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La primavera árabe de los accionistas

Imagen de Thinkstock.

Puede que las armas sean representaciones por poderes y no cócteles molotov, y que las revueltas tengan lugar en salas de conferencias en vez de en la calle, pero en el aire sigue oliendo a insurrección. Tras una década de aumento vertiginoso del salario de los directivos, la paciencia de los verdaderos dueños de las grandes empresas del mundo (los accionistas) está llegando a su fin. El grupo de Davos (los que dirigen el FTSE, el DAX o el NASDAQ) está viendo muchas protestas contra sus suntuosos paquetes salariales. A algunos incluso les han obligado a marcharse y es casi seguro que les sigan muchos más.

Y eso va a causar una repercusión tremenda en los mercados, y con el tiempo en la economía también porque provocará un aumento de los dividendos, una tasa más alta de inversión e incluso unos dividendos bursátiles más fuertes. Actualmente no hay demasiadas razones para ser optimista en cuanto a los valores, pero la rebelión contra los sueldos desorbitados de los directivos es una de ellas. Ha sido imposible pasar por alto la serie de revueltas sobre la remuneración de los directores ejecutivos. Recientemente dimitió el jefe de la aseguradora británica Aviva tras perder el voto del accionariado sobre su paquete salarial. El mes pasado, en Barclays, Bob Diamond presenció cómo una cuarta parte de sus accionistas votaba contra su sueldo. En easyJet, su fundador, sir Stelios Haji-Ioannou, ha liderado una campaña contra los salarios de los actuales directivos. Sly Bailey, del conglomerado de la prensa Trinity Mirror, se enfrentó a intensas críticas sobre el tamaño de su nómina en una empresa mediática achacosa y acabó dimitiendo.

Pero la situación no se limita al Reino Unido. En Estados Unidos, los accionistas se han opuesto al paquete salarial propuesto de 15 millones de dólares para el jefe de Citigroup, Vikram Pandit. Y en Suiza (que no es precisamente la cuna del radicalismo) un tercio de los accionistas votaron contra los salarios propuestos para los altos directivos de Credit Suisse. Una serie de multinacionales se enfrenta a posibles revueltas salariales, incluido el gigante de bienes de consumo Unilever y el conglomerado publicitario WPP. No hay guillotinas a la vista todavía, pero está claro que seguirán rodando cabezas a medida que las revueltas cobren impulso. Una revuelta puede ser casualidad y dos, coincidencia, pero más es el comienzo de una tendencia. Los accionistas tienen muchos motivos para estar enfadados. El salario de los directivos ha levantado mucho revuelo, porque los jefes de las empresas cotizadas se recompensan con más y más dinero mientras los accionistas ven pocas mejoras en el valor de sus acciones.

Pongamos el Reino Unido. En la década de 2000 a 2010, el sueldo de los consejeros delegados de las 350 mayores empresas cotizadas subió un 108% según un estudio reciente de la consultora IDS. ¿Qué ocurrió con el valor de sus empresas durante ese mismo periodo? Aumentó un mero 8%. Los directivos obtuvieron una recompensa diez veces mayor que los accionistas. En lo más alto de la escala, el problema es aún peor. Los jefes del FTSE ganan por norma varios millones al año en sueldos y bonificaciones, cuando hace una década los sueldos de un millón de libras ocupaban los titulares. Durante toda esa década, el FTSE no ha ido a parar a ningún sitio. El índice vale menos hoy que en 1999. Mientras los jefes ganaban millones, las personas para quienes supuestamente trabajaban no se llevaron nada.

Los accionistas se empobrecen

La situación es parecida en casi todos los países. La rentabilidad de ser consejero delegado se ha disparado mientras que la de ser accionista sigue estancada. En términos reales, los accionistas se han empobrecido. Y eso no es muy justo que digamos para los verdaderos propietarios de las empresas. Lo interesante es la repercusión para el funcionamiento de los mercados y de la propia economía. Las grandes decisiones de dónde invertir y cuánto las toma un grupo reducido de personas que, como es obvio, se dejan influir por el interés propio económico. Si las protestas cobran impulso, podemos esperar tres grandes cambios.

Primero, los consejeros delegados prestarán mucha más atención a sus accionistas. En la última década, se les ha llenado la boca hablando de los accionistas pero sin sustancia. Podían tratarles con desprecio y pensar que no importaba. Al fin y al cabo, nunca hacían nada. Ahora todo eso ha cambiado y habrá que tener mucho más en cuenta a los accionistas. Para empezar, hay que pagar más dividendos porque es la única manera de tener contentos a los mercados de valores.

Segundo, habrá que invertir más. Durante casi toda la última década, las grandes empresas han canalizado el dinero en recompras de acciones y otras fórmulas de inflar el valor de sus opciones. En un mundo de revueltas de accionistas, los consejeros delegados cobrarán sueldos más modestos y sólo se les recompensará cuando mejoren realmente los negocios que dirigen. En efecto, tendrán que centrarse más en levantar con tranquilidad y paciencia la cuota de mercado y eso sólo se consigue invirtiendo.

Por último, es probable que veamos aumentar los mercados de valores. No puede ser casualidad que mientras se inflaban los sueldos de los consejeros delegados, los valores se estancaban. Las empresas se han convertido en vehículos del enriquecimiento de sus altos directivos y no de los inversores, con los bancos como ejemplo más extremo, aunque hay muchos más culpables de hacer exactamente lo mismo.

Si se controlan los salarios y se vuelve a pensar en los accionistas, los mercados de valores podrían empezar a recuperarse. Eso aumentaría la riqueza en general. Los inversores se sentirán más ricos y los fondos de pensiones estarán en mejor posición, lo que servirá de refuerzo para las economías desarrolladas donde la demanda ha flaqueado.

Los mercados se enfrentan a un temporal de problemas global: los niveles de deuda son excesivos, el euro se desintegra y el envejecimiento de la población ralentiza el crecimiento. Sin embargo, poner fin al escándalo de los salarios y volver a centrar a las grandes empresas en la inversión y las recompensas a los accionistas es un signo positivo. Tal vez, la próxima década no será tan mala para los mercados como la anterior.

Matthew Lynn, director ejecutivo de Strategy Economics. Su último libro es 'The Long Depression: The slump of 2008-2031' (Endeavour Press).

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