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Hollande marca tendencia

En la imagen, el socialista François Hollande.

Fue elocuente e iluminador el hecho de que este domingo, día en que François Hollande ganó la segunda vuelta de las elecciones que lo convierten en presidente de Francia, la prensa europea se hizo eco de unos sucesos políticos insólitos. De un lado, los medios informaban de que el comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios, Olli Rehn, había pronunciado una conferencia en la Universidad Libre de Berlín en la que sugirió que el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, esgrimido por Alemania para imponer rígida disciplina fiscal a los miembros del Eurogrupo, tiene unos márgenes de flexibilidad que permiten relajar la presión a los países que estén efectuando un esfuerzo de consolidación fiscal y llevando a cabo potentes reformas estructurales.

De otro lado, se informaba también de que un grupo de expertos reunido en Roma, en el que participaron el primer ministro Mario Monti y el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, entre otros, llegaba a la conclusión de que si François Hollande no consigue crear una opción de avance alternativa a la de la pura austeridad en Europa, lo harán los mercados. En realidad, en las dos últimas semanas, el programa del candidato socialista francés había ido ganando tanto ascendiente en toda Europa que la propia Merkel reconoció la necesidad de empezar a hablar de crecimiento: en varias entrevistas apostó por ello, haciendo sin embargo hincapié en que las medidas que se adoptaran "no deben costar dinero" sino ser la consecuencia de incrementos de productividad. Bruselas se subió asimismo al carro del crecimiento y el presidente del Consejo, van Rompuy, lanzó la idea de un Plan Marshall para Europa que deberá ser debatido en el consejo europeo ordinario del mes de junio.

En otras palabras, la simple premonición de que la socialdemocracia, extinguida prácticamente de Europa -sólo quedaban cinco países con gobiernos de centro-izquierda: Dinamarca, Austria, Bélgica, Eslovenia y Chipre-, iba a resucitar en la segunda potencia de la Unión Europea ha servido para impulsar soluciones complejas que mitiguen la ortodoxia fundamentalista que ha impuesto hasta ahora, con el beneplácito de Sarkozy, la canciller alemana.

Hollande no es evidentemente un radical, y aunque anunció que no ratificaría el tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza firmado el pasado 2 de marzo por 25 países de la UE -quedan fuera el Reino Unido y la República Checa- si no se añade una adenda sobre el crecimiento, es fácil imaginar que será fácil conseguir un consenso que combine estabilidad -medidas de consolidación fiscal- con decisiones expansivas contracíclicas que saquen de la recesión a quienes ya han recaído en ella -como España- y saquen del estancamiento a toda Europa -incluidas Alemania y Francia-.

A fin de cuentas, Alemania ya tiene lo que, con razón, exigía: el referido tratado intergubernamental crea la gobernanza europea que implementará una política económica común. Y el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que nadie ha cumplido con rigor -Alemania y Francia han sido sus principales transgresores- será ahora de obligado cumplimiento. Esta rígida disciplina facilita la mutualización de la deuda pública en el seno del Eurogrupo -los eurobonos- una vez que se tomen las decisiones pertinentes sobre Grecia (salida del euro o protectorado de facto).

Junto a los eurobonos, las restantes medidas enunciadas por Hollande encontrarán camino expedito mediante la negociación: reforma del BCE, emisión de bonos europeos para financiar infraestructuras a través del Banco Europeo de Inversiones, utilización del presupuesto comunitario para ayudar a las PYMES, ampliación de plazos para alcanzar el equilibrio presupuestario...

Resumidamente, el deshumanizado designio de considerar la estabilidad presupuestaria el único objetivo de nuestras democracias durante un dilatado período de tiempo, sin tener en cuenta ni las tasas insoportables de desempleo ni las mutilaciones del estado de bienestar y de los derechos sociales, se modulará a partir de ahora con otros objetivos que suavizarán el esfuerzo y, sobre todo, abrirán un horizonte conceptual y temporal a los ciudadanos, a los que hasta ahora se les ha negado toda expectativa.

Europa, en fin, volverá a andar sobre las dos patas ideológicas de siempre, la liberal y la socialdemócrata, en vez de deslizarse peligrosamente por la linde de una sola de ellas, al borde.

Antonio Papell, periodista.

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