
La nacionalización de Red Eléctrica en Bolivia parece ya historia, y no digamos la de Repsol. Los periódicos españoles más relevantes resaltaban ayer como noticia de portada al flamante campeón de la Liga. En las esquinas, alguno de ellos anunciaba más impuestos, esta vez con peajes en las autovías o carreteras. Otros se centraban en los problemas de liquidez en Europa y las presiones sobre el BCE. Y, casi imperceptible, aparecía el debate Sarkozy-Hollande con división de opiniones: para algunos Sarko perdió su oportunidad, y para otros Hollande fue acorralado.
The Economist alerta en su portada sobre la posible entrada de Hollande en el Elíseo, al que define como The rather dangerous Monsieur Hollande; algo evidente si Hollande impone su política económica tal como la describió en la televisión. Sin embargo, y aunque parezca ser la primera prioridad, España no sólo debe mirar a Europa, o más concretamente a Alemania. La política exterior de bajo perfil que se está llevando a cabo en Sudamérica es muy negativa para los intereses españoles que, en lo que a inversión y empresas se refiere, tiene concentrados los riesgos en esa zona. Dejar que las empresas que allí operan se defiendan como puedan no es una buena política. No solo por la debacle que supondría para España la generalización de actitudes nacionalistas, sino porque América Latina es la plataforma ideal para proyectarnos hacia Asia y otros países.
Revertir lo sucedido en Argentina o Bolivia no será fácil. Como tampoco lo será replantear toda la política exterior llevada a cabo en Sudamérica durante los pasados años. Las tenues declaraciones europeas o los apoyos decididos de Colombia o México. Países que, a su vez, aprovecharán las circunstancias actuales para dirimir sus propios conflictos en el área. Se trata, por el contrario, de poner en marcha una seria política exterior que refuerce el softpower español tan deteriorado y de tan poca efectividad. España ha de desarrollar una política sin confrontaciones, pero a la vez de defensa de sus intereses, que sume voluntades en lugar de alinearse según afinidades políticas como sucedió en el reciente pasado con los Gobiernos de Zapatero.
Esto más que fortalecer nuestras posiciones las ha debilitado, como se ha visto paulatinamente en las irrelevantes Cumbres Iberoamericanas de San Salvador, Estoril y Mar de la Plata, por no hablar del fiasco de Asunción. Es uno de los desafíos más importantes que tiene el Gobierno actual, donde no se pueden disociar los intereses comerciales y empresariales de los políticos, y donde juegan también la defensa de los derechos humanos o la mejora de la calidad democrática en esa zona. Una circunstancia que debería ser el eje de los programas de cooperación que han de servir, a su vez, de instrumentos para fortalecer las relaciones de España y los países sudamericanos. Una política que debe incluir a Brasil y Estados Unidos, elementos fundamentales para aumentar el papel de España en el mundo. El primero por ser una puerta inapreciable en las relaciones con el resto de los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China), y el segundo por ser la única potencia global actual, con la que España tiene además innumerables lazos. Todo ello requiere reforzar, como se ha indicado arriba, el softpower de España. Unas capacidades que, al decir del padre del concepto, Joseph Nye, tienen que ver con la cultura, cuando es atractiva a otros; con valores, cuando se utilizan sin hipocresía; y con política, cuando es inclusiva y percibida como legítima a los ojos de los demás. Una manera de hacer política que busca defender los intereses propios a partir de la atracción, en lugar de usar como método la coacción. Habilidades que tienen más que ver con la inteligencia emocional, la visión estratégica para defender los intereses propios, y la comunicación, arma vital en nuestros días. Acciones que precisan un marco de inteligencia económica en el que España tiene enormes carencias, y donde se hace necesario implantar instrumentos eficaces, pues los actuales son inoperantes.
Salvo una corta visita de Rajoy a Colombia, no se ha visto a ninguno de sus ministros por Latinoamérica. Todos parecen estar volcados en Europa, y da la impresión de que lo que cuenta es saber inglés y alemán. Sin embargo, el partido no sólo se juega en la Champion League, también se juega en español y allende los mares. Muchas de nuestras soluciones económicas y políticas se encuentran en tierras americanas, y para llevar a cabo este programa España necesita con urgencia otros instrumentos, además del Instituto Cervantes.
Eduardo Olier, presidente del Instituto Choiseul España.