La Eurozona ha llegado a un punto crítico. La falta de acción tendrá como resultado la desintegración con unos costes incalculables para las economías de todos los Estados miembros, el aumento masivo del desempleo y un fuerte descenso del bienestar. ¿Por qué no se ha encontrado todavía una solución viable? La principal razón es un problema clásico de coordinación. Si no hay confianza ni una institución supranacional fuerte, los países negociarán basándose en sus intereses nacionales, a pesar del hecho de que el resultado final sea peor para todo el mundo.
Desde un punto de vista técnico, es necesario abordar tres aspectos. En primer lugar, hay que crear un prestamista de última instancia capaz de detener los círculos viciosos creados por los soberanos. Los intereses pagados por los bonos nacionales de algunos países son claramente el resultado de profecías autocumplidas, que podrían forzar en último término impagos incluso en un país como Italia, con consecuencias devastadoras para toda la Eurozona. Este prestamista de última instancia necesita tener cierto poder para ser creíble. En principio, las crisis de liquidez pueden ser abordadas fácilmente por el Banco Central -y a corto plazo no parece haber otra opción-. Sin embargo, a menudo las crisis de liquidez y de solvencia resultan difíciles de distinguir, arriesgándose así a la financiación monetaria de economías insolventes. Por ello, puede que sea mejor a largo plazo confiar en un prestamista fiscal de última instancia.
En segundo lugar, el problema real de los riesgos morales también debería atajarse. Desafortunadamente, la experiencia de este verano ha demostrado este peligro. La ayuda que el BCE proporcionó a Italia ha tenido como resultado que no hayan llevado a cabo más reformas.
En tercer lugar, el sistema bancario integrado de la Eurozona necesita una supervisión financiera unida y potente y una autoridad resolutiva respaldada por medios suficientes como para prevenir una estampida bancaria. El actual sistema organizado alrededor de supervisores nacionales y recursos fiscales nacionales resulta muy frágil y ya se han dado pánicos bancarios en algunos países.
Falta una autoridad supranacional
En el centro de estos problemas se encuentra la ausencia de una autoridad supranacional. La Eurozona necesita una autoridad capaz de cumplir con esas tres funciones al poder aumentar los impuestos, imponer su veto a las políticas económicas de los países y con el suficiente poder y recursos para respaldar y cerrar bancos, en caso de ser necesario. La estrategia para resolver la crisis ha fracasado por ahora. E incluso ha agravado la situación y aumentado el poder de veto de todos los Estados miembros al confiar en los enfoques intergubernamentales -de acuerdos país por país en lugar de impuestos desde arriba- como ha sido el caso del EFSF. Así, el fortalecimiento de un enfoque intergubernamental ha impedido que se tomen soluciones eficaces, pues se han prodigado los errores de coordinación en la toda la Eurozona.
Cada vez más comentaristas, e incluso el ministro de asuntos exteriores polaco, Radoslaw Sikorski, están pidiendo un mayor liderazgo alemán. La esperanza que se ha expresado es que Alemania, al ser la economía más grande y más potente, actúe casi de forma supranacional para salvar al euro. La dimensión histórica de estas peticiones es abrumadora. Sin embargo, Alemania no tiene la capacidad económica ni política para salvar por sí misma al euro. Económicamente, los recursos alemanes son insuficientes para respaldar la deuda y los bancos de la Eurozona. Políticamente, el liderazgo alemán no será lo suficientemente fuerte o equilibrado como para obtener un resultado que evite el riesgo moral y que garantice la prosperidad en la zona euro.
La historia del siglo XX apunta a una sola posibilidad para que Alemania pueda ejercer ese liderazgo: dentro de la UE, lo que exige la creación de una autoridad supranacional fuerte. Esta autoridad de la Eurozona tendrá que contar con verdaderos poderes federales y por lo tanto se tendrán que reducir los poderes nacionales. Todo esto tendrá que incluir una reducción del poder de los parlamentos nacionales, incluyendo el del Bundestag. Esta estructura supranacional requerirá cambios en los Tratados, pero se obtendrá el beneficio de crear un verdadero coordinador de la toma de decisiones políticas europeas. En otras palabras, será importante lograr más legitimidad democrática en las instituciones de la Unión Europea. Por último, todo esto será beneficioso para Francia, Alemania y el resto de países de la UE, ya que se creará un área económica estable y próspera que pueda actuar en la escena mundial. Esperemos que nuestros líderes comprendan la dimensión histórica de sus decisiones: la cesión de poder hará a su vez que éste aumente.
Guntram B. Wolff, subdirector del think tank Bruegel.