
Como era previsible las elecciones de este fin de semana dejan a Europa ante un panorama incierto. Y no son las francesas las que han provocado inquietud. La victoria de Hollande ya estaba contemplada por los mercados y aunque el nuevo presidente socialista de Francia se ha mostrado, desde el principio, en contra de las políticas de austeridad acordadas por su predecesor y Merkel, todo parece indicar que las partes se encuentran en un proceso de adaptación o de acercamiento que evitará fricciones más allá de las necesarias y por ello no aumentarán la ansiedad de los inversores, que en los últimos días se ha elevado de manera considerable. El resultado de este proceso de fusión es imprevisible.
Desde Alemania se oyen voces que se oponen a modificaciones en los pactos ya establecidos, pero con seguridad y a medida que vaya pasando el tiempo irán cediendo y veremos como las duras condiciones anteriormente impuestas a países como España se van relajando y como se permitirán políticas de estímulo a la economía. Es posible hasta que el BCE pueda ampliar sus mandato y se le vea en un futuro comprando bonos en una política al más puro estilo americano.
Hasta aquí todo bien, pero inevitablemente tenemos que volver a mantener nuestra mirada atenta al origen del cataclismo. Las elecciones griegas son un fiel reflejo de la enorme presión a la que este país se ha visto sometido, consecuencia de la ineptitud de sus políticos o de la cerrazón y falta de visión de Europa, da igual, el resultado es lo que importa y como si se tratase de un frágil cristal al que se la ha cargado con un peso excesivo, la sociedad de este país se ha roto en tantos pedacitos que parece imposible recomponerla en estos momentos.
Las últimas noticias dicen que no se podrá formar gobierno y que unas segundas elecciones son inevitables. Ningún partido ha logrado superar un 20% de votos y formaciones de extrema derecha y partidos de izquierda, antes minoritarios, han logrado igualar a los que antes gobernaban. La sociedad ha dicho con claridad que no está dispuesta a someterse a las condiciones impuestas por Europa y, si en unas segundas elecciones, los partidos anti-austeridad logran mejores resultados estaremos más cerca del primer abandono del euro.
Y como he comentado en ocasiones anteriores una hipotética salida de Grecia del sistema no sería ni tan sencilla ni tan limpia, e incluso beneficiosa para el resto como algunos quieren pensar. Es cierto que Grecia no es un país grande ni tiene el peso de España e Italia, pero si este país abandonase la moneda única lo tendría que hacer en gran medida por la ineficacia de un sistema monetario, que se ha quedado corto en su construcción desde el nacimiento. Y esto último es lo que los mercados, los inversores, detectarán de inmediato, esta falta de acabado de la Eurozona que de momento habría fallado por la parte más débil pero que podría seguir teniendo averías y afectar a los elementos más vitales de la maquinaria.
De momento las reacciones no han sido excesivas, sobre todo si hablamos del euro. Bien es cierto que ha vuelto a caer contra el yen japonés, la libra y se mantiene en el límite de la intervención contra el franco suizo, pero se resiste a ceder de manera definitiva contra su principal contrapartida: el dólar. Los norteamericanos y su Reserva Federal siguen siendo muy hábiles y efectivos para conseguir que su divisa se mantenga en una cómoda y apreciada debilidad, pero a medida que vaya pasando el tiempo y se vayan asumiendo las consecuencias de las elecciones en Grecia, veremos como nuestra divisa va perdiendo terreno contra el dólar y se adentra en la zona del 1,20.
Miguel Ángel Rodríguez, analista de XTB. Autor del libro 'Aproximando el mercado de divisas al inversor'.