Firmas

Antonio León: Independencia y acción mutante del BCE

De nada sirve que un país de la UE defienda en Bruselas que una pared blanca es blanca, si el resto se obstina en que es negra. Fue una de las primeras notas que tomé al empezar a trabajar en la capital belga como periodista, cuando hace más de una década el club todavía se limitaba a quince de los actuales veintisiete Estados miembros.

Lo afirmaba un diplomático español que por su vehemencia y perseverancia aún se recuerda -con alivio o con añoranza, según los casos- en los pasillos de las instituciones comunitarias.

La deriva del Banco Central Europeo (BCE) a lo largo del lustro que ya dura la actual crisis de la deuda pública en la zona euro ilustra de alguna manera que igual que el color de las paredes -o al menos la percepción colectiva de las mismas- es mutante, la acción del guardián de la estabilidad de precios y la política monetaria en Eurolandia y el concepto de cuándo actúa con independencia o bajo presión es relativo y evolutivo.

Hasta ahora el consenso de políticos, analistas y demás fauna cuyo hábitat natural delimita física o intelectualmente con Fráncfort apuntaba a que la presión invariable de los sucesivos Gobiernos de Francia era el principal elemento perturbador de la ortodoxia acuñada por el Bundesbank y heredada por el BCE. Desde el nacimiento del euro, París siempre ha reclamado con insistencia una política de tipos de interés bajos y ha dado prioridad al crecimiento.

Y desde que el agua comenzó a superar la línea de flotación de Atenas, nuestros vecinos al norte de los Pirineos han maniobrado para que Jean-Claude Trichet primero y Mario Draghi en la actualidad intervengan en el mercado de la deuda a fin de aliviar la presión y evitar que terminen por hundir la moneda única las tribulaciones de sus socios más atribulados: Grecia, Irlanda, Portugal, España, Italia, Bélgica e incluso la mismísima Francia.

Influencia alemana

Alemania defendía sin apuros que la pared blanca era blanca y que el mandato único del BCE era combatir la inflación. Mientras Francia porfiaba sin resultado para convencer al resto de países de la zona euro de que en realidad la pared era negra.

Y por fin parece que la insistencia gala ha tenido éxito, hasta el punto de que en la sala de máquinas de las negociaciones en Bruselas ya calan y se generalizan argumentos como que Alemania no debe violar la independencia del BCE ni presionar a este organismo clave de la eurozona para impedir que compre deuda y, de esta manera, contribuya a marcar el principio del fin de las turbulencias bursátiles y de la desconfianza generalizada en la recuperación de la economía europea y global.

La pared blanca es negra, y la independencia del BCE se mide en función de cuánta deuda compre pese a la oposición de Alemania, el país más influyente en la toma de decisiones comunitarias dado que, no en vano, es el principal contribuyente a los presupuestos de la UE y a los esfuerzos para reflotar a los países con el agua al cuello.

La realidad, claro, tiene infinitos matices y tonalidades entre el blanco y el negro. Y lo cierto es que Berlín comienza a sugerir desde hace varios meses que admite el cambio cromático y de tendencia como mal menor para evitar el caos económico. El BCE seguirá comprando deuda mientras haga falta, pero quizás nunca abra fuego con la violencia de un bazooka, para ahorrar el trago a los dirigentes de la todopoderosa Alemania de verse obligados a quejarse en público o a admitir que dieron su brazo a torcer.

Antonio León. Delegado en la Unión Europea.

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