
Ha pasado otra nueva cumbre internacional , la reunión del G20 en Los Cabos (México), sin pena ni gloria y sin acordar ninguna de las acciones coordinadas vitales para la reactivación de la debilitada economía europea.
Enfrentado a una crisis cuya resolución exige una intervención semejante a la del crac del 2008, el comunicado del G8 del mes de mayo fue generoso en palabras pero parco en hechos. No se adoptó ninguna medida concreta, y mucho menos un plan que respaldara las exhortaciones públicas de crecimiento. Y aunque la reunión del G20 en México supuso una segunda oportunidad para la adopción de una acción coordinada, no existen evidencias de una planificación previa para una iniciativa de ese tipo.
Este nuevo fracaso de otra nueva reunión internacional tiene sus orígenes en un diagnóstico erróneo y de funestas consecuencias. Desde el principio, los líderes europeos han insistido en que nos enfrentamos a una crisis de la deuda pública, cuya solución es la austeridad, y que si esta solución no funciona es porque no somos lo suficientemente austeros.
Pero el problema de Europa no es simplemente el problema unidimensional que describen ellos. Europa se enfrenta también a una crisis en los fundamentos de su sector bancario, y a otra crisis por el fracaso del crecimiento económico y de la competitividad que afecta a todos los países del Continente, con la única excepción de Alemania.
Ya se demostró la tendencia de Europa a hacerse ilusiones hace cuatro años, cuando al principio de la crisis financiera mundial, los líderes europeos se autoconvencieron de que su sistema financiero era básicamente saludable y que había sido la víctima desafortunada de la locura anglosajona. En la primera reunión de la Eurozona celebrada en octubre de 2008, mi afirmación de que los bancos europeos estaban mucho más peligrosamente sobreendeudados que los estadounidenses, que dependían excesivamente de la financiación del mercado a corto plazo y que estaban plagados de préstamos hipotecarios de alto riesgo comprados a Estados Unidos, fue acogida con escepticismo, por no decir incredulidad. Debido a que Europa únicamente asumió una fracción, una octava parte, de la acción que asumió Estados Unidos para la recapitalización y la cancelación de los activos corruptos, sus bancos siguen estando todavía contaminados por sus altos niveles de deuda (los bancos alemanes soportan todavía un apalancamiento 32 veces superior a su tamaño, y los franceses 26 veces superior).
De hecho, los bancos españoles necesitan ahora más de 100.000 millones de euros de recapitalización antes incluso de que nos ocupemos de unas presiones parecidas en los bancos de Italia e incluso de Francia. Y con los bancos actualmente incapaces de proporcionar una buena garantía para sus préstamos, puede que el bote salvavidas de 2012, la ayuda del billón de euros del Banco Central Europeo, pronto se hunda. El fantasma de las imparables intervenciones en los bancos gravitará sobre todo lo demás hasta que se acometa una acción contundente.
Cada día que pasa vemos una nueva renuncia de responsabilidad: la imposibilidad de dar contenido a un plan de crecimiento para proteger a Europa, inmersa en su segunda recesión, de lo que podría ser una década de estancamiento económico. En sólo diez años, la producción europea se ha hundido a niveles anteriores a la recesión, del 20% del resultado mundial a un previsto 11%. Y lo que es más preocupante, sólo el 2% de las exportaciones europeas se dirigen actualmente a China, y un total de solamente el 7,5% de los productos y servicios europeos llegan a la India, Brasil y otros mercados emergentes, que a su vez son los responsables del 75% del crecimiento mundial.
Gordon Brown, Primer ministro británico en 2007-2010.
©Il Sole 24 Ore