Hay convocada una huelga general contra la reforma laboral en su totalidad, es decir, contra el Gobierno. A los noventa y nueve días de tomar posesión. Eso es prisa. Los sindicatos creen que la reforma es mala para los trabajadores. No han dicho si es mala también para los que no trabajan, para los parados.
Porque en los últimos cuatro años ha habido tres millones de despidos y los sindicatos no encontraron motivos para la protesta, mientras al propio Cándido Méndez se le veía a veces como al cuarto vicepresidente del Gobierno, un lugar cómodo para mandar sin las cargas del puesto.
Durante cuatro años los sindicatos no han movido ni un dedo para detener el aumento de los despidos mientras llegábamos a cinco millones de parados y ahora, sin embargo, se movilizan de prisa, pero no contra el paro generado sino contra el que dicen que va a venir, porque entienden que la reforma laboral facilita el despido. Esto, después de tres millones de despidos en cuatro años, es como un razonamiento de Groucho Marx. La teoría marxista -no la de Groucho- enseña que la historia se repite. Y en el caso de los sindicatos españoles lo hace primero como tragedia y después como farsa. Porque ahora los sindicatos no ocupan vicepresidencias virtuales en el Gobierno. Y tienen menos poder en las empresas. Ese poder que la reforma laboral les quita es el que quieren recuperar en la calle. De eso se trata. De tener el poder y de mantenerlo.
Los sindicatos se equivocan convocando una huelga que tienen perdida, que perdieron hace años cuando dejaron de ocuparse de los trabajadores para mandar en las moquetas de los ministerios y para mandar "a su puta casa" a las instituciones, como dijeron algunos con entera naturalidad y hasta con el aplauso de los más bobos. Pero su mayor error es perder el tren de los nuevos tiempos, anclarse en el pasado, renunciar a un sindicalismo moderno, no coo-perar en la solución de la crisis y seguir repitiendo los esquemas arcaicos de la lucha de clases. El sindicalismo español lleva años haciéndose su propia autopsia.
Si la autopsia nos dice de qué ha muerto una persona, deberíamos reivindicar la vivopsia para que nos explicara de qué viven muchos sindicalistas, sobre todo ahora, cuando los españoles pasan los lunes al sol, los martes se quejan en las calles, los miércoles se movilizan en asambleas, los jueves hacen huelga general y los domingos votan a la derecha. La gran paradoja del sindicalismo español es que el enemigo ya no es la miseria, sino los ricos. El enemigo ya no es la pobreza, sino el capital; ya no es la esclavitud del obrero, sino la libertad de mercado. Llevan años errando el objetivo y ganándose el desafecto de la sociedad. Todo el mundo puede equivocarse más de un vez, desde luego, excepto los comedores de setas y los sindicatos en una situación de emergencia como la que vivimos.
Juan Carlos Arce. Profesor de Derecho del Trabajo y Seguridad Social, Universidad Autónoma de Madrid.