
Me resulta difícil compartir la opinión de los que dicen que "todavía podía ser peor, no nos rompamos la cabeza, en el fondo incluso un acuerdo intergubernamental como el querido por Angela Merkel y Nicolas Sarkozy es un instrumento de cambio". Es cierto que debo tomar nota y contribuir a extraer de lo que ya se ha decidido el máximo beneficio posible para la Unión Europea, para el euro y para Italia.
Pero la verdad es que me cuesta aceptar que se pueda ser tan tenaz en recorrer caminos equivocados y en dar la espalda de una forma tan terca a propuestas profundamente razonadas y ampliamente apoyadas como las procedentes del presidente de la República italiana y de otros, retomadas después por el Grupo Spinelli (creado en Bruselas hace unas semanas) y validadas, por último, en la reunión del Consejo europeo del viernes 9 de diciembre por Mario Monti.
Objetivo: un acuerdo intergubernamental
Mientras tanto, se reveló inútil la puesta en escena de la propuesta de modificar el Tratado para conseguir las medidas de disciplina fiscal que Alemania considera urgentes. Es cierto que no había que ser un genio para advertir de que el primer ministro inglés se iba a oponer a una medida de ese tipo, colocando a los demás ante un peligrosísimo ultimátum: aceptar sus gravosas condiciones para evitar asistir después a un referéndum interno que habría rechazado la reforma e, incluso, habría decidido la salida de Gran Bretaña de la Unión.
Puesto que, como todos sabíamos, ésta era la perspectiva más probable y dado que lo más lógico es pensar que también lo sabrían Merkel y Sarkozy, ¿cómo no suponer que la propuesta de modificar el Tratado haya sido lanzada con el único objetivo de tener que retirarla para abrir el camino al acuerdo intergubernamental, que era, en realidad, el auténtico objetivo buscado desde el principio?
Una vez aceptada la propuesta de que para meter en cintura disciplinaria a la zona euro se podía modificar el Tratado, suena razonable culpabilizar a la pérfida Albión y presentar como una necesidad debida a su arrogancia el tener que adoptar un acuerdo intergubernamental. El hecho es que, para reforzar la zona euro no era necesario modificar el Tratado; bastaba con aplicar las cláusulas referidas a la propia zona euro y, eventualmente, la cláusula de flexibilidad.
El comunicado final del Consejo del 9 de diciembre señala, entre las tareas que hay que acometer con prioridad, el reforzamiento en los países del euro de los procedimientos y de las sanciones previstas en el artículo 126 del Tratado en caso de déficits excesivos de todos los Estados miembros. Eso es exactamente lo que ya permite hacer el artículo 136 del mismo Tratado.
¿Por qué, entonces, se buscó con tanta tenacidad el acuerdo intergubernamental? Temo que en ello hayan pesado, sobre todo, razones de política interna alemana y, por lo tanto, la necesidad de convencer a Alemania de que su Gobierno tiene la fuerza de imponer la disciplina incluso a esos países que, en el imaginario germano, no serían capaces de adoptarla por sí mismos.
Una verdadera unión política
Los procedimientos comunitarios, mucho más anónimos, ofrecen mucha menos visibilidad a estos fines. Y, además, no permiten imponer a los Estados del euro la obligación de adoptar el equilibrio presupuestario en sus Constituciones y vincularse al Tribunal de Justicia europeo como sede de verificación del cumplimiento de tal obligación. Tengo que admitir que esto es cierto, pero queda por ver si se trata de un cambio urgente y si no se podía conseguir con ese procedimiento de enmienda que, junto a Romano Prodi y a todo el Grupo Spinelli, considero que hay que poner en marcha, para pasar de una unión fiscal a otra mucho más política. Pero añado que hay que alcanzar esa meta, convocando una nueva Convención y creando así las premisas para una gestión menos brusca y traumática del mal humor británico.
Hay que señalar, además, a propósito de los cambios propuestos por el acuerdo intergubernamental, que si se consideran realmente importantes para convencer a los mercados de que confíen más en la estabilidad futura del euro (aunque hay quien piensa que las decisiones adoptadas para prevenir el próximo infarto no sirven para curar el que se acaba de padecer), entonces los plazos establecidos el pasado 9 de diciembre son menos rápidos que los permitidos por el Tratado.
El acuerdo, de hecho, será firmado en marzo, pero después tendrá que ser sometido a las ratificaciones parlamentarias y a algunos referendos. Si se activase el procedimiento del artículo 136, en el mes de marzo las medidas ya podrían estar vigentes. Y el Parlamento Europeo no quedaría excluido de la toma de decisiones tan importantes.
Pero las conclusiones del Consejo de diciembre nos dicen que para hacer frente a los retos que tiene que afrontar el euro a corto plazo, hay que activar más bien instrumentos de estabilización. Mientras tanto, utilizaremos un bazooka, como alguien sentenció. Y el bazooka era la opción explícita del Consejo para que el Banco Central Europeo fuese dotado de un mayor margen de intervención, una sinergia operativa entre el BCE y el FEEF (el fondo de rescate) y un margen ampliado para las intervenciones de este último.
Se han desvanecido los eurobonos
Hay que reconocer que algo se hizo en este ámbito. Pero si realmente se buscaba un bazooka, en realidad éste es muy pequeño y muy poco potente. Está en marcha la decisión sobre el BCE, que aceptó convertirse en agente del fondo. Y se perfila, para el propio fondo, la previsión de un capital por un montante igual al 15 por ciento de sus emisiones (con una subida, pues, de más de seis puntos), pero todo lo demás ha desaparecido. Se han desvanecido los eurobonos de los que, aunque sólo fuese como una promesa, hablaba el proyecto de conclusiones del presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy. Y se ha esfumado la facultad del fondo y, por lo tanto, del MEDE (el Mecanismo Europeo de Estabilidad, que le sucederá en 2012) para actuar como prestamista, algo también previsto en dicho proyecto.
La puesta en marcha de este instrumental no ofrece especiales motivos para el optimismo. Y sin embargo, si ahora nos planteamos las preguntas últimas -¿será capaz el euro de superar la crisis y hacia dónde camina Europa?-, aparecen algunos resquicios de esperanza y de luz. Sigo estando convencido de que si los bonos soberanos no son abandonados a los mercados, si la liquidez sigue circulando y no se restringe en ninguno de nuestros Estados miembros, las políticas de saneamiento puestas en marcha en los Estados deudores están adquiriendo una credibilidad suficiente. Si acaso, es en el ámbito del crecimiento donde los signos son más débiles, y antes de que los mercados vuelvan a la alerta roja porque vean desaparecer el crecimiento, habrá que dedicar la debida atención a este tema tan crucial.
En cuanto al ¿quo vadis, Europa?, un viejo europeísta como yo sólo puede desconfiar de que se adopten acuerdos intergubernamentales en vez de procedimientos comunitarios. Sin embargo, si lo recientemente pactado se convirtiese (y es posible que se haga) en un acuerdo a 26, que, al igual que el de Schengen, se trasforme al final en un derecho comunitario, incluso con un opting out británico, llegaré a una vieja conclusión: Europa avanza eligiendo casi siempre el camino equivocado, tras haber descartado con tenacidad aquellos otras vías mejores. Pero aunque sea a remolque, avanza.
Giuliano Amato, jurista y político. Exprimer ministro de Italia.©Il Sole 24 Ore.