Evasión

Turismo de élite y turismofobia: la doble cara de las capitales culturales europeas

A comienzos de 1983, tras mi nombramiento como director general de promoción del turismo, tuve como asesor durante unos escasos meses a Javier Gómez Navarro, que después sería ministro del ramo. Javier, una persona de gran cultura, buena experiencia en el periodismo de viajes, fundador de FITUR y propietario de la mejor colección privada de libros de viajes en España, me presentó al poco tiempo su primer trabajo que pretendía marcar la línea de actuación de la dirección general. Llevaba por título Convertir al turista en viajero. Era una declaración a favor del turismo cultural muy en línea con la posición dominante en los medios de comunicación y en algunas instancias gubernamentales.

Mi reacción fue señalar que yo quería convertir al viajero en turista. Fue un enfrentamiento, sin acritud, entre culturalistas e industrialistas del turismo. Yo había pertenecido al primer grupo hasta que fui destinado en 1974 como consejero de turismo en la embajada de España en Estocolmo. Allí los turoperadores y el crudo invierno me convirtieron en un adepto al segundo grupo, no solo en la teoría sino también en la práctica. Los culturalistas favorecen a los que viajan para conocer mientras que los industrialistas favorecen a los que lo hacen para disfrutar -ambos grupos permiten pasarse de vez en cuando al bando contrario-. Para disfrutar no hay como el sol y la playa, tras la obscuridad del invierno europeo. De hecho, en aquellos años más del 80% de nuestros visitantes practicaban ese tipo de turismo

Los culturalistas defendían que el viajero gastaba más que el turista, que tenía mayor nivel económico y cultural y que podía cambiar de destino, dentro de España, para conocer otros lugares mientras descalificaban a los otros acusándoles de defensores del turismo de masas. Los industrialistas, reforzados ideológicamente con las aportaciones del sociólogo aragonés Mario Gaviria, padre de los estudios sobre medio ambiente en España, ponían como ejemplo de uso eficiente del espacio y de los recursos naturales a Benidorm, donde los empresarios locales estaban montando una gran ciudad turística en altura alrededor de las mejores playas urbanas de Europa. Los turistas de sol y playa tenían estancias más largas, viajaban en familia, tenían un alto índice de repetición y de satisfacción y utilizaban menos el espacio común.

50 años después, los culturalistas ven sus deseos cumplidos, pero se acuerdan de ten cuidado con lo que deseas… El verdadero turismo de masas es el que tiene lugar en las ciudades históricas. En Europa la población y los comerciantes locales han ido abandonando el centro de origen medieval y han sido sustituidos por viviendas de uso turístico, franquicias de multinacionales y tiendas de souvenirs. Se ha generado un verdadero problema de exceso de turismo en casi todas las épocas del año con su inevitable consecuencia: la turismofobia, mientras que los destinos turísticos de sol y playa han sido capaces de asimilar todo el crecimiento que se ha producido desde entonces. Playa de Palma, Torremolinos, Benidorm o el Puerto de la Cruz se han recuperado tras una etapa de decadencia y no solo han asimilado las tendencias ya existentes, sino que se permiten el lujo de ampliar su capacidad sin que todo ello genere el mismo nivel de incomodidad en la población local, con notables diferencias entre los distintos lugares.

Los centros históricos se han despoblado por la noche y saturado durante el día. Los ejemplos que aparecen en la prensa mundial siempre incluyen a Venecia y Barcelona. En ambos casos los problemas se agudizan por el alto número de cruceros cuyos pasajeros ocupan la ciudad entre las 10 de la mañana y la 4 de la tarde. Al igual que otras ciudades con problemas similares como Ámsterdam están aplicando limitaciones de diverso tipo, pero con escaso éxito pues al ser destinos únicos la demanda es poco flexible.

El temor tantas veces repetido de que ese tipo de ciudades se estaban convirtiendo en parques temáticos, al estilo Disney, en los que original y copia tienen el mismo valor, ha quedado patente con motivo de la boda de Jeff Bezos y Lauren Sánchez. Cinco días de fiesta en Venecia y un gasto de 50 millones de dólares que incluye el alquiler del decorado. Parte de la población local, con ayuda de algunos activistas, se sintieron irritados por ese uso y mostraron su enfado con inmensos carteles contra el dueño de Amazon.

Realmente por ese dinero podría haber ido a celebrar su boda al 3355 South, Las Vegas Boulevard, donde está situado el Venetian Resort con más de 4000 suites -no tiene habitaciones standard- y réplicas realistas del Gran Canal, con sus góndolas, la Plaza de San Marcos y el Campanile. Los invitados hubieran estado más a gusto sin multitudes incomodas y con un poco de Photoshop solo se distinguiría del original en que las calles y los puentes aparecerían más limpios. Incluso podría propiciar que el turismo ersatz tomara impulso y las ciudades históricas recuperen parte de su alma vendida por unas monedas.

WhatsAppFacebookTwitterLinkedinBeloudBluesky