
Por cada crimen hay una víctima, pero a veces el asesino también lo es. Ese es el corazón latente de El caso de Ruth Ellis, la miniserie británica de cuatro episodios estrenada en Filmin, escrita por Kelly Jones y dirigida con pulso contenido por Lee Haven Jones.
Como dice uno de los personajes al final, cuando todo ya está decidido: "Le diste a una mujer rota un arma". La pregunta que queda flotando es quién apretó realmente el gatillo.
La historia es sobradamente conocida en el Reino Unido: Ruth Ellis fue la última mujer ejecutada en la horca, el 13 de julio de 1955, tras asesinar a su amante, el piloto de carreras David Blakely. El suceso marcó un antes y un después en la conciencia social británica y puso en marcha la maquinaria que acabaría desmontando la pena capital. Pero más allá del dato histórico, la serie se sumerge en los pliegues morales del caso, sin recrearse en el sensacionalismo.
El relato arranca en el momento clave: Ruth, interpretada por una espléndida Lucy Boynton, camina con paso firme hacia la puerta del pub The Magdala, en Hampstead. Es Domingo de Pascua. Tiene un revólver Smith & Wesson en el bolso y el gesto decidido de quien ya ha firmado su sentencia. No hay misterio en el crimen: Ruth disparó cinco veces, dos de los tiros impactaron en Blakely y uno rebotó y alcanzó a un viandante. Lo que interesa a la serie no es el quién ni el cómo, sino el por qué.

A partir de ahí, El caso de Ruth Ellis despliega una narrativa que alterna el presente carcelario, donde la protagonista aguarda el desenlace en el corredor de la muerte, con flashbacks de su vida: una juventud sin tregua en los clubes nocturnos londinenses de los años 50, trabajos mal pagados, maternidades precoces y una búsqueda de amor que siempre desembocaba en el maltrato. Ellis no es una heroína, ni la serie pretende blanquearla. Pero tampoco la juzga. La muestra en toda su complejidad: como madre, víctima de violencia, mujer ambiciosa en un mundo de hombres, y, al final, como asesina resignada a pagar su culpa con la vida.
El guion, basado en el libro A Fine Day for Hanging: The Real Ruth Ellis Story, de Carol Ann Lee, se cuida de no deslizarse por el culebrón judicial. No hay giros de guion gratuitos ni se estira el suspense artificialmente. De hecho, uno de los aciertos de la miniserie es mostrar desde el primer episodio que Ruth Ellis no lucha por salvarse: "Ojo por ojo. Le he quitado la vida y no quiero que salven la mía", confiesa a su abogado. Esa frase vertebra toda la serie. Es un acto de desafío, pero también un reflejo de la desesperanza.
En el retrato de Ruth hay una decisión evidente de evitar la caricatura. La serie elige no ahondar en detalles morbosos, como su pasado como prostituta, quizá por respeto, quizá para no desviar la atención del núcleo emocional: una mujer atrapada en una sociedad misógina, que la juzgó más por su vida que por su crimen. Y ahí es donde El caso de Ruth Ellis brilla. Porque no sólo reconstruye un asesinato, sino un tiempo. El Londres de posguerra es un personaje más: los clubes privados, las miradas de desprecio hacia las mujeres "ligeras de cascos", la hipocresía de la clase alta, el machismo enquistado en la medicina, la justicia y la prensa.

La relación de Ruth con los hombres es, en sí misma, una trampa. Por un lado está David Blakely, el amante violento y narcisista, interpretado por Laurie Davidson, que la humilla y la agrede hasta el límite. Por otro, Desmond Cussen (Mark Stanley), el eterno pagafantas que cree que la salvará, pero que no entiende que el vínculo entre ellos también es tóxico. La miniserie se detiene en esas escenas incómodas, sin edulcorarlas, mostrándolas como un ciclo de autodestrucción y dependencia emocional que acaba estallando.
El juicio ocupa la segunda mitad de la serie y ahí se evidencia lo arcaico del sistema judicial de la época. El tribunal no solo juzga a Ruth por asesinar a su amante, sino por ser quien es: madre soltera, gerente de un club nocturno, mujer con pasado turbio. El jurado tardó apenas 14 minutos en deliberar. La serie refleja con amargura cómo se llamó a un psiquiatra que, en lugar de evaluar objetivamente su estado mental, la despachó con un diagnóstico de "histeria femenina", una etiqueta machista más que una valoración clínica. El caso desencadenó un debate público que, en 1957, cristalizó en la aprobación de la Ley de Responsabilidad Atenuada, una reforma legal que permitió por primera vez considerar el estado psicológico del acusado como atenuante en un caso de asesinato. Pero para Ruth ya fue tarde.
La dirección de Lee Haven Jones es sobria, contenida, sin subrayados. La cámara se queda cerca de Ruth, en planos cortos que transmiten su soledad y su encierro, pero también su dignidad. Lucy Boynton sostiene todo el peso de la historia sin caer en el melodrama. Su interpretación es sutil, medida, a ratos dolorosa, a ratos desafiante. No llora en exceso, no suplica, simplemente acepta el destino con una mezcla de resignación y coherencia consigo misma.
Hay momentos en los que la reiteración de las dinámicas tóxicas entre Ruth y sus dos hombres puede resultar algo alargada. Pero ese pequeño exceso no empaña el conjunto. El caso de Ruth Ellis no es un thriller, ni un true crime al uso. Es un retrato fiel de una época y, sobre todo, un grito contenido contra un sistema que nunca supo proteger a las mujeres rotas antes de que se convirtieran en noticia.