El príncipe consorte Iñaki Urdangarín está envuelto desde hace unos meses en un jardín judicial harto complicado.
Érase que se era que el Instituto Nóos del señor Urdangarín contrató por la exigua suma de casi 5 millones de euros (¡qué menos!) sendos eventos culturales con los Gobiernos populares de las comunidades de Baleares y Valencia. Se trataba de congresos sobre turismo y deporte, así lo presentaba el Instituto Nóos, que darían amplia dimensión internacional a las ciudades de Palma y Valencia.
Los congresos terminaron convertidos en gigantescos elefantes blancos y los fabulosos resultados fueron más metafísicos que físicos. Del "estrellato internacional" pretendido ni se supo, ni se sabe, ni se espera.
También el exconsorte Marichalar resultó, tiempo ha, nombrado y renombrado para presidencias tan honorarias como bien retribuidas de instituciones de todo tipo.
La cuestión aquí no es tanto el buen hacer, el mal hacer o el no hacer, sino la que entiendo evidente y necesaria incompatibilidad entre percibir retribución de la Casa Real por su pertenencia a ella y las actividades económicas personales, por muy personales que pretendan ser.
Porque resulta que en ocasiones la causalidad se une a la casualidad convirtiéndose en una unidad indisoluble. La separación del señor Marichalar no sólo fue matrimonial sino patrimonial? en atención a tantos organismos que se olvidaron de él cuando su persona dejó de tener la relevancia pública que había ostentado.
¿Y los congresos lo fueron por las virtudes del consorte?
En este país hemos dejado de sacralizar lo que nunca debió serlo: la Iglesia, el Ejército, la Judicatura, el Gobierno? pero seguimos teniendo una bobalicona reserva sobre la Monarquía.
Desde mi republicanismo sentimental, mantengo que la Corona ha dado y da servicios inestimables a nuestro país. Ha sido y es útil. Incluso barata.
Pero eso no significa que en llegando a la puerta de La Zarzuela se nos ponga sonrisa de cortesano.
Javier Nart es abogado.