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Monti se enfrenta a un gran problema

El primer ministro italiano, Mario Monti.

Olviden Grecia y dejen a España a un lado. El futuro del euro se decidirá en Italia, porque ese país está a punto de volver al círculo central en la interminable crisis económica europea, y por tanto mundial. La razón es un peligroso cóctel de deuda, política, un cómico y Silvio Berlusconi (los dos últimos no son la misma persona). En muchos sentidos, esto debería ser una sorpresa.

En noviembre, Italia (o más bien los mercados de deuda) obligó finalmente a bunga-bunga Berlusconi a dimitir, y lo sustituyó por la sobria y nada escandalosa figura de Monti, un distinguido economista, excomisario europeo. Sería imposible imaginar un defensor del euro y del proyecto europeo más perfecto, más tranquilizador que Mario Monti.

Además, como suele decir Monti, Italia es, aparentemente, el más "virtuoso" de entre los países con dificultades con su deuda soberana. Gracias a las medidas presupuestarias que puso en vigor nada más convertirse en primer ministro, Italia es uno de los pocos países de la Eurozona que cumple de verdad las reglas del pacto fiscal que se acordó en diciembre.

¿Dónde está el problema de Italia?

Su déficit presupuestario este año está previsto, según el FMI, que sea sólo el 2,4% del PIB, que es menos de la tercera parte que el caso británico (estimado en el 8%). Eso también significa que Italia tiene un superávit presupuestario si se excluyen los pagos de intereses de su deuda, que es exactamente la condición que Alemania está exigiendo que cumplan tan pronto como sea posible a Grecia, España y otros países, de modo que estabilicen su nivel de deuda.

Así pues, ¿dónde está el problema con Italia? La respuesta empieza por la enorme deuda pública que el país acumuló en el pasado: la tercera más grande del mundo, casi 2 billones de euros, es decir, el 120% del PIB. Se acumuló sobre todo en los años 70 y 80 del pasado siglo, pero no se han hecho intentos serios de reducirla desde entonces. Así que, si los costes de intereses exigidos por los inversores en bonos crecen bruscamente, entonces el meritorio déficit presupuestario de Italia se ampliará rápidamente, quizás brutalmente.

El principal motivo es la resistencia, por parte de los políticos, la empresa, los sindicatos y otros grupos de presión, a hacer esfuerzos serios para reformar la política o la economía; el mismo tipo de resistencia que explica por qué la deuda del país no se recortó en los años 90 del siglo XX, durante la anterior crisis financiera. Esa resistencia ha hecho la vida de Monti, y la de su Gobierno de tecnócratas -muchos de ellos profesores de universidad con poca experiencia en la política real-, profundamente frustrante.

En sus siete meses en el cargo, las medidas presupuestarias son el único logro real. Ha traído austeridad, pero no esperanza en el crecimiento, a falta de otras reformas o de un aumento de la inflación en el norte liderado por Alemania .

Sus esfuerzos por impulsar la competitividad liberalizando la economía, especialmente el campo de los profesionales liberales, han sido obstaculizados en gran medida, sobre todo por el partido de derechas de Berlusconi. Sus intentos de reformar las rígidas y sobreprotectoras leyes laborales se han enfrentado a una feroz oposición de los sindicatos y del principal partido político de izquierdas, el Partido Demócratico. Por suavizar las reformas para que las apruebe el Parlamento -puede que lo haga finalmente esta semana- ha molestado también a los empresarios.

Todo eso no tiene nada de raro en Italia, donde los intereses defensivos, estrechos y egoístas han prevalecido largo tiempo sobre los puntos de vista abiertos, liberales e internacionalistas representados por Monti. Esta vieja historia, sin embargo, está provocando un verano político con polémicas renovadas. Los índices de aprobación del Gobierno Monti se han reducido a la mitad. Al haber señales de que los grandes partidos, que teóricamente apoyan a su Gobierno, también sufren en las encuestas, todo el mundo intenta posicionarse para las próximas elecciones generales, previstas para la primavera de 2013, pero que podrían adelantarse y tener lugar en cualquier momento.

Entra el cómico. Beppe Grillo, un radical con barba y pelo largo, maestro de las actuaciones cara al público, ha subido de repente con su Movimiento 5 Estrellas hasta niveles del 20% en las encuestas, llamando a la participación popular en la política, al acoso a los partidos consolidados y al abandono del euro. Su auge puede probarse inconsistente en las elecciones nacionales, pero ha llamado la atención de los políticos. Hasta tal punto que ha sido Silvio Berlusconi, a quien no hace mucha gracia que sea otro el que acapare el primer plano, el que ha lanzado dos veces en las últimas semanas su propio globo sonda sobre recuperar la lira. Hablar no cuesta nada, y Berlusconi siempre está haciendo juegos políticos. Pero lo que esto implica es que ni los mercados de deuda ni la canciller Angela Merkel pueden esperar más reformas económicas por parte de Monti, y que no pueden tener ninguna idea sobre quién ostentará el liderazgo político en Italia dentro de unos meses, ni qué opinión tendrá ese líder sobre el euro.

La incertidumbre política, en medio de una profunda depresión, es el panorama menos tranquilizador posible en la tercera economía de la zona euro, ésa que, según todo el mundo reconoce, es demasiado grande para ser rescatada en el caso de que quebrara. Al menos con España es fácil ver dónde residen los problemas y hacer que Alemania, a regañadientes, colabore en salvar los bancos de dicho país. Con Grecia, la solución es firmeza, y de ser necesaria, la expulsión. Con Italia, el problema sería saber por dónde empezar.

En cierto modo, la situación ha surgido porque Monti es demasiado cauto. Gran conocedor de los riesgos de asustar a los mercados, ha sido reacio a desafiar a los partidos políticos o a los obstinados altos funcionarios amenazando con dimitir. Aunque al principio la crisis financiera parecía que podría fortalecerle, la realidad es que le ha debilitado reduciendo su margen de maniobra. Es hora de que abandone su cautela. Permanecer impotente en el cargo no hará nada por Italia o por el euro. Sería mejor que retara a los partidos a derribarle. Si lo consiguen, lo que es probable, al menos unas elecciones anticipadas ayudarían a aclarar la incertidumbre política, tentando a todo tipo de recién llegados a competir con Grillo y Berlusconi y a dilucidar el futuro de Italia; quizá el joven y admirador de Blair alcalde de Florencia, Matteo Renzi, o un exbanquero ahora en el propio Gobierno de Monti, Corrado Passera. La alternativa es aguantar tambaleándose y fatigado durante la prórroga para perder en los penaltis. Y todos sabemos lo horrible que puede ser ese destino.

Bill Emmott, exdirector de The Economist.

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