
¿Recuerdan las declaraciones oficiales después de la última Cumbre Europea en diciembre? Todo eran elogios, menos para el presidente de gobierno británico, Cameron, que se negó a firmar los nuevos acuerdos. Se nos contaba, igual como se había hecho tras las tres cumbres anteriores en 2011, que la salida de la crisis de la deuda soberana estaba encarrilada y que la zona euro volvería a convertirse pronto en un área de estabilidad.
Las expectativas de los políticos no se han cumplido. La agencia Standard & Poor's, que ya había advertido en diciembre que muchos países corrían el riesgo de ser rebajados de nota, acaba de tomar ahora esta decisión para nueve países del euro, España incluida. Entre los nueve países castigados figuran también Francia y Austria, que formaban parte del grupo de la Triple A y por consiguiente eran pilares del actual fondo temporal de rescate de países insolventes de la Eurozona (el EFSF por sus siglas en inglés), para que éste pudiera refinanciarse en el mercado de capitales a tipos de interés bajos. Entre los cuatro países de la zona euro que conservan la máxima calificación de solvencia, sólo Alemania la tiene refrendada con la evaluación de "perspectiva estable"; para Luxemburgo, Holanda y Finlandia, es "negativa".
Alemania y la zona euro
Esto supone para la EFSF que su capacidad efectiva de préstamo, que los líderes políticos europeos en marzo del año pasado habían aumentado hasta 440.000 millones de euros pudiera disminuir significativamente, máxime después de haber sufrido también una rebaja de su propia calificación, a no ser que los otros países de la Triple A y concretamente Alemania incrementen su participación como garantes del fondo. Dudo que la canciller Merkel quiera considerar esta posibilidad, dada la impopularidad de este instrumento de ayudas en la sociedad alemana. Confiará en que la cosas cambien, a mejor, en cuanto el Mecanismo permanente de Estabilidad Financiera, que tendrá una capacidad real de préstamo de hasta 500.000 millones de euros, respaldados por un depósito en efectivo de 80.000 millones aportado por los países del euro, se ponga en marcha ya a mediados de este año, como se aprobó en diciembre.
Cuando una agencia de rating norteamericana emite juicios desfavorables sobre un país europeo, la reacción política en Europa es de indignación y rechazo. Así también ahora. Vuelven a la palestra las teorías de la conspiración, según las cuales la zona euro es atacada desde fuera por motivos políticos. El argumento que se esgrime es que la descalificación se ha efectuado justo en el momento en que Italia y España habían colocado nueva deuda sin problemas y a tipos de interés más bajos que antes y que evaluando por el mismo rasero habría que castigar también a Estados Unidos y al Reino Unido, cuyas situaciones fiscales son a todas luces nefastas.
La crítica no es convincente. A Italia y España los mercados financieros les han concedido un pequeño anticipo a la credibilidad que tienen que restaurar, porque agradecen que los nuevos Gobiernos de Monti y Rajoy, respectivamente, han empezado a actuar en la dirección adecuada para combatir las crisis. Pero lo que sus antecesores (Berlusconi y Zapatero) han roto tan sistemáticamente no se arregla en poco tiempo. Por eso, la reciente degradación de la deuda italiana y española es una advertencia a Roma y Madrid de que hay que deshacerse de la mala herencia del pasado con medidas contundentes.
El falso villano
En el caso de Estados Unidos y el Reino Unido el rating es irrelevante, dado que sus bancos centrales tiene plena autonomía sobre el dinero en el que el Tesoro coloca la deuda y el tipo de cambio de la moneda nacional.
En el peor de los casos, la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra podrían recurrir a la máquina de imprimir billetes y a la devaluación del dólar o la libra esterlina, respectivamente, como medio de estimular la exportación de bienes y servicios, frenar la importación e impulsar así el crecimiento económico y, con ello, la recaudación tributaria. Los países de la zona euro, por definición, no tienen esa opción.
En otras palabras, las agencias del rating son el falso villano. No tienen incentivo alguno para actuar por motivos políticos. Sólo traducen en una nota determinada lo que muchos analistas económicos y los principales organismos internacionales (FMI, OECD, Comisión Europea) diagnostican y publican en sus estudios pormenorizados sobre las distintas economías. Una agencia de calificación europea, cuya creación se viene reclamando a voz en grito desde Bruselas y otras capitales, tendría que actuar de la misma manera, o no sería tomada en serio por los mercados. En el caso de Francia, el hiperactivismo del presidente Sarkozy no puede ocultar el hecho de que la clase política en general, y en todo caso la izquierda francesa, todavía no tiene asumida la imperiosa necesidad de la austeridad fiscal y de reformar las instituciones y estructuras económicas del país. El toque de atención de Standard & Poor's no podía ser más oportuno.
Cautela de los inversores
Los inversores financieros son cautelosos, incluidos los de China y los países árabes del Golfo que con tanta intensidad han sido cortejados por nuestros políticos para que inviertan en el fondo de rescate con el fin de aumentar su potencia de apalancamiento. En determinados sectores -compañías de seguros, fondos de pensión-, la regulación vigente exige que tengan en cuenta las calificaciones de la agencias a la hora de invertir el dinero de los ahorradores en protección de éstos. Por ello, incluso los inversores están dispuestos a comprarle a Alemania deuda a un tipo de interés cero o negativo, como ocurrió recientemente. Buscan la seguridad y la confianza y piensan, con razón o sin ella, que en la zona euro donde mejor la encuentran es en Alemania -por ahora-.
El método de actuar en la zona euro tiene que cambiar de fondo. De nada servirán más cumbres de jefes de Estado y de Gobierno, empezando por ésta, si se adoptan acuerdos ya de por sí descafeinados, que luego quedan en papel mojado, como le puede suceder al pacto fiscal previsto. En 2012 no se debe repetir el espectáculo de ruido y pocas nueces del 2011; o lo pagaremos todos muy caro. En vez de censurar evaluaciones desfavorables de los mercados habría que tomarlas como acicate para emprender de una vez en serio, con profundidad y mediante planteamientos coherentes de medio y largo plazo, el saneamiento fiscal y las reformas estructurales pendientes. Ningún Gobierno debiera ya caer en la tentación de buscar una vía fácil e indolora de salida de la crisis, que no la hay.
Juergen B. Donges, de la Universidad de Colombia.