La actual crisis económica global no solo está provocando que los gobiernos en ejercicio pierdan las elecciones; también está sacudiendo a las juntas directivas de las empresas. Cuando el precio de las acciones y los beneficios parecían desafiar a la gravedad, las juntas de accionistas se asemejaban a convenciones políticas americanas (estadounidenses): un espectáculo para promocionar la imagen de la compañía, más que un foro para debatir asuntos conflictivos. Este año las asambleas generales anuales han sido distintas. Decepcionados por los bajos rendimientos, los inversores están mucho más combativos.
En Credit Suisse y Barclays, por ejemplo, más de la cuarta parte de los accionistas rechazó el marco remunerativo propuesto por los directivos. En Citigroup, una mayoría de accionistas rechazó los salarios de los directivos de Citigroup (sic): la primera compañía del S&P 500 en la que eso sucedía. Los accionistas activistas también pueden reivindicar otras victorias (al menos parciales) en Yahoo!, donde un accionista activista obligó al consejero delegado recién nombrado a dimitir por falsificar su formación académica.
Pero la hiperbólica descripción de una primavera de los accionistas hecha por muchos comentaristas, con resonancias de dictadores árabes derrocados, es inadecuada por varias razones, y no es la menor de las cuales el hecho de que la primavera árabe sí consiguió derribar regímenes. Por el momento, la actual revuelta de accionistas no está consiguiendo ningún resultado significativo.
Para empezar, las votaciones sobre los sueldos de los directivos de las empresas no son vinculantes. Ciertamente, los consejos y comités de retribuciones tienden a respetar los deseos de los accionistas, incluso si no están obligados legalmente a ello. Pero lo hacen sobre todo por vergüenza y sentimiento de culpa, y los cambios pueden ser enteramente cosméticos. Por ejemplo, después de recibir el apoyo de solo el 43 por ciento de los accionistas, Bruce Gans, director independiente del Hospitality Properties Trust, dimitió. La compañía le invitó rápidamente a volver al consejo de administración, ¡ocupando la vacante dejada por su propia marcha!
Es más bien un Tiananmen
Al describir la lucha de los accionistas por hacer que los miembros de la directiva rindan cuentas, la analogía correcta no es la primavera árabe, sino las protestas en la Plaza de Tiananmen de Pekín de hace dos décadas. En 1989, el Gobierno chino envió tropas para reprimir el movimiento pro-democrático del país. En la misma línea, la Business Roundtable (Mesa Redonda de Empresarios), compuesta por consejeros delegados de grandes corporaciones de Estados Unidos, ha desplegado legiones de abogados para aplastar las aspiraciones de los accionistas.
Uno de los (pocos) logros positivos de la Ley Dodd-Frank estadounidense, promulgada para abordar las causas de la crisis financiera de 2008, es -o debería haber sido- la exigencia de que la Securities and Exchange Commission (SEC) estadounidense derogara las normas actuales que impiden que los inversores institucionales nombren sus propios representantes en los consejos de administración. En realidad, la exigencia fue muy tímida, con tantas restricciones en cuanto a la cantidad y duración de las acciones poseídas como para que en la práctica el impedimento a los inversores institucionales siguiera en vigor.
Aun así, era demasiado para la Business Roundtable, que demandó a la SEC para que lo frenara. El caso contra la SEC fue expuesto por Eugene Scalia, hijo del juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos, Antonin Scalia, y se ganó en el Tribunal de Apelación estadounidense del Distrito de Washington D. C. por un tecnicismo: la falta de un análisis coste-beneficio previo por parte de la SEC.
Esta pequeña victoria se convirtió en una enorme derrota para los accionistas cuando la SEC, en lugar de realizar ese análisis y volver a proponer la norma, decidió quedarse quieta. En un congreso el pasado diciembre, pregunté a la presidenta de la SEC, Mary Schapiro, cuándo pensaba la agencia reintroducir la regulación. Incluso me ofrecí a hacer gratis el análisis coste-beneficio. Pero ella confesó que la SEC tenía muchos otros asuntos en su agenda, y que había dejado ese tema en la nevera, una manera educada de decir que la SEC, igual que los heroicos estudiantes de la Plaza de Tiananmen, se había rendido a la irresistible presión.
La violenta represión de la Plaza de Tiananmen hizo retroceder el avance de China hacia la democracia al menos veinte años. Esperemos que el caso "Business Roundtable y otros contra la SEC" (Business Roundtable et al. v. SEC) no signifique lo mismo para la democracia accionarial. No es una primavera de los accionistas: es el invierno de su descontento.
Luigi Zingales, profesor de Iniciativa Empresarial y Finanzas en la Booth School of Business de la Universidad de Chicago y autor de 'A Capitalism for the People', que saldrá publicado este mes.