Firmas

El bucle de Versalles

En la imagen, la canciller alemana Angela Merkel.

Por fortuna, los más de sesenta años transcurridos desde la Segunda Guerra Mundial y consumidos gozosamente en la construcción de la Unión Europea han remitido casi al olvido la etapa más convulsa de la historia de Europa, por lo que sería hora de cerrar definitivamente el bucle histórico engendrado por el erróneo Tratado de Versalles, clausurado jurídicamente hace apenas un par de años y todavía abierto en ciertos rincones de la psicología colectiva del Viejo Continente.

Como es conocido, tras la Segunda Guerra Mundial, las potencias vencedoras obligaron a Alemania a pasar por las estrictas horcas caudinas de una rendición humillante que, además de confinar al antiguo imperio germánico en sus fronteras, de privarle de sus colonias, de impedirle formar otro ejército, etc., le obligaron a reconocer toda la responsabilidad moral y material de haber causado la guerra y, en términos de gran dureza, le forzaron a realizar importantes concesiones territoriales a los vencedores y a pagar enormes indemnizaciones económicas a los Estados victoriosos. Tan brutal fue el castigo que la Alemania reunificada pagó los últimos 125 millones de euros en intereses en octubre de 2010.

La extremosidad de Versalles y la explotación de la irritación de la sociedad alemana fueron los elementos que auparon al nazismo hasta el poder. Y en la brutalidad enfermiza de Hitler hubo primigeniamente un desquite que el pueblo alemán aplaudió masivamente. El resto de la historia, las locuras expansionistas y genocidas de la Alemania nazi, desbordó todo precedente y abrió grietas muy profundas bajo el drama del Holocausto.

Sesenta años no son mucho tiempo para poder archivar definitivamente en la memoria el pasado, y de ahí que la crisis actual esté reabriendo algunas heridas en la atribulada Europa, cuyo engrudo comunitario no había aún solidificado del todo. Y es que Alemania, hoy erigida en líder indiscutible de la Unión Europea, está actuando con una arrogancia y una prepotencia que recuerdan inevitablemente las de quienes la sometieron en Versalles, aunque las coyunturas y los contextos sean obviamente muy distintos. Grecia, en concreto, paga sus propios errores, pero además el pueblo griego está siendo sometido a unas tensiones dramáticas que desembocan en un explícito rechazo a Alemania, que tiene su eco en todo el continente.

Las alusiones al nazismo ya no vienen sólo de Grecia: el analista Anatole Kaletsky ha escrito que Berlín ya es, una vez más, una amenaza para Europa; el economista Wolfgang Münchau considera que Alemania está a las puertas de un ataque de histeria masiva parecido al que ocurrió en 1933; incluso un banquero centroeuropeo, Ewald No-wotny, presidente del banco central austriaco, ha invocado en las páginas de un diario alemán el ascenso al poder del nazismo a principios de los años treinta a causa de una austeridad a todas luces excesiva. A principios de este mes, el historiador británico Niall Ferguson y el economista norteamericano Nouriel Roubini manejaron parangones históricos parecidos, sin duda exagerados, pero que empiezan a calar en los estados de opinión europeos.

El riesgo de tensiones rupturistas había sido advertido en la propia Alemania, y de hecho ha habido advertencias resonantes sobre la obligación de Merkel de sustituir cualquier tentación hegemónica por el concepto de integración, de forma que el poder continental se transfiera automáticamente a las instituciones comunes. En concreto, vibró potente en toda Europa una histórica intervención del excanciller alemán Helmut Schmidt en el último Congreso del SPD alemán. El párrafo central era éste: "Si los alemanes nos dejáramos llevar por nuestra fortaleza económica a reclamar un papel de liderazgo político en Europa o, al menos, a actuar como primus inter pares, una creciente mayoría de nuestros vecinos se opondría activamente. La inquietud de la periferia ante un centro europeo demasiado fuerte resurgiría rápidamente. Las consecuencias probables de dicha evolución serán destructivas para la UE. Y Alemania caería de nuevo en el aislamiento. Alemania, tan grande y tan eficiente, necesita, ¡también para protegerse de nosotros mismos!, la inclusión en la integración europea". El mensaje es tan nítido que no requiere glosas ni comentarios.

Antonio Papell, periodista.

WhatsAppFacebookTwitterLinkedinBeloudBluesky