Una serie de acontecimientos ocurridos durante las últimas semanas han puesto en marcha una espiral descendente para la eurozona. A menos que las autoridades -en especial las alemanas- actúen con rapidez, el veredicto que dictarán los mercados financieros va a ser despiadado.
En primer lugar, la eurozona no ha logrado revertir la situación. Mario Draghi, presidente del BCE, tenía razón al señalar que, pese a las numerosas reuniones ministeriales y las tres cumbres, aún no se implementa la decisión de aumentar significativamente la artillería del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF). Así que existen crecientes dudas sobre la eficacia de este fondo de rescate.
En segundo lugar, y en parte como consecuencia, prácticamente todas las operaciones bursátiles relacionadas con la deuda de los países de la eurozona se negocian a un descuento en comparación con los Bunds alemanes. Si bien era necesario asignar con mayor precisión un precio al riesgo, es difícil creer que Holanda, con un ratio de deuda de casi 20 puntos porcentuales menos que Alemania, merezca ser evaluado como un país con riesgo más alto. Pero ahora hasta el poderoso Bund ha comenzado a sufrir por la intensificación de la ansiedad en el mercado.
En tercer lugar, los mercados financieros y, cada vez más, las empresas son quienes están contemplando una posible ruptura de la eurozona y hasta el fin del euro. Todavía es difícil pensar en lo impensable, y mucho más considerar los detalles de semejante escenario; pero ahora todo participante racional debe considerar la posibilidad de que lo impensable ocurra. Si las expectativas relacionadas al desastre se amplifican y un creciente número de agentes empiezan a tomar posiciones que los protejan, las consecuencias podrían llegar a ser abrumadoras. Y la eurozona no sería la única en sufrirlas.
En cuarto lugar, Alemania se ha convertido en líder indiscutible de la eurozona. Aunque Francia sigue desempeñando su papel como la otra mitad de la pareja líder de la UE, ha perdido influencia y la capacidad de tomar la iniciativa. Un debilitamiento en la economía francesa, una mayor inestabilidad en las finanzas públicas y las próximas elecciones presidenciales son factores que se combinan y alteran el equilibrio con Alemania . La audacia política únicamente puede llevar a Francia hasta cierto punto.
La historia se repite
En este contexto, Alemania otra vez se encuentra en una situación similar a la que enfrentó a finales de los años 80, cuando el Bundesbank fijaba la política monetaria para el resto del continente. En dicho momento, el canciller alemán Helmut Kohl sabiamente llegó a la conclusión de que el dominio económico alemán de Europa no era propicio para alcanzar un equilibrio estable, y que se debía construir un mejor plan basándose en el peso y la influencia que tenía Alemania para establecer un orden monetario común y permanente. La visión de Kohl fue la que engendró el euro.
Hoy día, una vez más, lo más beneficioso para Alemania es garantizar una estabilidad duradera en Europa. Con activos en el extranjero por valor de 6 billones de euros (7,9 billones de dólares), la mayoría de los cuales consisten en cobros que se deben hacer a sus socios de la eurozona, Alemania sufriría enormes pérdidas si el área euro se fragmenta. Los cobros a las entidades dentro de los países socios se tendrían que volver a denominar en monedas más débiles -o en caso contrario los prestatarios no los pagarían y quebrarían-. Obviamente, los exportadores alemanes se verían perjudicados por una apreciación cambiaria sustancial.
La canciller Merkel decidió con sensatez tomar la iniciativa en la reforma de la zona euro. Sin embargo, muchos germanos se sienten engañados por algunos socios irresponsables de la eurozona, lo que da lugar a que irrumpa la tentación de utilizar el actual poder de Berlín para endurecer las sanciones y así obligar a los países más débiles a adoptar cambios constitucionales, especialmente en materia de política fiscal.
Ésta es una actitud arriesgada. Sin duda, Alemania tiene una influencia mucho mayor hoy de la que tuvo en cualquier momento durante los últimos 20 años. No obstante, el intento de obtener concesiones unilaterales de sus socios es una receta para el descontento. Una cosa es ser sancionado por incumplimiento de las normas, como por ejemplo las del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, y otra completamente distinta es permitir que se destituyan gobiernos y parlamentos nacionales elegidos democráticamente y que una autoridad de mayor rango no electa censure los presupuestos nacionales.
Ante el control presupuestario
Los miembros de la UE muy probablemente no lleguen a un acuerdo sobre una reforma importante a menos que Alemania ofrezca algo a cambio. En ausencia de un pacto más equilibrado, lo que posiblemente surja de las negociaciones es simplemente otra ronda de sanciones que en gran medida son ineficaces y en última instancia llevan a la polémica.
El quid pro quo natural para el control presupuestario ex ante sería la solidaridad plasmada en la creación de los eurobonos. La responsabilidad solidaria de estos bonos públicos sólo se puede concebir si los países que ofrecen su garantía -y por lo tanto ofrecen acceso potencial a sus contribuyentes- pueden ejercer poder de veto y evitar que un país emita más deuda. Por lo tanto, el control ex ante jurídicamente vinculante es una condición necesaria para la emisión de eurobonos. Por el contrario, renunciar a la soberanía presupuestaria y entregarla a los socios de la zona euro es únicamente aceptable si tal renuncia viene acompañada de una garantía de dichos socios estipulando que ellos vendrán al rescate en caso de accidente.
Alemania debe ser audaz y utilizar su influencia para ofrecer un nuevo pacto a sus socios de la eurozona: una garantía mutua de parte de su deuda pública a cambio de límites de endeudamiento estrictos y un nuevo orden jurídico en el cual una autoridad de la eurozona pueda vetar un presupuesto aprobado, incluso antes de ser implementado. Sólo tal audacia otorgará la certeza que los mercados necesitan. Alemania tiene la responsabilidad de ser audaz.
Jean Pisany-Ferry. Director del Bruegel, un 'think tank' de expertos en Economía, profesor de Economía en la Universidad Paris-Dauphine y miembro del Consejo de Análisis Económico del primer ministro francés.