
La Mostra está de vuelta. El universo del cine vuelve a girar en torno al Lido. Este miércoles arrancaba la 82.ª edición de la Mostra Internacional de Arte Cinematográfica de Venecia, el festival de cine más antiguo del mundo y, una vez más, epicentro de la atención cultural global, el glamour, o la moda de las grades estrellas. En un momento en que se discutía su capacidad de seguir compitiendo con el brillo de Cannes o la irreverencia de Berlín, la ciudad de los canales responde con contundencia: un programa de alto voltaje artístico, estrellas de primera línea y homenajes que apelan directamente al corazón cinéfilo.
Desde este 27 de agosto al 6 de septiembre, Venecia se convierte en mucho más que una postal de góndolas y puestas de sol. Bajo la dirección de Alberto Barbera, el certamen ha orquestado una edición que respira cine por cada rincón del Lido. Y lo ha hecho con un equilibrio tan difícil como necesario: combinar el glamour de las grandes producciones con el riesgo creativo del cine de autor; aunar nombres míticos con voces emergentes que marcan el futuro de la narrativa audiovisual.
El festival se inaugura con La grazia, el esperado nuevo filme del italiano Paolo Sorrentino. Es su séptima colaboración con Toni Servillo, su actor fetiche, al que se suma Anna Ferzetti. Aunque los detalles del argumento se han mantenido en secreto —se define vagamente como "una historia de amor"—, la firma del director de La gran belleza basta para generar expectativas. Cada estreno suyo en Venecia es un acontecimiento en sí mismo, y este no es la excepción. Pero el arranque del festival también tiene un cariz profundamente simbólico. En la gala inaugural, Francis Ford Coppola, de 86 años, director de El Padrino y uno de los titanes del cine moderno, ofrece un discurso en homenaje a Werner Herzog, quien recibirá el León de Oro honorífico por toda su carrera.
El cineasta alemán, con su mirada radical e intransferible, ha sido una figura clave para comprender la evolución del cine contemporáneo. El segundo León de Oro a la trayectoria se otorgará a Kim Novak, inolvidable protagonista de Vértigo, de Alfred Hitchcock. La actriz, de 92 años, retirada desde hace décadas, representa uno de los últimos vínculos vivos con el Hollywood clásico. Lo que hace que esta edición destaque es también la contundencia de sus cifras. A nivel económico, la Mostra ha perfeccionado un modelo mixto de financiación que combina apoyo estatal, patrocinios privados y una limitada dependencia de la taquilla.
El presupuesto anual del certamen ronda los 23 millones de euros, de los cuales apenas 2 millones proceden de la venta de entradas y acreditaciones, un 10?% del total. El grueso se cubre con una subvención estatal de 13,7 millones de euros, 5 millones de patrocinadores privados, con marcas como Cartier, Campari, Armani Beauty o Mastercard a la cabeza, y una aportación de 2 millones por parte de la Biennale de Venecia.
Este modelo no lucrativo, respaldado por el Estado italiano y consolidado por el prestigio internacional del evento, ha demostrado ser económicamente sostenible. Pero donde la Mostra genera verdadero impacto es en la economía de la ciudad. Con más de 114.000 accesos totales a las salas y 36.000 entradas vendidas al público general en 2024, el festival impulsa de forma directa la industria turística local. Según datos del Journal of Cultural Economics, el impacto económico del evento puede alcanzar los 100 millones de euros anuales. Hoteles con ocupación plena, incremento en la demanda de transporte acuático, restauración y comercio local: Venecia se transforma en un ecosistema en ebullición.
El turismo cinematográfico se combina con el de alto nivel. Asistentes VIP y profesionales de la industria internacional, desde distribuidores hasta responsables de plataformas de streaming, se dan cita en el Lido. La alfombra roja no solo es escaparate para la moda y las redes sociales: también lo es para los negocios. La Mostra sigue siendo un termómetro para la temporada de premios. De hecho, entre 2022 y 2024, las películas que pasaron por Venecia acumularon 77 nominaciones a los premios Óscar, frente a las 56 de Cannes. De esas, 14 estatuillas fueron a filmes venecianos, en comparación con las 5 ganadas por producciones cannoises.
A nivel artístico, Barbera ha apostado por una sección oficial diversa, con nombres consagrados como Michel Franco, Jasmila Žbani? o Lav Diaz, junto a voces emergentes como Ala Eddine Slim o Lina Soualem. También se consolida el espacio de Venice Immersive, que abre las puertas a narrativas en realidad virtual, y se refuerzan las proyecciones de series de televisión con sello autoral, un campo donde Venecia ha sabido innovar sin traicionar su espíritu.
La Mostra no pierde de vista su vocación como festival de ideas. Este año se celebran debates en torno al papel del cine en la era de la inteligencia artificial, la sostenibilidad en la producción audiovisual, la representación de minorías o el papel de las plataformas digitales en la creación de nuevos públicos. Todo ello, sin perder el atractivo de su glamur: cada noche, el Lido se convierte en una pasarela global. En los últimos años, los festivales tradicionales han enfrentado dudas existenciales, marcadas por la irrupción de las plataformas, la huelga de guionistas y actores de 2023 y los cambios de consumo en las audiencias.
Pero la Mostra, lejos de apagarse, ha encontrado un equilibrio que la posiciona como uno de los espacios más relevantes del ecosistema audiovisual global. Cine como arte, sí, pero también como industria, plataforma cultural, motor turístico y escaparate internacional. Con un arranque tan sólido, no es arriesgado decir que esta 82.ª edición quedará en la memoria del certamen. En un mundo en constante transformación, Venecia no solo ha recuperado su pulso: lanza un mensaje claro al mercado y al arte por igual. Más allá de Cannes, Berlín o Toronto, la Mostra juega en su propia liga. Una en la que cine, rentabilidad y prestigio cultural no solo conviven, sino que se potencian mutuamente.