Tulle suena como un sitio de lo más agradable. La bonita ciudad del centro de Francia está en el núcleo de una región ganadera, y tiene una preciosa catedral. Con todo -y con mis respetos para sus 15.000 habitantes-, unos años a cargo de sus permisos de aparcamiento y la recogida de basuras no parece el mejor currículum para gestionar la que puede ser la mayor crisis que Europa haya afrontado desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Pero eso es precisamente lo que puede que tenga que hacer su anterior alcalde.
Es muy probable que en las próximas elecciones presidenciales gane el candidato socialista François Hollande. De repente, el binomio Merkozy que ha estado gestionando la crisis de la zona euro se convertirá en el binomio Merllande o Hokel, o como quiera que los bromistas decidan llamarlo. Sólo que Hollande es un mediocre hombre de partido cuya única experiencia ejecutiva son ocho años como alcalde de la pequeña ciudad de Tulle.
Como presidente puede resultar una catástrofe para la economía europea. No tiene ninguna experiencia en dirigir nada, plantea una anticuada política de toma prestado y gasta, tendrá una relación envenenada con Merkel y no ha mostrado señal alguna de entender la magnitud del cambio estructural que Francia necesita.
Puede que cuando Hollande asuma el poder, si finalmente lo hace, el euro se esté adentrando en un verano de máximo peligro. Durante la mayor parte de enero, los mercados decidieron tomarse un merecidísimo descanso y no preocuparse por el euro. El BCE imprime dinero, calmando los mercados de bonos y los rendimientos empiezan a caer. Pero antes o después volverán a incendiarse, y la chispa serán las elecciones presidenciales de Francia. Con la primera ronda en abril y la segunda a principios de mayo, es muy probable que Hollande sea el próximo presidente. Las mayor parte de las últimas encuestas aún presentan al candidato socialista ganando a Sarkozy.
Motivos de la crisis
Cierto es que todavía quedan semanas de campaña y hay mucha gente que todavía tiene que decidirse. Y también es cierto que Sarkozy es formidable haciendo campaña, muy resistente y con una gran determinación. Pero en contra tiene que va por detrás en las encuestas, que tiene pocos logros reales que mostrar de sus cinco años en el cargo, que el país se dirige a la recesión y, desde luego, esto no parece un buen programa para la reelección. Ningún líder de la zona euro ha sido reelegido desde que empezó la crisis. No es probable que Sarkozy sea el primero. Sin embargo, al asumir el cargo, Hollande se va a encontrar con una crisis de mil demonios. Veamos el motivo.
En primer lugar, no tiene ninguna experiencia en la gestión. Como simple político de carrera, ha dedicado su vida a la misteriosa maquinaria interna del partido socialista francés. Durante la mayor parte de su trayectoria se ha visto eclipsado por su más glamurosa excompañera y madre de sus hijos, Ségolène Royal, quien fue la última candidata socialista a la presidencia. En sus primeros meses en el cargo, tendría que tomar decisiones trascendentales. Puede que incluso uno o varios países sean expulsados de la moneda única. Puede que haya que rescatar a los bancos. Puede que haya que organizar más programas de salvamento si Grecia se descalabra otra vez. Todo esto pondría a prueba las artes de liderazgo de un De Gaulle o de un Napoleón, y no parece que Hollande juegue en la misma liga.
Además, la canciller Merkel ya ha dicho que hará campaña por Sarkozy. Sean cuales sean sus motivos -y no son difíciles de entender-, esto no sentará las bases para que los dos políticos más poderosos de la zona euro mantengan una gran relación. Y lo que es peor, Hollande se ha comprometido a renegociar el nuevo tratado fiscal que Merkel acaba de imponerle al resto de Europa exigiendo la estricta observancia de unos presupuestos equilibrados a medio plazo. Si lo hace, esto casi con seguridad significa que no se aprobará el tratado. La fuerte alianza franco-alemana ha sido clave para mantener unido al euro hasta la fecha, pero estos dos se odiarán.
En tercer lugar, Hollande se ha comprometido con un anticuado programa de toma prestado y gasta. ¿Qué tiene previsto? Otros 60.000 profesores, con un coste de 20.000 millones de euros. Otros 150.000 puestos de trabajo con ayuda estatal. Mayores impuestos para los ricos y la tasa a las transacciones financieras (aunque sorprendentemente la banca es un sector francés que goza de relativo éxito). O por ejemplo la reducción de la fecha de jubilación de 62 a 60, cuando todos los demás países desarrollados han decidido que la mayor esperanza de vida hace que la gente también tenga que trabajar más tiempo. Describir el programa como de la Edad de Piedra sería un insulto para las piedras. Francia ha perdido su calificación de triple A, pero parece que todavía nadie se lo ha contado a Hollande.
Finalmente, Francia se enfrenta a enormes desafíos estructurales. Ahora el gasto público está en el 56 por ciento del PIB, nivel en el que es imposible que un país crezca. Su déficit comercial ha crecido al 2,7 por ciento del PIB, aunque antes de unirse al euro tenía superávit. Ha ido perdiendo constantemente competitividad contra Alemania, los salarios se elevan cada vez más mientras que la productividad se estanca. Pero a duras penas será Hollande el hombre que sepa cómo arreglar todo esto.
El posible nuevo presidente francés es un hombre que tendrá que averiguar la forma de mantener el euro a flote, crear nuevas reglas que estabilicen la divisa a medio plazo, rehacer la relación con Alemania y encontrar la forma de insuflarle un cierto vigor a la moribunda economía francesa. Sería un encargo de altura para cualquiera. ¿Pero Hollande? No va a estar a la altura del desafío. Si asume el poder en París, veremos cómo el euro alcanza el punto de máximo peligro.
Matthew Lynn. Director ejecutivo de Strategy Economics. Su última obra es 'The Long Depression: The Slump of 2008 to 2031'