
En medio de la marea de corrupción y despilfarro en la que está enfangada esta España, hemos de recibir con aprobación, otorgando pleno respaldo, el propósito declarado del Gobierno de exigir responsabilidades políticas y penales a aquellos gestores de la cosa pública que, guardando las facturas en el cajón y con sus delirios de grandeza, pongan en peligro nuestra sanidad y educación pública, pilares del Estado de Bienestar.
Tenemos los políticos que somos. No son una raza aparte; están en nosotros, en nuestra falta de integridad, desprecio por lo público, afán de lucro fácil. Una falta de valores cívicos e individuales que ha constituido una auténtica lacra en nuestra historia reciente.
Otra casta política es posible
Si continuamos anclados en la negatividad del tú más, nunca nos será posible avanzar. Si seguimos aferrados al fácil cinismo del listillo, tampoco. Tenemos que creer que la reforma de la casta política es posible, y por tanto exigirla sin negativismos que, anticipando la derrota, nos absuelven de la pelea que como ciudadanos debemos emprender para que estas promesas se plasmen de forma rotunda y rigurosa en nuestras leyes y conductas públicas.
Platón decía hace la friolera de 2.400 años que "el mejor sistema político es el que tiene mejores ciudadanos" y, aunque tarde, finalmente hemos aprendido que la calidad de nuestra democracia no depende tanto de los políticos como del grado de exigencia de sus ciudadanos. Somos, cada uno de nosotros, los únicos responsables del Gobierno que disfrutemos o padezcamos. Primero con el voto y luego con el marco jurídico y de responsabilidades que le impongamos a la clase política en el ejercicio de la gestión pública. Para eso es necesario abandonar la mentalidad pasiva de súbdito y adoptar la activa de ciudadano.
Este Ejecutivo del PP ha ganado con una amplia mayoría al comprometerse a implementar una reforma a fondo de la cosa pública. No tiene, por lo tanto, trabas para llevarla a cabo, ni se le debe excusar su incumplimiento. Más allá de los problemas puntuales a los que nos enfrentamos -reforma laboral, saneamiento del sistema financiero-, existen reformas de calado que son fundamentales para la salud presente y futura de la nación. Entre ellas, la inaplazable aprobación de la Ley de Transparencia, que según el programa electoral del PP constituye "un requisito imprescindible para la buena administración de los recursos, garantizar el más honrado comportamiento de todos los servidores públicos y una mejor participación de los ciudadanos. Transparencia significa el fácil acceso a toda la información relevante de manera clara y comprensible? como un derecho de los ciudadanos y como un principio básico de actuación de todas las Administraciones Públicas". Y eso deberá plasmarse en "un Portal de Transparencia en Internet que dé un acceso permanente y sencillo a los ciudadanos, con información sobre los Presupuestos y de todos los expedientes de contratación y subvenciones, así como la remuneración de todos los altos cargos y personal de confianza en puestos de asesoramiento técnico o político". Y siguiendo la cita, asimismo propone: "Establecer un marco de referencia para los salarios de los altos cargos en el conjunto de las Administraciones Públicas, adecuándose a las distintas responsabilidades que ostentan? y homogeneizar la fijación de las retribuciones de los cargos electos".
¿Ciudadano o súbdito?
Son algunas de un conjunto de reformas a las que se comprometió el Gobierno en su programa electoral y a las que convendría que todos echáramos un vistazo en la web del PP. No importa cuáles sean nuestras filias o fobias o el partido al que hayamos votado. Éste va a ser nuestro Gobierno para los próximos cuatro años y es mejor que sea para bien. A la reflexión socarrona de que las promesas electorales están para incumplirlas cabe la respuesta de que eso dependerá de la consideración que el votante tenga de sí mismo como ciudadano o súbdito. Estoy convencido de que el Ejecutivo necesita y espera encontrar un amplio respaldo ciudadano para sacar adelante estas reformas que, como era de esperar, empiezan a encontrar reticencias entre aquellos que suelen confundir la cosa pública con la cosa nostra.
Las libertades, que yo sepa, nunca se han regalado; siempre ha habido que pelear tenazmente por ellas. Aquí se nos murió el dictador. Hoy en Siria están perdiendo la vida por desalojarlo. Nuestra época -afortunadamente para nosotros- sólo nos pide algo bien sencillo: que elevemos nuestro nivel de exigencia y que no les pasemos ni una.
Ignacio Nart, analista financiero.