
Uno de los más grandes desastres, quizás el mayor, de la gestión de todos y cada uno de los Gobiernos de nuestra democracia ha sido la política (por llamarla de alguna manera) sobre la Educación.
Que la Educación es el pilar del desarrollo es un lugar común, un hecho y un dicho tan reconocido como despreciado.
Porque todos y cada uno de los Gobiernos que hemos gozado (o padecido) han sido adánicos. Han creado un propio sistema, una Ley que ponía patas arriba lo legislado por el ministro saliente.
La Educación, como la Defensa, los asuntos exteriores o la economía son cuestiones que se desarrollan con una estrategia de largo recorrido. Ni se puede improvisar ni tampoco ir dando bandazos de modo que cada estudiante haya sido sujeto de tantos planes de estudio como ministros ha tenido.
A ello debe sumarse la mema política pseudo-izquierdista de anteponer la integración desde la igualdad a la excelencia. Esto es, se desmotivaba el esfuerzo primando el pasotismo. O incluso permitir pasar de curso con hasta cuatro suspensos. ¿Qué diablos podría asimilar semejante alumno en un curso más avanzado desde la falta de base del anterior?
Asia nos da el ejemplo de cómo educación, educación y educación equivale a desarrollo, desarrollo y desarrollo.
¡¡Con una política de exigencia y excelencia han conseguido disminuir en 50 puntos porcentuales el índice de pobreza general en ese continente!!
Nosotros hemos preferido seguir la meliflua senda del pésimo sistema norteamericano, donde el aula es aparcamiento de estudiantes y el nivel de conocimientos de abrumadora mediocridad.
Pero la diferencia es que Estados Unidos, simultáneamente a su muy deficiente educación general, goza de otra de muy alto nivel para sus élites. Y además es país receptor de los mejores cerebros de todo el mundo para sus universidades y empresas.
En términos futbolísticos, cuida una cantera selecta y tiene los mejores fichajes. Como el Real Madrid o el Barça.
Javier Nart es abogado.