Firmas

Ignacio Nart: Aquel viernes en que jugamos todos al Euromillón

El próximo viernes 9 de diciembre pasará a la Historia (con h mayúscula). Ese día se iniciará el principio del fin o ¡quiéralo Dios! el fin del principio. Sólo existen dos alternativas: la desintegración del euro -una catástrofe de alcance global, según la OCDE- o un avance decidido hacia una Europa económica y políticamente integrada. Se han acabado las medias tintas.

La cesión de soberanía presupuestaria es la condición sine qua non. Una soberanía que en la actualidad está gravemente menoscabada, por otra parte, por esa entelequia conocida como los mercados. Apelativo que, sin embargo, cubre intereses muy precisos de fondos de pensiones, compañías de seguros, fondos soberanos, excedentes de empresas y un largo etc., que temen que sus inversiones en el mercado de deuda se vaporicen en un impago (default) soberano generalizado.

Y es que, al fin y al cabo, el problema no son los mercados, sino nosotros. Nos hemos endeudado hasta límites insostenibles, alentados por Gobiernos irresponsables y una banca rapaz y cortoplacista que han dilapidado nuestro crédito en políticas populistas de gasto público y en una burbuja inmobiliaria alentada por cajas y bancos cuyos consejeros se despiden ahora del desastre con indemnizaciones millonarias.

El descrédito de la clase política nacional y de los responsables de la política europea es inconmensurable. La masa oculta de ese iceberg de desafección ciudadana puede hundir ese Titanic en apariencia indestructible de valores e instituciones sobre el que se asienta nuestro sistema político. Un nuevo parcheo de la situación nos abocaría al desastre.

Evolucionar o morir

Se nos agotó el tiempo de prórroga. Ahora toca evolucionar o morir, una ley de la naturaleza que también se aplica a los organismos económicos y políticos con que nos dotamos. Las rupturas históricas siempre han sido trágicas. Comienzan como un susurro vagamente percibido y crecen con un rugido para arrasar la fachada siempre frágil de la cotidianidad. Ese brebaje de brujas está ya en el caldero cociéndose a fuego lento. Paro estructural elevado, población endeudada -en nuestro país con condenas hipotecarias de por vida-, una juventud sin perspectivas de futuro, guetos de población inmigrante de difícil integración y un deterioro de valores que genera fenómenos de mal agüero, como los recientes disturbios en Inglaterra y en un pasado reciente en las banlieus parisinas.

La responsabilidad de los líderes europeos es abrumadora. Quizás sea necesario traducir al alemán esa perla de la sabiduría popular española que postula: "A grandes males, grandes remedios". Porque en este desaguisado no hay inocentes. Alemania y Francia desmantelaron cuando les convino el Pacto de Estabilidad y se saltaron a la torera los límites del déficit público durante años. Después se amplió frívolamente la Unión Europea a Rumania y Bulgaria - incluso algunos propugnaron la idea de incorporar a Turquía y Marruecos- y se cerraron los ojos piadosamente ante la contabilidad espuria de Grecia. Por no hablar de esa pasmosa chapuza de adoptar el euro sin haberlo dotado antes de una estructura a prueba de los previsibles tsunamis financieros que con regularidad de metrónomo asolan nuestras economías de mercado cada diez años. Aquí hemos pecado todos, y lo que no vale es que ahora la penitencia sea cuestión de unos pocos.

Pero si hay que pecar, pequemos de optimistas; el ideograma chino de crisis también significa oportunidad. Esa clase política que antaño vendió humo, beatíficas necedades y revanchismo histórico hoy no tiene otra alternativa que gestionar su naufragio. Y los ciudadanos, por nuestra parte, hemos de dejar atrás las ensoñaciones del porque yo lo valgo y caer en la cuenta de que las cosas tienen un precio y que hay que pagarlo al contado.

Y eso sólo será posible mediante una sociedad del conocimiento que se dote de un sistema laboral flexible que fomente el empleo, y un entramado que apoye a los emprendedores con inversiones dirigidas a aquellos sectores estratégicos que nos permitan abrir nuevos mercados y competir globalmente. El problema hoy no es qué hacer con el cadáver de Franco, problema que parece prioritario a ese otro cadáver político más reciente, sino cómo construir nuestro futuro y el de nuestros hijos. Y la respuesta en esta hora es inescapablemente transnacional, primero, y global después. Ése es el sino de nuestro siglo, al que ya no le valen esquemas ideológicos del siglo XIX. Hoy los valores son otros: conciencia global, meritocracia, libertad, solidaridad y el principio de la responsabilidad individual como fundamento clave de la sociedad.

Perspectivas poco alentadoras

Pero, hoy por hoy, la estabilidad de Europa y su futuro se balancean precariamente en el filo de la navaja. La OCDE en su informe de noviembre no es precisamente optimista sobre la resolución de la crisis y contempla como escenario básico un ir tirando (muddle through) que puede descuadernarse en cualquier momento ante un suceso inesperado de calibre menor como, por ejemplo, una crisis de confianza en un banco sistémico. Y es que la mecha cada vez es más corta. No estamos contemplando desgraciadamente una posibilidad remota. AXA, el formidable grupo francés, ante el creciente riesgo vinculado a la estabilidad del euro, se ha replanteado todas sus operaciones en los países del Mediterráneo y recientemente se ha retirado de la subasta convocada por la Generalitat de Catalunya en la que ésta ofertaba un paquete de sus inmuebles institucionales para hacer caja. Reuters añadía más leña al fuego de la incertidumbre al revelar que varias empresas multinacionales e instituciones financieras estaban dedicando tiempo, dinero y recursos a preparar planes de emergencia para el caso de una posible disolución del euro.

En Europa hemos estado demasiado tiempo esperando a Godot. Sería imperdonable que el país que conjuntamente con Francia fue el fundador de la idea de una Europa unida no asumiera la responsabilidad y el liderazgo que este momento histórico exige. La moderna Alemania, su reunificación y su prosperidad actual no hubieran sido posibles sin el proyecto europeo. No les debemos nada, por lo tanto, y tampoco nos deben nada. Todos, al fin y al cabo, estamos embarcados en un mismo bote con un único destino posible: el desarrollo de una Unión Europea con peso específico en el mundo y capaz de difundir los mejores valores de nuestra ética y cultura. Porque no hay ninguna duda: el mundo sería un lugar peor sin nuestra proyección e influencia. Pero en este momento las perspectivas no son demasiado alentadoras.

Me remito a las palabras del ministro de Asuntos Exteriores polaco al Financial Times: "La mayor amenaza para la seguridad y prosperidad de mi país no son hoy los tanques alemanes? hoy mi temor no es tanto el poder de Alemania como su falta de iniciativa y liderazgo. El declive de Europa no es inevitable, pero nos encontramos al borde del abismo. Las futuras generaciones nos juzgarán por lo que hagamos. O finalmente establecemos los fundamentos de una Europa sólida, o seremos testigos de su declive al no haber sabido estar a la altura de nuestras responsabilidades".

Ignacio Nart. Analista financiero.

WhatsAppFacebookFacebookTwitterTwitterLinkedinLinkedinBeloudBeloudBluesky