Evasión

Vuelve el escritor de la España triste: Juarma y la poesía del albañil en 'Poética de la autodestrucción'

Juan Manuel López, el dibujante y novelista al que conocimos como Juarma (Deifontes, Granada, 1981) tras la publicación de Al final siempre ganan los monstruos (2021) y Punki (2023), regresa a las librerías con Poética de la destrucción, una novela también editada por Blackie Books en la que el autor recupera el escenario de sus títulos anteriores, Villa de la Fuente, trasunto de su pueblo natal, para contar una historia donde la violencia, la precariedad y las adicciones limitan la vida de los jóvenes del lugar. El protagonista, Miguel, es un chaval aficionado a la poesía que alterna su trabajo en la obra por las mañanas con las noches de neones y juerga quemando rueda.

La novela llega como un capítulo más del retrato que Juarma, ahora afincado en Puerto de Sagunto (Valencia), traza sobre una sociedad ahogada por la falta de medios y esperanza. Una representación que el autor diseña desde "la rabia" y "el odio de clase", ese que se ha ido expandiendo en sus propias carnes desde su infancia en Deifontes, el municipio de 2.000 habitantes donde la policía "detenía" incluso a un niño de 10 años por jugar a fútbol en la calle. Los agentes los llevaban a él y al resto de sus amigos de vuelta a sus casas, algo que el escritor recuerda con miedo y que, por supuesto, le distancia de cualquier mirada nostálgica al pasado. Las escenas de cruda violencia que apreció años más tarde, en su juventud, son las que alimentan unas historias que, aunque son ficción, sí expresan emociones y situaciones reales.

El Villa de la Fuente de Poética de la destrucción es "un pueblo sin futuro. Navajas, coca, punk, ternura, coches trucados, vidas rotas. Muchos secretos, ninguna escapatoria". Un pueblo donde los adolescentes quedan para beber litronas a las puertas del cementerio en un Opel Calibra del 2003. Un pueblo en el que el santo sale a la calle, esa donde queda el mismo bar de siempre y donde se monta el mercadillo de los lunes. Desde la editorial lo definen como un pueblo ficticio que, sin embargo, no se distancia tanto del resto de pueblos españoles más o menos vaciados. "Villa de la Fuente es el cajero que apenas funciona, el bus que nunca pasa. Villa de la Fuente es la discomóvil en la carpa de la plaza, los almacenes de conservas y de logística; es el que hizo dinero en la obra y el que lo perdió todo en la obra. Los torneos de fútbol en el polideportivo municipal, un porro a escondidas, las primeras resacas".

El protagonista de la novela desea echar a volar cuanto antes, por lo que, en el verano de 2002, se aferra al trabajo que un colega le ofrece en la obra, un curro remunerado con unos 900 euros al mes y lo que apenas suman unas pocas pagas extra. Precisamente, el escritor conoce bien lo que significa encadenar trabajos precarios desde la juventud. Empezó a trabajar a los 14 años, cuando conoció lo que era sentirse excluido del ocio y los planes de los que sí disfrutaban algunos de sus amigos.

En sus ratos libres exploró el dibujo y la escritura, guardando a buen recaudo algunas obras y quemando, literalmente, las que no le gustaban. Algunas de sus poesías se salvaron al quedarse traspapeladas entre las viñetas. Juarma siempre se sintió más cómodo en el universo gráfico -abandonó la carrera de Filología Hispánica porque no conectaba con el resto del alumnado, mientras sí lo hacía con los artistas y visitantes de los entornos artísticos en los que exponía en Granada-. Ahora, sin embargo, vive de la escritura de sus novelas. Su debut, Al final siempre ganan los monstruos, se forjó en un grupo de Facebook y tuvo una tirada minúscula a cargo de Camping Motel Ediciones, sello creado para la ocasión. En 2021 fue publicada por Blackie Books con notable éxito: 25.000 ejemplares vendidos.

WhatsAppFacebookTwitterLinkedinBeloudBluesky