
Durante la última cumbre de la Eurozona estuve en Ischia, en la costa de Nápoles. Muchos de los italianos asistentes a la entrega de premios de periodismo de este año estaban convencidos de que Italia había vencido a Alemania por duplicado: en el fútbol, en la Eurocopa, y en economía, en la cumbre europea. Después llegó la final contra España. ¿Cuánto quedará de la euforia de la cumbre dentro de unos meses? Creo que algo pero no mucho. La 19ª cumbre sobre la crisis fue mejor que muchas de sus decepcionantes antecesoras, pero el juego sigue sin haber cambiado.
Se han tomado medidas útiles, sobre todo los acuerdos para permitir que los fondos de rescate de la Eurozona recapitalicen directamente a los bancos infracapitalizados en lugar de ofrecer dinero a través de unos gobiernos vulnerables (de especial ventaja para España y beneficio potencialmente enorme para Irlanda) y la compra de bonos soberanos en el mercado (de beneficio evidente para Italia y España). También se acordó que los préstamos de los fondos de rescate no tendrán preferencia respecto a los actuales, lo que debería amainar el pánico entre los prestamistas. Los líderes también acordaron un paquete de medidas por valor de 120.000 millones de euros para fomentar el crecimiento. A partir del principio de que el nivel de apoyo debe reflejarse en la capacidad de control, el BCE asumirá la responsabilidad de un nuevo sistema de supervisión bancaria europea como primera medida hacia lo que se espera que se convierta en una verdadera unión bancaria.
Lo que no se acordó es más importante todavía. La lista incluye el aumento de los fondos disponibles en el Mecanismo Europeo de Estabilidad (ESM, por sus siglas en inglés) fijado en 500.000 millones de euros; los bonos de la Eurozona en cualquiera de sus formas, y un fondo de garantía de depósitos o régimen de resolución bancaria. Aparte de eso, el reto de reequilibrar la competitividad dentro de la Eurozona sigue siendo grande y, en el mejor de los casos, duradero. Y conviene resaltar que el BCE no tiene ninguna intención de hacer de comprador de último recurso de bonos del estado. El elemento positivo más importante ha sido el movimiento hacia acabar con los vínculos mutuamente destructivos entre los bancos y los soberanos. Es un paso hacia el equivalente en la Eurozona del programa estadounidense de ayuda de activos problemáticos (TARP). Una consecuencia deberá ser la retirada de la responsabilidad de la supervisión de los gobiernos nacionales. Otro resultado, un aumento importante de los poderes del BCE. Sin embargo, es un paso pequeño hacia una unión bancaria completa, que exigiría un respaldo fiscal mayor del disponible. Los españoles e italianos sensatos siguen sin poder considerar que un euro en cualquiera de sus bancos está tan seguro como en uno alemán, en gran parte por la alta insolvencia y riesgos de hundimiento bancario.
Mientras, el paquete de crecimiento, en parte ilusorio y presumiblemente escalonable durante varios años, es mera bagatela, con poco más del 1% del PIB de la Eurozona. La decisión de que los fondos de rescate puedan comprar deuda estatal en el mercado es todavía menos importante y podría terminar siendo contraproducente, como el economista belga Paul de Grauwe, ahora en la London School of Economics, sostiene en un artículo reciente.
La deuda pendiente de Italia y España ronda los 2,8 billones de euros, casi seis veces el tamaño del ESM. Es de todos sabido, a raíz del trabajo sobre las crisis actuales del Nobel Paul Krugman, que los especuladores pueden apostar con seguridad en contra de que fondos demasiado pequeños estabilicen un mercado. El único estabilizador creíble sería una entidad con poder infinito. En el caso de la financiación soberana en la Eurozona, el único organismo capaz de proteger a un país contra las huidas proféticas de su deuda soberana es el BCE. Y dado que el BCE no está dispuesto a ejercer ese papel y los líderes se niegan a conceder al ESM los poderes que necesita para obligarle a que lo haga, las propuestas se diluyen en el viento financiero. Los mercados seguramente lo hayan averiguado y, aunque los diferenciales de bonos han caído, siguen siendo peligrosamente altos.
Lo que hace que estos acuerdos parezcan potencialmente más importantes que en la realidad es que se han hecho progresos reales hacia una mayor integración y se ha formado una coalición entre Francia, Italia y España. Esto último sugiere que la dinámica política de la Eurozona podría haber cambiado con la llegada al poder de Hollande. También podría confirmar que Alemania no quiere parecer aislada, siempre y cuando no tenga que renunciar a sus principios. Sin embargo, los cambios no indican que se haya abierto el camino hacia una verdadera unión fiscal o bancaria. Cualquiera de ellas exigiría mucha más solidaridad de la que hay ahora. Mantengo el escepticismo en cuanto a la viabilidad de llegar a un acuerdo sobre dichas uniones o que puedan funcionar en caso de acordarse. En esencia, son pasos pequeños, incapaces de alcanzar las tres condiciones necesarias para poner fin a la crisis: la separación definitiva entre los bancos y los soberanos, la financiación de los soberanos débiles en términos gestionables durante el largo periodo de ajuste económico y saneamiento y, sobre todo, la vuelta a un crecimiento económico sano.
Pero no caigamos en el resentimiento. La decisión de permitir que el ESM recapitalice a los bancos directamente podría ser muy importante por sí misma y por lo que presagia. Podría transformar la posición de Irlanda. Aun así, el mayor peligro es que las economías de la Eurozona se deterioren con rapidez. El paro alcanzó el 11,1% en mayo, la cifra más alta registrada en la Eurozona. Y peor aún, aparte de su negativa a intervenir en los mercados de deuda soberana en la escala necesaria, el BCE llega desesperadamente tarde a la hora de tomar las medidas monetarias que hacen falta. Mientras la austeridad asola a los países vulnerables, todos sienten sus consecuencias y ni siquiera Alemania es inmune a la recesión en sus grandes socios comerciales. Es concebible que la Eurozona tenga que seguir librando esta guerra económica de trincheras durante varios años pero el coste (no solo económico sino también político) podría ser enorme. Sí, la Eurozona necesita una constitución nueva pero la prioridad es que las economías arranquen de nuevo. Hasta entonces, el riesgo de más crisis sigue ahí.
Martin Wolf, periodista y comentarista económico del Financial Times.