
En tiempos donde el amor se mide en notificaciones y mensajes de voz, Solo un día más es un recordatorio de que hay historias que sobreviven al olvido. Que hay pasiones que se escriben con el cuerpo, con la piel, con la voz, pero también con la ausencia. Con la espera. Con la imposibilidad. Es un libro que no grita. Susurra. Que no enseña, pero deja huella. Como una carta que llega tarde, pero que aun así se abre con manos temblorosas.
Había guerra. París estaba en ruinas, pero aún ardían las lámparas de gas en los cafés. El humo del tabaco flotaba entre las mesas. La gente hablaba bajo. Había miedo. Había deseo. Y en medio del ruido del mundo, dos personas se encontraron. Él era un hombre que escribía sobre el absurdo. Ella era una mujer que vivía con intensidad, como si supiera que todo iba a terminar pronto. Ella tenía 21 años; el, nueve más. Se llamaban Albert Camus y María Casares. Lo que vivieron no fue un romance. Fue un fuego que no se apagó nunca. Excepto cuando el murió. Ella le sobrevivió 40 años. Fue una herida que no sangraba, pero que dolía.

En Solo un día más, Susana Fortes (Pontevedra, 1959)no escribe sobre el amor como lo hacen otros. No hay adornos. No hay artificios. La autora cuenta una historia verdadera con palabras que pesan. Con silencios que dicen más que los párrafos largos. Se mete en la piel de María y Albert y los devuelve a la vida. Y lo hace sin sentimentalismos. Lo hace como quien cuenta la verdad, con la calma de quien ha entendido que todo lo importante sucede en voz baja.

La novela empieza en el París ocupado. El tiempo no era generoso. La muerte estaba en cada esquina. Pero en medio del caos, Camus y Casares se encontraron. Y eso bastó. Se miraron una vez, y todo empezó. La historia duró quince años. No fue una historia fácil. No podía serlo. Él era un hombre casado. Nunca dejó de serlo. Ella, una actriz brillante. Eran dos cuerpos atados por algo más fuerte que la lógica. Se escribieron 865 cartas. Algunas se perdieron. Otras sobrevivieron. Fortes las leyó y entendió que ahí había algo más que palabras. Había una vida entera escrita en tinta negra.
El libro no solo se mueve entre el pasado. En paralelo, hay una mujer que escribe en el presente. Es una autora que descubre las cartas de los amantes y, al hacerlo, se descubre a sí misma. Tiene sus propias heridas, sus propios amores rotos. Mientras indaga en la historia de Camus y María, entiende algo esencial: que escribir también es una forma de amar. Que, a veces, el arte nace de lo que no pudimos decirle a alguien. La estructura funciona. No hay saltos bruscos. Todo fluye. El pasado y el presente se entrelazan como dos voces en un mismo acorde. La autora de Querido Corto Maltés no solo narra. Observa. Escucha. Respira con los personajes. Sabe cuándo callar. Sabe cuándo dejar que el lector sienta.
María Casares no es una sombra al lado de Camus. Es una figura fuerte. Una mujer que se planta en el escenario con la misma fuerza con la que se planta en la vida. Es feroz. Es libre. Se niega a ser la amante escondida. Lo ama, sí, pero sin perderse. Y Fortes lo muestra con respeto. Con admiración. Con verdad. María no es un apéndice de la historia. Es el centro.

El deseo de alargar lo imposible
Camus, por su parte, es un hombre dividido. Quiere amar, pero también quiere ser fiel a sus ideas, a su esposa, a su forma de vivir. Es un hombre que escribe sobre la libertad, pero que se ve atrapado. Y sin embargo, sigue. Porque ama. Porque no sabe vivir sin escribir. Ni sin María. Solo un día más. El título no es casual. Resume todo. El deseo de alargar lo imposible. De robarle tiempo al destino. Porque cuando uno ama así, nunca basta. Siempre se quiere un día más. Y otro. Y otro más.
El estilo de la autora de obras como El amante albanés, Nada que perder o la excelente Esperando a Robert Capa es limpio. No hay exceso. No hay adornos innecesarios. Las palabras llegan como deben llegar. Sin rodeos. Como una bala directa al pecho. Eso es lo que hace que el libro funcione. No pretende conmover. Pero conmueve. No busca la lágrima. Pero deja un nudo en la garganta. En un punto de la lectura sientes que el tiempo se agota. Que Camus se va. Que María se queda con las cartas y el recuerdo. Que todo lo vivido fue real, pero ya no está. Y es ahí donde Fortes acierta. No cierra con dramatismo. Cierra con una última carta. Con una última mirada. Con un último día que nunca se tuvo.