
Desde que en 2008 estalló la crisis financiera en Estados Unidos, contagiada después a Europa, ni unos ni otros han vuelto a levantar cabeza. La crisis bancaria desencadenaría sucesivas quiebras y desaparición de empresas que llevaron al paro y a la miseria a millones de trabajadores en los países desarrollados, lo que progresivamente se tradujo en crisis de la deuda soberana que ha puesto al borde del abismo a varios países europeos. Es cierto que la disminución de ingresos fiscales y el aumento del gasto como consecuencia de la crisis encontraron el terreno abonado en España a causa del gasto desbocado en el Estado, las autonomías y las corporaciones locales.
No cabe duda de que se dieron varias circunstancias que incentivaron comportamientos fraudulentos y en muchos casos delictivos. Quienes habían defendido y proclamado la autorregulación de los mercados financieros y habían logrado capturar al regulador, convenciéndole de las fabulosas virtudes de dicha autorregulación, no dudan ahora en culpar a las instituciones públicas, encargadas de la regulación y la supervisión de los bancos y mercados financieros, de los disparates que llevaron a cabo los ejecutivos de la banca.
Unos disparates amparados a veces en complicados modelos matemáticos, que la práctica ha demostrado completamente inoperantes, creando los tristemente famosos derivados que Warren Buffett denominó "armas de destrucción masiva". Bien sabía Buffett de lo que estaba hablando. Con la inestimable ayuda de las denominadas agencias de rating sembraron el sistema financiero de los pertinaces activos tóxicos, que no han hecho más que aumentar desde las desdichadas hipotecas subprime. Hipotecas que activaron el pinchazo de la burbuja del ladrillo, que a su vez dejó los balances de la banca llenos de unos activos inmobiliarios devaluados como mínimo en torno a un 50%. Esta devaluación, en la práctica, dejaba en quiebra a una gran parte de bancos y en nuestro país a la mayoría de las cajas de ahorros, ese gran feudo de políticos y sindicalistas, cuyos favores coadyuvaron a los auténticos socavones que a duras penas se intentan reparar estos días con el rescate o la línea de crédito, que puede cargar sobre nuestra deuda cien mil millones de euros adicionales, a cuyo servicio tendrá que atender el Estado. Tendremos mucha suerte si dicha deuda no es calificada como bonos basura.
Es igualmente cierto que la política monetaria laxa materializada en los bajos tipos de interés, constituyó un incentivo más para que la banca asumiera riesgos que jamás debiera haber asumido. Pero no cabe duda que lo que desencadenó la crisis fueron las operaciones irresponsables, fraudulentas y al borde de la delincuencia de los ejecutivos bancarios.
Lo peor de todo es que perdura la desconfianza y la incertidumbre que asoló las economías de Estados Unidos y Europa, y perdura porque siguen prácticamente intactas las causas que desencadenaron la crisis. Y las crisis cumplen una función importante en el sistema capitalista: la de limpiar y eliminar los elementos tóxicos acumulados durante la orgía especulativa que las precede.
El sistema premia a los eficientes
Hace ya más de tres años, el lunes 2 de febrero de 2009, publiqué en este mismo medio un artículo titulado "Que quiebren o que los intervenga el Estado". Creo que el contenido de aquel artículo sigue estando de rabiosa actualidad. Escribí allí que la defensa del mercado y de la libertad económica estriba en que el sistema premia a los eficientes, castiga con las quiebras a los que hacen mal las cosas y pone en manos de la justicia a aquéllos que se saltan las normas. La crisis que nos devora, según adelantábamos más arriba, ha sido provocada por comportamientos fraudulentos incentivados por la falta de regulación. Se ha impedido la quiebra de quienes presuntamente bordearon actividades delictivas, alentando a todas luces situaciones de un claro riesgo moral, como parece haberse demostrado recientemente en el derrumbe de una de nuestras principales instituciones financieras, al menos por el tamaño. Y todo bajo el pretexto de la contemplación supersticiosa del dinero y de los mercados financieros. Los rescates de los demasiado grandes para quebrar se llevaron a cabo con el pretexto del riesgo sistémico. Pero a pesar de las cantidades ingentes de dinero que se han inyectado a la banca, el riesgo sistémico es el que asuela a gran número de los países desarrollados.
Es necesario limpiar los mercados financieros de los activos tóxicos. Ello en nuestro país implica, ya que no se las puede dejar quebrar, poner orden en la jungla de las antiguas cajas de ahorros, comenzando con una limpieza a fondo tanto de elementos personales como materiales. Y finalmente habrá que solucionar el problema de la garantía de depósitos, el otro gran muro con el que se estrellan las quiebras necesarias. Pero esto lo tendrán que solucionar los bancos, los depositantes y las casas de seguros, nunca los contribuyentes.
Victoriano Martín, Catedrático de Historia del Pensamiento Económico. Universidad Rey Juan Carlos.