Evasión

Pérez Reverte habla de Misión en París, su nueva novela: "Alatriste me reconcilia con España"

Arturo Pérez-Reverte en la presentación del libro

Tras catorce años de silencio literario en torno a su personaje más célebre, Arturo Pérez-Reverte vuelve a escena con la octava entrega de la saga de Diego Alatriste y Tenorio, titulada Misión en París (Alfaguara). La presentación tuvo lugar en el Hotel Palace de Madrid, donde el académico de la RAE desplegó su característico tono irónico y su mirada crítica hacia la sociedad actual.

La obra llega a las librerías con una tirada inicial de 180.000 ejemplares, un número poco frecuente en tiempos de incertidumbre editorial, pero que evidencia el peso de una serie que ya ha superado los siete millones de ventas en todo el mundo. "Los lectores me han presionado mucho para este regreso, algunos incluso me han insultado públicamente por dejar a Alatriste sin cerrar su historia. Pero ha sido una presión grata", nos decía el escritor, y ex reportero de guerra que, a sus 73 años, mantiene intacta la vitalidad de los debates que siempre han acompañado a sus libros.

Pérez-Reverte nos recordó cómo nació el capitán Alatriste a finales de los años noventa. La chispa surgió al descubrir en el libro de texto de su hija que el Siglo de Oro español apenas se resumía en "cuatro líneas mal redactadas". Aquella carencia lo llevó a construir un universo narrativo en el que los lectores pudieran viajar a una época clave de nuestra historia.

"Era el tiempo en que España fue a la vez gloriosa e infame, cruel y magnánima, brillante y decadente. Para comprenderla había que narrarla con todas sus luces y sombras. Por eso Alatriste no es propaganda ni condena: es memoria", explicó el autor.

El periodista no esquivó las polémicas ideológicas que siempre han acompañado a su personaje. Aseguró que, desde su primera publicación, la serie incomodó tanto a la extrema izquierda, que la tachaba de exaltación imperialista, como a la extrema derecha, que la acusaba de reforzar la llamada leyenda negra. "Ese rechazo simultáneo fue la mejor confirmación de que el proyecto era necesario. Yo no escribía para aplaudir a unos ni a otros, sino para contar cómo éramos realmente", señaló.

Pérez-Reverte también reflexionó sobre la pérdida de referentes históricos en la literatura española. Recordó que el teatro barroco de Lope, Calderón o Tirso exprimió el imaginario de aquella época hasta el punto de dejar poco espacio para nuevas aproximaciones. A ello se sumó el uso ideológico que el franquismo hizo de símbolos como el Cid o los tercios, lo que provocó que, llegada la democracia, se arrinconara todo lo que oliera a pasado nacional. "Yo no tenía complejos y me lancé a escribir lo que otros evitaban. El éxito del capitán demostró que había un vacío que cubrir", dijo.

La nueva novela traslada a Alatriste al París del siglo XVII, el mismo que inmortalizó Alejandro Dumas en Los tres mosqueteros. El autor confesó que se documentó con mapas antiguos y grabados para reconstruir una ciudad que ya solo existe en el papel. "Es un homenaje a un libro que marcó mi juventud. Milady de Winter ha estado presente en casi todas mis heroínas: mujeres misteriosas, fuertes, capaces de sobrevivir en un mundo dominado por hombres. Siempre valen más que ellos", declaró.

El regreso no ha sido fácil. Pérez-Reverte admitió que temía no recuperar el tono peculiar de la serie: un lenguaje impregnado de aromas del Siglo de Oro, pero legible para el lector contemporáneo. Sin embargo, la mayor transformación la ha sufrido el propio protagonista. "He envejecido, y Alatriste ha envejecido conmigo. Ahora es más amargo, más cansado, más consciente de sus remordimientos. Ya no es solo el soldado taciturno: es un hombre marcado por el peso del pasado. En eso se parece a mí", confesó.

El escritor recordó un poema del Siglo de Oro en el que dos veteranos de Flandes renegaban de España y de sus miserias, para después lanzarse de nuevo al combate. "Eso somos los españoles: manipulados, puteados, pero cuando llega la hora de arrimar el hombro, lo hacemos. Alatriste encarna esa contradicción y, escribiéndolo, yo mismo me reconcilio con este país", añadió.

Pérez-Reverte utilizó el acto para lanzar su habitual mirada crítica al mundo actual. Lamentó la desaparición de la figura del intelectual europeo y su sustitución por voces espontáneas en redes sociales: "Hoy cualquier youtuber se erige en intérprete del mundo, sin cultura que filtre la avalancha de falsedades. El lector queda indefenso. Alatriste, en cambio, ofrece herramientas para mirar la historia y el presente con serenidad".

También abordó la cuestión de la palabra España, que a su juicio fue secuestrada por el franquismo y después abandonada por la izquierda democrática. "Renunciar a limpiar esa palabra fue un error. Todavía lo pagamos", afirmó.

"Escribir Alatriste me reconcilia con España"

Arturo Pérez-Reverte lo dice con serenidad, aunque detrás late un vínculo profundo: escribir al capitán Alatriste no es solo un ejercicio literario, sino también una forma de reconciliación con el país. Tras casi treinta años de convivencia con su espadachín de los tercios, el autor admite que cada nueva novela le devuelve una mirada compleja y honesta sobre lo que significa ser español. "Lo bueno y lo malo, lo heroico y lo miserable, todo está ahí", resume. El escritor tiene claro que el final está cerca. El destino de Alatriste está marcado desde el inicio: la derrota de Rocroi en 1643, episodio que simboliza el declive de la hegemonía imperial española. "No hay escapatoria posible. Rocroi es nuestro final de época, y allí debe caer él", explica. Aun así, Pérez-Reverte se resiste a ponerle fecha a esa última entrega. "Sé que será doloroso. Matar a Alatriste es también matarme un poco a mí. Por eso no tengo prisa. Lo retraso porque me gusta seguir en su compañía". En la saga, el tiempo ha pasado tanto para el personaje como para su creador. Alatriste se muestra más amargo, más reflexivo, más humano. Y en ese espejo, el autor reconoce sus propias huellas. "Yo también he acumulado remordimientos y cicatrices. Inevitablmente, él ha envejecido conmigo", poniendo de relevancia que ya no es solo el soldado frío y lacónico de las primeras novelas.

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