a principios de los ochenta. Le siguieron veinticinco años de crecimiento sostenido, periodo conocido como la Gran Moderación.

Ahora bien, la nueva política presupuestaria de estímulo de la oferta debe prestar especial atención a la innovación. No hay inversión y creación de empleo sin una notable oleada de innovación, que se puede propiciar mediante grandes bajadas de impuestos para actividades de I+D y de inversiones que favorezcan la toma de riesgos.

Pero hoy día se considera socialmente justo e incluso electoralmente rentable gravar a las fuentes de riqueza hasta rozar la represión financiera. Además, el capitalismo está acusado de los peores males, pues los mecanismos de política económica de oferta llevan a excesos si se les deja actuar solos.

En los años noventa se extendió la creencia de que, gracias a las nuevas tecnologías de la información y comunicación, los ciclos económicos habían desaparecido. Ello condujo a las empresas a endeudarse más allá de lo que la rentabilidad de sus fondos propios podía soportar y condujo al crac de las TMT (tecnología-medios-telecomunicaciones). Luego, a partir de los primeros años del siglo XXI, fue el turno de los hogares. Se pasó de exceso de crédito a crisis de sobrendeudamiento por hipotecas de alto riesgo.

Ello fue atribuible a que la innovación financiera no regulada condujo a excesos de crédito e, inevitablemente, a un crecimiento económico artificial, con desacoplamiento entre el ciclo de crecimiento económico y el de innovación. En este estado de cosas el crecimiento perdió cualidades virtuosas, lo cual desembocó en el fenómeno devastador de burbuja y crac de los mercados financieros.

Objetivo de inflación subyacente

Así pues, la nueva economía de la oferta debe preocuparse de estos efectos indeseables y desestabilizantes. Los Estados necesitan más valentía política para desarrollar el espíritu de emprendimiento y de la empresa ante el replanteamiento del dogma. Además, hay que plantear un nuevo rol para los bancos centrales, con un nuevo estilo de política monetaria. El objetivo de una inflación subyacente del 2% -la filosofía de las políticas monetarias desde principios de los años 80- ya no se adapta los requisitos del crecimiento, ni al marco de una nueva y necesaria política económica de oferta. Hace falta más imaginación.

Más aún, el reto de la nueva orientación de las políticas económicas va a determinar la tendencia estructural de las economías desarrolladas los próximos decenios. Esperemos que las crisis económicas, políticas y sociales a que se enfrentan los Estados les procuren la valentía necesaria para fomentar la innovación y con ello la recuperación, pues estos periodos de rupturas económicas a menudo han sido la fuente de nuevos y determinantes avances.

Christophe Donay. Director de análisis macroeconómico de Pictet WM.

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