Firmas

Sobre las otras primas

Imagen de Thinkstock.

Por unos breves días, los problemas de la tenaz prima de riesgo quedaron al margen, gracias a la consecución de la Eurocopa por parte de la selección española de fútbol. Sin embargo, debido a ciertas actitudes cainitas -incluidos ciertos políticos oportunistas y tramposos-, otras primas han quedado en entredicho injusta y equivocadamente: las que perciben los jugadores por su participación y victoria.

Varias son las críticas, llenas de demagogia y errores, aplicadas al caso. En primer lugar está la tributación de las primas, rápidamente acallada con el anuncio de que lo harían íntegramente en España. Pero, siguiendo un principio de equidad y justicia, muchos países tienen firmados convenios de doble imposición para que las rentas percibidas por un trabajador cualquiera, independientemente de su profesión, categoría o cuantía de sus retribuciones, no queden penalizadas respecto a otro de iguales características por tener que trabajar y percibir sus ganancias fuera del país de origen. De modo que si tributa en un país no tenga que hacerlo también en el otro por el mismo euro ganado.

El hecho de que, cuando se tiene oportunidad (sea Austria, Sudáfrica, Polonia o Ucrania), se escoja para tributar un país foráneo y no el propio lo que indica es que la imposición en España no es tan baja en términos relativos como suele decirse o citarse.

La segunda crítica es la de la cuantía de las primas. Muchos han calificado de escandalosa la cifra de 300.000 euros en un país en que los ciudadanos ven cada vez más cercenados sus salarios, sus oportunidades de empleo o sus subvenciones o asignaciones. Una variante de esta crítica añade que, como la Federación Española de Fútbol (FEF) se financia con dinero público, no tiene sentido estar, por un lado, haciendo recortes del mismo y, por otro, otorgando tales beneficios.

Es muy revelador que a nuestra sociedad le cueste tanto entender que la economía es un juego cooperativo de suma positiva -no es la guerra, un juego no cooperativo de suma cero o negativa-, regido por principios o normas básicos, como que los intercambios son libres (sin coacción) y no engañosos (cuando lo son para eso están otras instituciones, como el Estado); en donde los beneficios o ganancias de cualquiera resultan de la capacidad que tenga para satisfacer los deseos de otras personas (deseos que son cambiantes y subjetivos, no objetivos) y en donde, si no hay barreras de entrada o de salida -siempre impuestas desde el poder administrativo-, existe competencia entre los diversos oferentes de mercancías o servicios (por ejemplo, nuestro trabajo) que satisfacen los deseos de los demás, de modo que será la maestría, calidad o diferenciación de nuestro producto, siempre en relación con la demanda que de él se hace, lo que marcará nuestras ganancias -eso, claro está, si no hubiese intervención política o administrativa en los mercados-. Si no se entiende esto, seguiremos cuestionando y criticando cómo es posible que un excelente deportista, un actor, un chef de cocina o un directivo o ejecutivo de una empresa cobre por sus servicios lo que cobra o gane más que un cirujano o un profesor de universidad. Es la paradoja del agua y los diamantes, resuelta hace tiempo, en versión siglo XXI.

Salvo que exista engaño o delito, que entonces es ilegítimo y debe perseguirse, quienes tanto cobran aportan muchísimo a la utilidad marginal de quienes demandan sus mercancías o servicios y, aunque no se perciba de inmediato, al conjunto de la sociedad y la economía. No creo que el fútbol, como los toros, el cine o el teatro -entre otros-, deban disfrutar de subvenciones públicas que elevan sus costes y las rentas de quienes trabajan en ellos. Pero dejando de lado si parte del dinero de la FEF tiene procedencia de los fondos públicos (parece que en los Presupuestos de 2012 la FEF ha renunciado a su asignación y, desde luego, la parte gruesa de sus ingresos proceden de conceptos y actividades privados), lo que debemos preguntar es cuánto ha ganado la FEF o contribuido a sus ingresos y a las arcas públicas la participación y actividad de nuestra selección en la Eurocopa, así como a las empresas privadas involucradas. Porque -más allá de patrocinadores privados, ingresos televisivos, etc.-, por la participación y consecución del título, la FEF ha recibido de la UEFA un total de entre 27 y 31 millones (según los medios) y ha abonado unos 9 millones de euros en primas totales (no sólo a los jugadores). Un rendimiento de actividad que ya quisieran para sí muchas empresas.

Por último, se solicita (más bien se fuerza, con la presión del anonimato en Internet) que los jugadores donen sus primas en una muestra de generosidad o solidaridad. Pero, para que existan esos dos conceptos, tales actos deben ser libres y no forzados por nadie. Los Gobiernos no muestran ni tienen solidaridad porque los dineros que manejan y administran los extraen forzadamente y bajo pena de cárcel a los ciudadanos: por eso son impuestos. Nadie tiene ni puede arrogarse ninguna fuerza o superioridad moral para pedir o decir a otro lo que debe hacer con su propiedad o el fruto de su esfuerzo, talento, tiempo, tesón, conocimiento o ingenio.

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