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La unión fiscal de Europa, sin proyecto

La mejora de las condiciones de mercado de la Eurozona en enero puede atribuirse a varios factores, entre los que se incluyen los progresos logrados por el primer ministro italiano Mario Monti y algunas señales constructivas -aunque délficas- emitidas desde Berlín. También sugiere que gran parte de las malas noticias ya se contabilizaron en diciembre, incluido un evento de crédito o impago ordenado de la deuda griega que acarrearía el pago de los seguros de crédito o CDS, ahora muy probable. Sin embargo, los problemas fundamentales de diseño de la Eurozona siguen sin resolverse. Hasta el principal motor del sentimiento positivo de los inversores, las operaciones de refinanciación a largo plazo del Banco Central Europeo ofreciendo liquidez barata a tres años a los bancos, entraña sus propios riesgos. El BCE debe de haber decidido abrir esa ventana muy a su pesar, porque la realidad no ha cambiado e, incluso, se ha vuelto más ineludible.

En primer lugar, el núcleo de la crisis es la pérdida gradual del papel de referencia que tienen los bonos emitidos por los miembros de la Eurozona. Los activos soberanos sin riesgo son la base sobre la que se levantan unos sistemas financieros complejos. Dado que se considera que los bonos soberanos de la Eurozona ahora tienen riesgo de impago (o riesgo crediticio), los cimientos se tambalean todavía más y la marea creciente de desconfianza ahoga a cada vez más segmentos de los mercados y los países. Como están las cosas, es probable que incluso Alemania no se escape a una bajada de la calificación crediticia por mucho tiempo. La unión monetaria se volverá cada vez más insostenible, a no ser que se cree un activo creíble de referencia en la Eurozona, respaldado por una garantía conjunta y solidaria de los Estados miembros (los diversos conceptos de eurobonos), o una capacidad recaudadora central como la de la mayoría de uniones fiscales. La creación del mecanismo europeo de estabilidad (MEE) tan sólo supone un pequeño paso en esa dirección.

En segundo lugar, el riesgo crediticio de la deuda soberana genera problemas para los sistemas bancarios domésticos, que no pueden abordarse sólo con la tradicional caja de herramientas empleada en las crisis bancarias. Por eso, el plan de recapitalización de la banca del pasado octubre, que valoraba las necesidades de capital de cada banco sobre la base de unos rendimientos soberanos volátiles, está abocado al fracaso. La triste consecuencia es que la arraigada fragilidad bancaria europea no podrá resolverse hasta que se arregle el propio marco fiscal de la Eurozona. En ausencia de una decisión en este sentido, el BCE hace bien al ofrecer un apoyo de liquidez indiscriminado, aunque implique prolongar la existencia de bancos zombies con la correspondiente mala asignación del crédito. Y esa misma preocupación es la que ha hecho que el presidente del BCE sugiera que no debe haber más pruebas de estrés en 2012. Los líderes deben apoyar al sistema bancario ampliando el respaldo de la Eurozona a los sistemas nacionales de garantías de depósitos para evitar el riesgo de huidas de los bancos, aunque no pueden esperar que recuperen la solidez sin dotarlos de unos nuevos cimientos en forma de bonos europeos.

En tercer lugar, la resolución de la crisis depende sobre todo no de una ingeniería financiera inteligente, sino de los avances políticos e institucionales a escala europea. El marco político nacional de la Eurozona se deshilacha por las costuras: el BCE ha marcado un calendario para el cambio de Gobierno de Italia, Grecia podría perder formalmente su soberanía en ciertos asuntos de política económica, la canciller alemana se convierte en la protagonista de las elecciones presidenciales francesas? Y aunque los sistemas políticos nacionales pierdan su autonomía, las instituciones europeas actuales son demasiado débiles y no lo bastante democráticas como para ofrecer un marco de trabajo adecuado para las decisiones políticas. Carecen de la capacidad de decisión ejecutiva y no logran dar la sensación a los ciudadanos de que están correctamente representados. Estas dos dimensiones se refuerzan mutuamente y se precisa avanzar mucho en ambas. La representación igualitaria de los ciudadanos de la unión en el Parlamento Europeo (donde los países más grandes están subrepresentados) sería un buen punto de arranque, como sugirió el Tribunal Constitucional alemán en 2009. Nada de eso podrá lograrse sin unos cambios considerables en los tratados y los riesgos importantes que vienen con ellos, pero no hay otro enfoque alternativo que pueda hacer al euro sostenible.

Los desafíos se reflejan en el campo de batalla actual, es decir, en Grecia. El Gobierno alemán parece haber aceptado que la salida griega del euro provocaría un contagio catastrófico, pero el sistema político heleno no está implantando los ajustes necesarios. Ante una decisión tan peliaguda, la mayoría de los griegos (aunque no todos) seguramente preferirían quedarse en el euro antes que una defensa maximalista de la soberanía económica de su país. Claro que esa soberanía debe transferirse a una entidad democrática en la que los griegos tengan voz, y no Alemania o Merkozy, para que la renuncia sea viable. En otras palabras, un fortalecimiento significativo de las instituciones de la UE es condición necesaria para la futura resolución del problema griego. No hay solución fácil ni rápida para la compleja ecuación de la Eurozona, pero una cosa está clara: el estado de la cuestión, incluso con el MEE y con el pacto fiscal, es inestable e insostenible. Los líderes deben aprovechar la calma del mercado para preparar los próximos pasos. De lo contrario, será otra oportunidad desperdiciada, y a un precio mucho más alto, financiero o de otra índole, por el tiempo perdido.

Nicolás Verón, miembro titular del Bruegel en Bruselas y profesor invitado del instituto Peterson de Economía Internacional en Washington.

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