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Competitividad: algo más que un ministerio

Una de las novedades del Gobierno es la inclusión del epíteto "competitividad" en el nombre de un departamento ministerial. Parece que Rajoy quisiera poner el foco en una debilidad manifiesta de la economía española y, además de estabilizar sus desequilibrios macroeconómicos y financieros, encarar una senda de crecimiento sostenible que garantice la prosperidad de un país que, como otros de la UE e incluso EEUU, basó su crecimiento hasta 2008 en un gasto insostenible que permitió altos niveles de empleo.

Hemos de esperar que la mera inclusión en el nombre de un Ministerio de una aspiración o preocupación compartida (anteriormente hubo Ministerios que en el mejor de los casos pasaron a la historia sin mayor pena ni gloria con epítetos en sus nombres tan encomiables como innovación, igualdad, medioambiente o tecnología) no se confunda con la materialización de la misma.

Un concepto complejo

El propio concepto de competitividad es complejo, y en él confluyen dimensiones macroeconómicas sobre las que históricamente han tenido relativa influencia los Gobiernos a través de los Ministerios de economía, y elementos microeconómicos sobre cuya evolución influyen múltiples agentes privados y públicos, tales como: sector empresarial, administraciones de diferente ámbito geográfico, varios departamentos ministeriales, organismos intermedios (incubadoras, clústers, etc.), sistema de ciencia y tecnología. Olvidar esta segunda dimensión puede llevar al traste el objetivo de la competitividad, y su materialización exige niveles de heterodoxia económica, concertación público-privada y consenso interinstitucional que ojalá el Gobierno esté dispuesto a liderar.

El concepto de competitividad en una economía crecientemente globalizada se relaciona con la presencia de la producción nacional/regional en los mercados globales y tiene varias acepciones. Para muchos actores económicos relevantes, incluso para quienes desde la UE están dictando la senda de la recuperación del continente, y en ausencia del instrumento tradicional de la devaluación de divisa, la mejora de la competitividad parece ser equivalente al mero ajuste a la baja de los costes de producción de los bienes transables internacionalmente, fundamentalmente de los costes laborales y menores impuestos y contribuciones sociales. Pero esto, con ser quizá una terapia necesaria en los momentos actuales de recesión para mantener e incluso expandir a corto plazo cuotas de mercado global en un contexto de máxima competencia internacional, no es suficiente. Es equivalente a la estabilización de un accidentado, pero no deja de ser una intervención de corto plazo que no comporta la recuperación del enfermo. Para que el ajuste se traduzca en una mejora genuina y sostenible de la competitividad, tiene que desarrollarse en paralelo una estrategia de largo alcance de mejora drástica y sostenible de la producción por hora trabajada en el conjunto de la economía, generando crecientes niveles de ocupación. En este sentido, la mejora de la productividad no puede ser la consecuencia aritmética, como está ocurriendo en España en los últimos tres años, de una terrible generación de desempleo. La genuina mejora de la competitividad de un país equivale a su capacidad para competir con éxito en la economía global al tiempo que se mantienen y expanden los estándares de vida del conjunto de sus ciudadanos. Como apunta Krugman, la productividad no lo es todo, pero a largo plazo lo es casi todo.

La economía española tiene un problema de competitividad en tanto en cuanto sus niveles de producción no son suficientes ni para garantizar las aspiraciones de bienestar de los residentes ni para mantener el Estado. Y no porque las empresas españolas pierdan cuotas de mercado en la economía global. Al contrario, en la ultima década estas cuotas de mercado crecieron ligeramente. Pero por contra, en ese tiempo hubo un deterioro sistemático de los costes laborales por unidad de producto. Un deterioro que no se debió a la evolución de los costes laborales horarios, que crecieron muy moderadamente, sino a la exigua mejora, muy inferior a la de los países competidores, de la producción por hora trabajada. La conclusión es por tanto doble: por una parte, que en la evolución de la competitividad influyen aspectos adicionales a los meros costes laborales; y, por otra, que la economía española cuenta con un grupo de empresas bien ubicadas en la economía global ejerciendo funciones de liderazgo en sus respectivos mercados. El problema es que este colectivo de empresas competitivas no es suficiente para las exigencias del país.

Tres pilares esenciales

En este contexto, el nuevo Ministerio de Economía y Competitividad, aparte de estabilizar la macroeconomía y el sistema financiero, condición necesaria para el crecimiento sostenible, debe prestar atención a la superación de los estrangulamientos, fundamentalmente microeconómicos, que impiden el desarrollo de un tejido productivo más denso y la expansión de la productividad por hora trabajada. Para ello es preciso reflexionar y construir sobre tres pilares:

1. Diversidad de la estructura productiva y sus actores, para mejorar y ampliar la inserción de la producción nacional en las cadenas de valor globales. Este pilar exige confrontar las razones subyacentes del relativo bajo nivel de innovación y emprendimiento de nuestro país.

2. Formación y formas de aprendizaje de las personas, empresas y organizaciones, para responder ágilmente a un contexto económico cambiante basado en el talento.

3. Apertura y conectividad del país y sus actores, para que las actividades, la innovación y el conocimiento fluyan en todas direcciones.

El anhelo de la mayor competitividad es ampliamente compartido en la sociedad y es de felicitar la visión del Gobierno para singularizarlo en la constitución del Gabinete. Sin embargo, hay que comprender que la competitividad es mucho más que un asunto de equilibrios macroeconómicos y ajustes salariales, e involucra a multitud de actores, administraciones e instituciones que en su actividad diaria afectan a la competitividad general del sistema. Sólo a través de la confianza y consenso consustanciales al liderazgo y con apuestas de largo plazo, que incidan en la productividad y transciendan al ciclo político, podremos mejorar la competitividad de forma genuina.

José Luis Curbelo, director general de Orkestra-Instituto Vasco de Competitividad.

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