
Desde las subastas ilimitadas en importe y plazo de tres años celebradas por el BCE en diciembre, asistimos a un flujo masivo de liquidez entre tres de los principales agentes económicos: el Banco Central, las entidades financieras y los Estados miembros.
De este modo, el Banco Central presta de modo ilimitado a las entidades financieras un dinero que éstas dedican a comprar emisiones del Estado, que a su vez son colaterales aptos para descontar en la gestión de su liquidez diaria.
Pero, ¿cuáles son los efectos de estas medidas en la economía real? En primer lugar, y de un modo muy evidente, los bancos obtienen beneficios tomando dinero del BCE al 1% y colocándolo a un tipo muy superior en deuda pública hasta 3 años, con lo que mejora su cuenta de resultados, y su capacidad para generar capital de modo orgánico. Sin duda, un negocio redondo para la banca, que además espanta los fantasmas de los vencimientos de su propia deuda en los próximos tres años.
En segundo lugar, por parte de los Estados, sobre todo aquellos más sometidos a tensiones de financiación, el efecto tampoco es nada despreciable. Sus emisiones de renta fija, tanto las que están en circulación como las nuevas subastas, tienen una demanda masiva por parte de los bancos, por lo que sus tipos de colocación tienden a bajar, relajando las primas de riesgo y la percepción de riesgo sistémico, con un efecto inmediato en el resto de los mercados financieros.
Y, por último, el Banco Central tiene una vía de financiación indirecta a los Estados que le permite no operar directamente en el mercado monetizando deuda, manteniendo en cierto modo el mensaje de la ortodoxia.
La idea consiste en superar algunas disrupciones de los mercados causadas fundamentalmente por el efecto de expulsión que conllevan los altos tipos de financiación de los Estados, en especial cuando los tipos inflados son los de corto plazo, así como la restricción al crédito que suponen los balances de los bancos secos de liquidez y con fuertes vencimientos en el horizonte.
En teoría, relajando los costes de financiación de los Estados, máxime en escenarios de austeridad como el que vivimos, estos detraerán menor cantidad de recursos de la economía real, puesto que las partidas de servicio a la deuda en los presupuestos se reducen, pudiendo destinar esos fondos a medidas de estímulo, o restando el importe a recortar de otras partidas, además de alejar posibles subidas impositivas o al menos suavizándolas.
Por parte de la banca, aparte del beneficio económico que ya hemos comentado, una situación de liquidez desahogada, o cuanto menos previsible, sería el primer paso imprescindible para reducir sus costes de financiación por la vía de los depósitos, y más cuando los tipos de la deuda pública han dejado de ser una competencia tan directa a sus depósitos tradicionales, cuyas remuneraciones también pueden rebajar, otro efecto positivo en sus cuentas de resultados.
Todo ello unido debería conducir a una reactivación del crédito a la economía real en los próximos trimestres, una vez que haya desaparecido el efecto expulsión de los Estados y los bancos vean normalizadas sus vías de financiación.
Pero, cuidado, también habrá que ser diligente en la retirada de esa liquidez cuando llegue el momento, si queremos evitarnos una nueva ronda de inflación y burbujas en los precios de los activos provocadas por una entrada masiva de liquidez barata en la economía.
Alejandro Vidal, estrategias de Mercados de BancaMarch.